La revisión del catálogo de patrimonio llega tarde para casos como el Urgel

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CARLES COLS / BARCELONA

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El Catálogo de Patrimonio de la Ciudad es algo así como el santoral arquitectónico de los edificios a venerar, un listado de todas aquellas piezas que se considera de forma oficial que deben preservarse intactas porque forman parte de la estructura esencial del ADN de la ciudad. El catálogo, sin embargo, es un club con estrictas normas. No incluye ninguna obra posterior a 1965 (salvo dos excepciones) y no ha encontrado una solución clara para preservar tiendas u otro tipo de establecimientos, como los cines que diseñó Bonamusa.

Durante el anterior mandato municipal, Xavier Trias asistió al cierre en cadena de tiendas emblemáticas por culpa de la ley de arrendamientos urbanos y, en parte por esa desgracia, el Ayuntamiento de Barcelona anunció la revisión del catálogo, primero para que el calendario de protección corriera más allá de 1965 y, después, para encontrar una solución a esa singularidad de las tiendas. Los ‘tempos’ de la administración y de la vida cotidiana, sin embargo, corren distintos. La pasada semana, por ejemplo, se colgó en el número 129 de las Ramblas el cartel que anuncia la próxima apertura de una oficina turística. No tiene un aire muy noble. El nuevo negocio ocupa el local que durante 114 años fue la sede de Musical Emporium, una tienda como pocas en el mundo, que cerró en el 2014 por culpa de la subida del alquiler. Era sin duda catalogable.