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El robo jamás contado del 'meublé' Pedralbes

La Fundació Signes se propuso salvar los rótulos de Barcelona condenados a la piqueta y, lástima, solo rescató uno, eso sí, emblemático y con nocturnidad y alevosía

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Carles Cols

Carles Cols

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El bandolero libertario José Luis Facerías atracó el ‘meublé’ Pedralbes en 1951. Petronio (pues ese era el sobrenombre de Facerías en el mundo del hampa, ya que aunque era un malote iba hecho un pincel) tenía un periodo refractario delictivo muy corto, porque en un lapso relativamente breve asaltó dos veces la Casita Blanca, una el Augusta y dos el Pedralbes, la última, poca broma, esa de 1951, cuando en una de las habitaciones de ese hotelito por horas, aquel maquis urbano se encontró cara a cara con un preboste del franquismo que yacía con su sobrina. El muy crápula, padre de seis hijos, se hizo el sietemachos y acabó muerto de un disparo. La prensa dijo entonces que falleció cristianamente y muy poco más, pero lo ocurrido fue tan sonado que aquel episodio corrió de boca en boca y aún hoy pasa por ser, coyundas épicas al margen, lo más llamativo de la historia del Pedralbes. Sin embargo, aquel ‘meublé’ fue objeto de un robo mucho más romántico no hace ni 10 años. La cita, en una terraza de Gràcia, es con el cerebro del aquel hurto, Lluis Morón, diseñador gráfico, un héroe, como se verá a continuación.

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Antes de proseguir, un ejercicio de memoria. ¿Recuerdan la anciana cafetería La Lune, del número 2 de la Rambla de Catalunya, que el franquismo obligó a castellanizar, La Luna pasó a llamarse, pero que incluso así conservaba su ‘charme’, con sus cristaleras con aires de ‘belle époque’ y sus hermosos dos toldos… ? No? Lo común es no recordar aquel establecimiento, que sobrevivió hasta mediados de los 70, porque en esta ciudad es normal tirar al contenedor los mejores recuerdos, carteles icónicos, diseños tipográficos estupendos, marquesinas, señalización anciana del metro…. Los cristales de La Lune terminaron en un piso particular, en Gran Via esquina con Villarroel, pero eso fue porque alguien con buen gusto reparó en ellos cuando ya habían sido desahuciados como basura.

Eso ocurrió en los 70. Los 80 no fueron distintos. Ni los 90. Todavía hoy en día. ¿Un posible ejemplo? En la fachada de lo que un día fue Foto Arpi, uno de los últimos faros de la Rambla antes de la parquetematización de esa avenida, se intuye aún sobre el hormigón de la pared la silueta de aquellas letras de molde que anunciaban las marcas en venta, (especialmente hermosas las cursivas de Leica, Hasselblad y Linhof), piezas de colección de incierto destino que, alehop, enlazan a la perfección con el relato de ese instante, hace unos años, en que Lluís Morón y su banda de sospechosos habituales (Juli CapellaJosep BohigasLluis Morillas y algunos letraheridos más de la tipografía, entre ellos su propia pareja, Carmen Revilla, lo cual le da un toque de Bonnie and Clyde a la aventura) decidieron que ya era hora de salvar de la destrucción ese patrimonio cultural colectivo. No sabían dónde se metían.

Safari internacional

Bueno, un poco, sí. Morón y Revilla, en su faceta trotamundos, publicaron en el 2007 un tomo de 842 páginas fotografías del cartelismo en los cinco continentes (’25.000 kilómetros de Signes’, así se llama el libro), una aventura que intentaron redondear con la compra de piezas que les enamoraban. “Puede resultar más difícil convencer a un tendero de Kyoto para que venda el rótulo de su establecimiento, que cazar un elefante en Kenia”. A esa conclusión llegaron tras cazar, eso sí, varias decenas de carteles en distintos países.

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El caso es que cuando trataron de llevar a cabo esa labor en casa, o sea, aquí, la realidad resultó descorazonadora. Se presentaban educadamente en los edificios o en las tiendas antes de que entrara la piqueta, para pedir permiso para llevarse tal o cual señal o rótulo y entonces, ¡pam!, al dueño o al jefe de obras se le ponía la cara de Scrooge ‘avant le fântome’ y pedía cifras desorbitadas por lo que minutos antes estaba a punto de tirar. El proyecto Fundació Signes ¡Al Rescate! estuvo así a punto de ser como aquellos barcos que se hunden el día de la botadura, algo peor que un naufragio.

Cual Fernando Galindo

“¡No puede ser!, ¡no puede ser!, aquí quisiera ver yo a Al Capone”, gruñe José Luis López Vázquez, en el soberbio papel de Fernando Galindo en ‘Atraco a las tres’ cuando todo los planes se le tuercen. La referencia cinematográfica viene al caso porque Morón decidió entonces, ante la adversidad, cruzar por un día la línea de la ética. Pasó un día por delante del ‘meublé’ Pedralbes, ya cerrado y a punto de ir al suelo, vio el rótulo de la entrada y, qué caray, le pidió a dos operarios de su empresa que aquella noche rescataran la pieza. “Si os pillan, dad mi nombre, que asumiré yo la culpa”.

Cumplida la misión, sus colegas de la fundación hasta sopesaron diseñar unos antifaces para futuros rescates, pero todo quedó en una broma. El cartel del Pedralbes está a salvo. Sí. La destrucción de la memoria colectiva de Barcelona, sin embargo, prosigue.