LA LUCHA CONTRA LAS DEPENDENCIAS

Piso con vidas para reformar en Sant Andreu

Cinco de los inquilinos del piso tutelado para drogodependientes, en Sant Andreu.

Cinco de los inquilinos del piso tutelado para drogodependientes, en Sant Andreu. / periodico

VÍCTOR VARGAS LLAMAS / BARCELONA

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La casa es señorial, con una de esas fachadas que te hacen notar que estás en la parte histórica de Sant Andreu. Pero es sobre todo un inmueble con muchas posibilidades. Y no es la coletilla facilona del anuncio de una vivienda a reformar. En este piso lo que se trata de reacondicionar es la vida de sus inquilinos: seis personas que quieren superar las secuelas de años de adicción drogas. Legales e ilegales. 

Se sobrepuso al envite D. Castellà, que a sus 43 años ya ve la luz al final del túnel y se aferra a una oportunidad forjada con su fuerza de voluntad y al amparo de Egueiro, una asociación sin ánimo de lucro que desarrolla programas de rehabilitación. “Te sientes en una burbuja, protegido cuando más vulnerable estás, pero ha llegado el momento de hacerla estallar”, explica satisfecho. Lo hace antes de ir al trabajo que acaba de conseguir, el aval casi definitivo para recuperar las riendas de su vida. 

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Los ocupantes de la casa están en la última fase de la recuperación, el momento de salir a la calle solos y de poner en práctica lo asimilado en los dos estadios previos. “Al inicio, los objetivos son básicos, como desintoxicar su cuerpo y readquirir hábitos de higiene; la segunda fase es para el abordaje psicológico y educativo, que empiecen a perfilar a qué querrán dedicarse al salir a la calle”, expone Jaume Vilanova, director general de Egueiro. Los usuarios, que llegan derivados de la red de atención a las drogodependencias y de la justicia (algunos han cometido pequeños delitos), aprovechan para realizar cursillos de carpintería o informática, o para completar estudios. 

TOCAR FONDO

No muy lejos de los pasos de Castellà anda Albert M., un excamarero de 47 años al que el alcohol le llevó a tocar fondo. “Trabajando bebía yo más que cuatro clientes juntos. Y al despertar me lamentaba de no haber desaparecido de este mundo”, explica. En ese punto aceptó la opción de Egueiro como última oportunidad, pero descreído por las recaídas previas.

“Ahora evito tentaciones ocupando mi tiempo: voy al gimnasio y me he enganchado, sí, pero a leer prensa. Soy un hombre nuevo”, proclama poco antes de regresar a la cocina para preparar la comida para el grupo. En Sant Andreu, los inquilinos se autogestionan bajo la supervisión de un psicólogo y un equipo de educadores y trabajadores sociales. 

Las tareas cotidianas no solo se asumen en el hogar. “Es costumbre en el barrio que cada vecino limpie el entorno de su portería y nosotros decidimos limpiar también el de los vecinos”, expone Miguel, de 35 años. “Se han ganado al vecindario, que antes tenía reticencias. Desean gritarle al mundo lo agradecidos que están por una nueva oportunidad y que no piensan desaprovechar”, dice Vilanova.

PRÓRROGA

Ese sentimiento se aprecia en cada gesto de Ferran, que quiere completar formación de pintura “de brocha gorda” para dedicarse a esa profesión y hacer que su familia esté “orgullosa”. Y que recupere la paz que no ha tenido durante “veintitantos años” por su querencia a un cóctel de alcohol, coca y cannabis que desnortó el rumbo de una vida ya de por sí compleja por una patología psicológica.

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Uno de cada cuatro usuarios de Egueiro presenta esa doble problemática, por un 35% de alcohólicos y un 40% de politoxicómanos.politoxicómanos “Un 30% abandona la primera fase, pero una vez en la tercera, el porcentaje de altas supera el 90%”, explica Vilanova. Es muy difícil saber cuántos recaen porque no todos mantienen contacto con la asociación. “Un exusuario nos llamó, desquiciado, porque cobra una miseria y con estos alquileres no le llegaba para gasolina; le llenamos el depósito y le escuchamos. Reconforta ver que optó por el diálogo y no por retomar la espiral destructiva del consumo”, dice Vilanova.

Y es que la crisis está dificultando el curso natural de los acontecimientos y dificulta la culminación de las rehabilitaciones. Una prórroga indeseada que no les desanima en exceso, sobre todo después de ver la dureza del camino recorrido y sus ansias de retomar las riendas de su vida cuando tengan la certeza de que ha llegado el momento de reventar la burbuja.

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