Pon un abuelo en tu vida

Son las caras que hay tras los números que agitan conciencias por Navidad. Algunas de las 1.300 personas mayores a las que Amics de la Gent Gran ayuda a combatir la soledad

Barceloneando, comida de navidad de Amics de la gent gran

Barceloneando, comida de navidad de Amics de la gent gran / periodico

ANA SÁNCHEZ / BARCELONA

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Vicenta tiene 103 años. “Camino de los 104”, puntualiza ella. “Quién los pillara, me dicen”. Tiene la misma mirada que la anciana de la peli de ‘Titanic’ -ojos azules y chispeantes-, aunque ella solo ha subido una vez a un barco: de Valencia a Barcelona. ¿El secreto de su longevidad? “Que he estado trabajando mucho [limpiaba casas]. Y comiendo, aunque fuera pan solo –añade-. Y no me gusta chafardear”. Vicenta sonríe agarrándote del antebrazo con mano huesuda pero firme. Aquí todos te hablan agarrándote del brazo como solo saben hacer los abuelos. Como queriendo mostrarte sus experiencias por contacto, a lo vidente. En su caso: 4 hijos, 6 nietos, ya va por dos bisnietos. “Es una mujer que ha sacado sola a la familia. El marido era un poco tarambana”. A Vicenta le completa las frases Robert, de 58 años, como haría una pareja de hecho de manual. No lo son, aclara ella. “Es por él. Porque yo estoy libre”, suelta una risita. Robert lleva 4 años visitando a Vicenta to-das-las-se-ma-nas. Ya se les ve complicidad de familia. Aunque tampoco lo son. Él es un voluntario.

Vicenta es solo un 1 en los números que agitan conciencias solidarias por Navidad. Es una de las casi 1.300 personas mayores a las que 1.500 voluntarios de Amics de la Gent Gran ayudan a combatir la soledad del día a día.

Vicenta y Robert comparten hoy mesa en una sala del Hotel Alimara. En el guardarropía, el paragüero está lleno de bastones y muletas. Han venido 267 personas. La mitad tiene 85 años de media.

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Es ya un clásico navideño: el Gran Dinar de Nadal de Amics de la Gent Gran. Esta es una de las 14 comidas solidarias que ha organizado la oenegé en Catalunya. En total: 600 personas mayores a las que acompañan medio millar de voluntarios. Todos los acompañantes repiten el mismo estribillo: “Aprendes más tú de la experiencia”. 

Son palabras de Carlos (51 años), que come codo con codo con Roser (75), aún recuperándose de un ictus. Lleva visitándola dos años y medio. “No es que no tenga a nadie [Roser tiene dos hijos], pero, por circunstancias de la vida -explica Carlos-, la mayor parte del tiempo está sola”. Le pasa a la mayoría de estos mayores. Tienen familia, pero viven fuera o trabajan todo el día. “Y yo quiero que tengan su vida”, puntualiza Roser. “En nuestra época teníamos que aguantarlo todo”.

“Los hijos tienen el derecho a tener su vida”, insiste desde otra mesa Arnau, de 83 años. Él tiene 8 hijos. “Todos están por el mundo”, apunta. “Tienen su mujer, su vida, sus problemas, que antes existían, pero no tanto como ahora”. 

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“Yo podría escribir un libro”, asegura Rafael, aferrado a su bastón incluso sentado. Era de su abuelo, dice. “Tiene dos siglos”. ¿Que cuál sería el título de su biografía? “El tonto de Gràcia”, se ríe. “Los hombres somos tontos”, mueve la cabeza con resignación. Es que tuvo a su cuarta hija con ¡60 años!, suelta así de golpe. Tenía entonces una pareja de veintitantos. Rafael resume su vida sentimental sin pudor ni censuras, como si estuviera en un programa de Telecinco. Alguna de sus confidencias sonrojaría hasta a Jorge Javier Vázquez.

El día de los inocentes cumplirá 83 años. Solía construir barcos a escala, hacer submarinismo, escalada, navegación, tiro. Ahora él y su bastón viven solos en un piso de 250 metros cuadrados con el piano de cola de su mujer en el salón. Falleció con 50 años. “Yo no sé estar solo”, se encoge de hombros. Pero frunce la cara si le mencionas la palabra “residencia”. “Mientras pueda estar en casa…-contesta-. Me da pena la gente mayor que está en una residencia”.

"ES ÉL QUIEN ME AYUDA A MÍ", ASEGURA UN VOLUNTARIO

Rafael hoy no ha venido solo. A su lado está Eduardo, venezolano de 30 años. Lleva dos visitando a Rafael cada semana. Vio un cartel en el metro, recuerda. “Nunca pensé que lo peor de hacerse mayor fuera la soledad”, ponía. Y él pensó: “Yo lo que tengo es tiempo”. Ha llegado a la misma conclusión que el resto de voluntarios: “Yo creía que estaba ayudando a alguien, pero ahora me doy cuenta de que es él quien me ayuda a mí”.

Esta sonriente sala de comedor tiene cara B: según los últimos datos que maneja la oenegé, más de 175.000 personas mayores aún vivirán solas la Navidad.