Rumba ardiente como la cera

Si en un lugar se fraguó la rumba como en ningún otro fue en el barrio barcelonés del Portal

Peret, en la presentación de su disco 'De los cobardes nunca se ha escrito nada'.

Peret, en la presentación de su disco 'De los cobardes nunca se ha escrito nada'. / periodico

LUIS TROQUEL / BARCELONA

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En el siglo XIX Catalunya floreció impulsada en gran medida por el comercio de ultramar, sobre todo con Cuba. Y de allí viene también el mayor tesoro que ha dado en el siglo XX nuestra música popular. La rumba catalana. El estilo más genuino que hemos tenido nació como un ritmo de importación. Algo por otro lado bastante habitual: sin ir más lejos, también la copla andaluza vio la luz en forma de afrancesado cuplé.

¿Dónde saltó la primera chispa? Sigue siendo un misterio,  pero si en un lugar se fraguó la rumba como en ningún otro fue en el barrio barcelonés del Portal. La intrincada calle de la Cera se convirtió en la arteria aorta de la rumba. Allí se instaló un joven gitano de Mataró destinado a encarnar el género. Peret fue rey de reyes. Existen muy pocos estilos en el que un nombre haya sobresalido tan inapelablemente sobre cualquier otro. Su papel en la rumba sería equiparable al de Bob Marley en el reggae. Y justo este inminente 2017 se cumplirán 70 años de su bautismo musical, 60 de su primera grabación y 50 de la canción que le convirtió en superestrella.

En 1947, con solo 12 años, debutó profesionalmente como parte del dúo Hermanos Montenegro. En realidad eran primos, y no hermanos. Y tampoco era ese su apellido. Pedro Pubill Calaf y Pepita Becas se estrenaron ante Evita Perón imitando a Manolo Caracol Lola Flores, quien, por cierto, todavía no conocía al Pescaílla; el otro gran nombre fundacional de la rumba catalana. Todavía anterior a Peret y del barrio de Gràcia.

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La controversia interna sobre quien fue el creador de la rumba catalana ha sido tan cruenta como estéril. Pues ningún estilo musical lo ha creado una sola persona. Ni aquí ni en Pernambuco. De la misma manera, tampoco tiene mucho sentido intentar saber si se rumbeó primero en Lleida, en el barrio del Portal o en el de Gràcia, donde el padre del Pescaílla, L’Oncle Polla, encauzó tan sabroso compás. En plena posguerra, la calle de la Cera vibraba cuando tocaba El Orelles. O también El Toqui pellizcaba la rumba de boda en boda gitana. En una época en la que la inmensa mayoría de la gente apenas viajaba, los gitanos, empleados muchos de ellos en oficios ambulantes, tenían lazos de sangre en cualquier barrio o ciudad.

En 1957 Peret grabó de manera casual un primer single que entonces pasó sin pena ni gloria: ‘Recuerda’ y ‘Ave María Lola’, que en su época dorada rescataría en una de sus películas reconvertida en ‘Ana María Lola’. A mediados de la década siguiente Peret era ya sinónimo de una rumba que había salido del gueto y rivalizaba con el pop en las discotecas. No solo nombre y ritmo provenían de Cuba. También muchos de sus éxitos eran adaptaciones de canciones caribeñas. Pero el sonido era indiscutiblemente propio. El llamado ventilador hizo correr nuevos aires. Una guitarra y unas palmas podían hacer temblar el mundo. Un estilo alegre, y a la vez, ardiente como la cera.

En 1967 el descomunal éxito de ‘Una lágrima’ le lleva a todo tipo de públicos. Hasta sus palmeros se hicieron famosos. Como tal empezó Chacho, otro de los grandes. Hoy que la calle de la Cera parece en gran parte una sucursal del remoto Pakistán, es curioso que justamente a uno de sus más populares habitantes, El Tío Toni (conocido también como el Palmero de la Gafas), le llamasen en su día “rey pakistaní”. Fallecería casi a la vez que Peret. Y pocos meses después también nos dejaba Ramunet, quien como su hermano Peret Reyes, o por supuesto Los Amaya, forman parte de la historia de la calle de la Cera.