Barcelona será ciudad sin delfines en el 2019

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CARLES COLS / BARCELONA

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Barcelona será antes de que finalice el 2018 una ciudad libre de delfines en cautividad, como antes lo fue (y presume por ello) pionera en el veto de las corridas de toros, en prohibir el uso de animales salvajes en los espectáculos de circo y en impedir la exhibición de mascotas en los escaparates de las tiendas, lo cual puso fin, de paso, a las pajarerías de la Rambla. A partir del 2019 no habrá delfines en el zoo de la ciudad. Cuatro de las siete fuerzas políticas del Ayuntamiento de Barcelona han acordado que ese es el próximo paso animalista que la ciudad debe dar. En ese mínimo denominador común sobre el futuro del zoológico (hay más cuestiones pendientes de debatir y espinosas) están los ‘comuns’ de Ada Colau, el PSC, Esquerra y la CUP. El propósito es que la decisión no sea un acuerdo revocable a la que cambie la mayoría en el pleno, como si fuera una ley de educación en el Congreso, sino que sea una solución a corto, medio y largo plazo. De momento, quedan fuera del consenso el PP y Ciutadans y, sobre todo, el grupo municipal de CiU.

El futuro de los cuatro cetáceos que aún nadan en el delfinario del parque de la Ciutadella es un problemón que el zoo arrastra desde el día en que Asociación Europea de Mamíferos Acuáticos (EAAM) revisó los criterios que establecen cómo deben ser las piscinas y demás equipamientos en los que viven los ejemplares en cautividad. Las nuevas normas (una especie de cédula de habitabilidad cetácea) serán de obligado cumplimiento para los socios de la EAAM a partir del 31 de diciembre del 2018. La condena en caso de no cumplir los requisitos exigidos es la expulsión de la asociación, algo inasumible para el zoo, porque podría comportar después dejar de pertenecer a otras organizaciones científicas internacionales, como la Asociación Mundial de Zoos y Acuarios (WAZA), que coordina, por ejemplo, los programas de conservación de grandes simios.

GRUPO DE TRABAJO

El futuro del delfinario se ha debatido en las controvertidas sesiones de debate que puso en marcha la teniente de alcalde Janet Sanz hace casi un año, y en las que, en un principio, se dio más voz y peso a los grupos animalistas que a los expertos en la materia. Este jueves, a partir de las siete, está previsto que se celebre una nueva sesión, donde se comunicará a los participantes el acuerdo de los grupos políticos, pero donde, sobre todo, se pondrá sobre la mesa el complicadísimo problema que ahora se plantea: qué hacer con los cuatro delfines del Zoo de Barcelona.

Los ejemplares del delfinario barcelonés son Anak, Blau, Nuik y Tumay. No son la herencia de tiempos remotos en los que la sensibilidad medioambiental en la ciudad era la de un Donald Trump. Anak y Blau concibieron a Nuik en el 2012. Como quien dice, la cría apenas acaba de cursar solo P-3. Entonces, con Sònia Recasens como teniente de alcalde, los planes municipales pasaban por responder a las exigencias de la EAAM con un delfinario de lujo, de 10 millones de euros de presupuesto. La decisión de hacer lo contrario, renunciar a las obras, pone en marcha una cuentra atrás explosiva, porque encontrar un nuevo hogar a la familia delfín es extremadamente difícil.

Sobre eso ya se ha hablado en las reuniones previas. En esencia, hay cuatro soluciones, ninguna perfecta, que es necesario explorar. La más cómoda es buscar un zoo en otra ciudad que los acoja. Desde el punto de vista de los animalistas que han liderado la campaña para declarar Barcelona ciudad libre de delfines en cautividad, sería toda una hipocresía, como mirar para otra parte ante la desgracia de Anak, Blau, Nuik y Tumay.

LA QUIMERA DEL SANTUARIO

La opición ideal de los animalistas es trasladar a los delfines a un santuario aún inexistente pero, según ellos, viable, en aguas griegas. Esta propuesta consiste en cerrar una bahía en la que esos animales y otros que se puedan rescatar de otros zoos del mundo pasen el resto de sus días. Suena bien, pero científicamente es, según expertos como Àlex Aguilar, máxima autoridad en cetáceos en España, un disparate monumental, por cuestiones sanitarias, primero, y porque introducir una especie caribeña en aguas del Mediterráneo va en contra del sentido común.

La tercera opción sopesada en las reuniones muncipales, que se ha ido diluyendo como un terrón de azucar en un litro de café (rápido, rápido...) era que de esos cuatro delfines se hiciera cargo la fundación CRAM, dedicada a la conservaciones y recuperación de especies marinas, que tiene unas instalaciones junto a la terminal T-¡ del aeropuerto de El Prat. Al margen de que la labor del CRAM ha sido cuestionada últimamente, la ubicación, justo al lado de una zona de despegue y aterrizaje de aviones, parece la más inapropiada posible para una especie que se distingue por su ultrasensible oído. Tanto es así que los cazadores japoneses de delfines de Taiji utilizan el ruido ensordecedor para acorralar a sus presas y matarlas a golpes de gancho.

La cuarta solución se supone que es la más sólida, pero ni siquiera se sabe si es factible. Se trata de enviar a los delfines a Baltimore, a un la costa este de los Estados Unidos, a un gran acuarios al que se le supone un propósito más educativo que comercial, aunque eso a los delfines tanto les da, porque no deja de ser una vida en cautividad, lo cual devuelve el debate a la primera de las opciones, la hipócrita.

Resumen. Primero, Barcelona será una ciudad libre de delfines. Segundo, Barcelona tiene cuatro delfines y no sabe qué hacer con ellos, un obstáculo si se pretende ser eso, una ciudad sin delfines.