Tretas, trucos y artimañas inmobiliarias

"Si nos proporciona información sobre piso en venta pagamos de 500 a 1.000 euros" o el todo vale para conseguir clientes en Barcelona

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CARLES COLS / BARCELONA

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‘Glengarry Glen Ross’ es para un vendedor de pisos lo que para un periodista es ‘Primera plana’ y para un secuestrador ‘Fargo’. Son compendios de malas artes. Es también una buena película, y no es mérito solo del reparto (Jack Lemmon, Al Pacino, Kevin Spacey, Ed Harris, Alec Baldwin..), sino sobre todo del guionista, el inigualable David Mamet, que retrata el irrespirable ambiente de la selva inmobiliaria de Chicago. Un grupo de vendedores está virtualmente despedido salvo que logren colocar los pisos que tienen en cartera. "Si no sabe vender, váyase a casa y confiéseselo a su mujer", ameneza el jefe de la oficina. Es ficción. Lo de Barcelona, no.

¿Vive usted en una zona de la ciudad que cotiza al alza? No lo sabe. La prueba del nueve es sencilla. Lo común es que una vez por semana alguien llame al interfono del portero automático y le pregunte si quiere vender su piso. Si responde que no, la siguiente pregunta suele ser si conoce a alguien en la finca que sí quiera hacerlo. Hay una tercera pregunta. No siempre hay bemoles de formularla. ¿Vive alguien muy mayor en la finca? Parece que no es leyenda que algunas agencias cruzan sus bases de datos con las páginas necrológicas.

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Sí, así es, hay una legión de Jack Lemmon que recorren las calles de Barcelona en busca de información. "Si nos proporciona información sobre piso en venta pagamos de 500 a 1.000 euros. Cualquier consulta, no dude en llamarnos". Es el texto de una tarjeta, del tamaño de una de visita, con un teléfono de contacto en el margen inferior izquierdo. Las recompensas se destacan en tinta roja.

TRABAJO INGRATO

Este es un trabajo ingrato. No son ni siquiera empleados de las inmobiliarias, explica una fuente del sector. Trabajan como autónomos para las inmobiliarias. Estadísticamente, para Luis Montoro son trabajadores por cuenta propia, señales de humo de que la economía española despega ya como un cohete. No es así. La agencia les asigna unas calles que deben peinar. Cobran por resultados.

La información se paga porque permite tener en cartera un piso antes que la competencia. ¿Qué es información? Por ejemplo, que la pareja del sexto tramita el divorcio. ¿Quién lo sabe? Los conserjes, a veces. Algunos cobran por ello. Una propina. Incluso más. La misma fuente del sector recuerda una parranda en un restaurante. Pagaba una agencia. Los comensales eran conserjes. Al ritmo que crecen los precios, el día menos pensado les llevan de crucero. Es broma, claro, pero que el mercado se mueve se ve en la calle. Los autobuses de la ciudad vuelven a circular con anuncios de agencias inmobiliarias.

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UN IPHONE COMO SEÑUELO

Los resortes que impulsan al vendedor son a veces sorprendentes. "Si me deja vender su piso, le pago 2.000 euros". Hay que releerlo dos veces. Se supone que son 2.000 euros por anticipado que, obviamente, el intermediario descontará de la venta final del piso. O sea, que no ofrece nada. O sí. Ahí está el caso de ese tentador Iphone último modelo que regalan algunas empresas por canalizar la venta a través de sus oficinas. Las hay que garantizan la venta en un plazo de 30 o 45 días. Si pasan las jornadas y no hay aún comprador, comienzan los nervios. Se llama al dueño del piso (que a esas alturas ya habrá personalizado hasta el tono de llamada entrante con alguna melodía a su gusto) y se le invita a aceptar una oferta recién llegada, pero de menor importe del inicialmente previsto. Hay quien cede. Pero hay quien se muestra inflexible, y así puede que no venda el piso, pero luce teléfono nuevo.

"En esta vida solo vale la pena una cosa: que firmen en la línea de puntitos", amenaza Baldwin en su discurso motivacional de 'Glengarry Glen Ross'. De eso se trata y, para ello, si es necesario hay que travestirse. Bien, no tanto. Pero como mínimo hacerse pasar por quien realmente uno no es. Alejandro, Javier, Rosa, Laia… Son ejemplos de esas hojas escritas a mano que aparecen en los buzones, de personas que dicen buscar piso en el barrio. Parecen tener un apetito comprador omnívoro. Tanto les da un piso en perfecto estado como un guiñapo. Eso dicen. Son, es obvio, empleados de inmobiliarias. En realidad no compran el piso. Los tiempos en que las agencias tenían un fondo para adquirir pisos aún no han regresado. Lo que pretenden es ejecutar una intermediación a la velocidad del rayo. Lo que querría el jefe de 'Glengarry Glen Ross'.