Dos tiendas más de suvenirs en el Gòtic relevan a la magnífica Jocs Mallart

Folclóricas, toreros, imanes, camisetas y gorras ocupan unos escaparates que antes daban lustre a la fea calle de Jaume I

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CARLES COLS / BARCELONA

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Jaque mate en la calle de Jaume I. Cerró Jocs Mallart hace un par de meses por jubilación del dueño. Era una tienda cautivadora, no por su arquitectura y carpintería, nada del otro mundo, sino por todo aquello que vendía, por sus escaparates repletos de figuras y tableros de ajedrez, naipes, rompecabezas, juegos de mesa, peonzas, puzles de madera e incluso las rarísimas y casi imposibles de comprar en Barcelona cajitas japonesas himitsu-bako. Tras dos meses con las persianas bajadas y el cartel de arriendo, aquellos bajos comerciales ya han abierto de nuevo sus puertas. Donde había una tienda, ahora hay dos: una vende folclóricas sevillanas, toros y toreros de cerámica, y la otra suvenirs de la globalización, o sea, imanes, gorras y camisetas de dudoso buen gusto. El camposanto comercial de Barcelona suma y sigue.

Jaume I nunca ha sido una calle amable con el peatón. Las aceras son estrechas. Para ir de la Vila Laietana a la plaza de Sant Jaume siempre ha sido más cómoda la calle de Llibreteria, peatonal. Pero Jaume I tenía su público. Una de las razones era Mallart, la simple contemplación de sus escaparates, una tentación que a a veces acababa en compra. A Jaume I le queda el bar Haití y sus excelentes croquetas y, en realidad, muy poco más. Sigue los pasos de la insustancialidad que ya condenó tiempo a atrás, por ejemplo, a la calle del Cardenal Casañas. Aquel fue un caso más cruel, pues fue la subida de los alquileres la que puso fin a la batería de negocios que le daban carácter. El faro era, sin duda, la librería Documenta. Una calle con un librero entrañable es otra cosa, en Barcelona y en Buenos Aires. Mallart era la ‘librería’ de Jaume I, sobre todo por sus tablas de escaques, pero también porque era un lugar para encontrar objetos únicos.

DESCONCIERTO EN LA ADUANA

En esa última categoría entrarían, sin duda, las mencionadas himitsu-bako. Son cajas artesanalas que solo es posible abrir tras una secuencia determinadas de movimientos. Cerradas, parecen compactas. Comenzaron a producirse en la región de Hakone en el siglo XIX. Lo común es que las que lleguen a Europa precisen entre 20 y 30 delicados movimientos de sus piezas de madera policromadas. La variedad de tonalidades favorece su misterio, la invisibilidad de su engranaje. Las más complejas pueden alcanzar casi los 1.000 movimientos. De esas no había en Mallart, pero si de las primeras. Con el cierre del negocio, es posible encontrarlas ocasionalmente en algún otro establecimiento de la ciudad, como Haiku, en Gràcia, pero eso siempre y cuando las cajas logren pasar con celeridad el control de aduanas. Al parecer, la Guardia Civil las retiene durante semanas. La cerámicas de folclóricas que ahora se venden en el número 17 de la calle de Mallart no tienen ese problema.