BARCELONEANDO
Todos somos Romagosa
El poso de la taberna galáctica de Josep Maria Beà hay que ir a buscarlo a su barrio de Hostafrancs
Javier Pérez Andújar
Escritor.
JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA
No ha habido movimiento literario sin su taberna. Empezando por el mesón medieval donde se relatan 'Los cuentos de Canterbury' y pasando por 'La taberna' lumpenproletaria de Zola. 'Historias de taberna galáctica' de Josep Maria Beà (que acaba de reeditar Trilita en formato grande, con muchos 'bonus tracks', y que se presentó el jueves pasado en el Círculo Artístico Sant Lluc), es una mezcla de las dos anteriores. Es el lugar donde se encuentran los viajeros, peregrinos interestelares, para contarse historias, y es el retrato de una sociedad marginal, al límite, de excluidos y fracasados de todas las galaxias del universo, es decir, de nuestras propias vidas. Casi al final del álbum, Beà lo dice claramente al titular un episodio. Todos los relatos llevan el nombre indescifrable de quien los cuenta, Toksath, Blydhan, Kiramow..., alguien procedente de un mundo extraño. Pero de repente, aparece en el penúltimo cuento un ser llamado Romagosa, cardiólogo catalán. El libro entero está hablando de nosotros.
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Beà es hoy, a sus 74 años, un dibujante mítico. Decir que alguien es el mejor es una falta de respeto, pero perteneció a una época en que se luchaba por ser los mejores. Barcelona, paseo de Sant Joan con Diagonal. Frente a la ventana de Selecciones Ilustradas, el monumento a mosén Jacinto Verdaguer. Aquel fue un grupo cruel, se cargarían, sin quererlo, tan solo porque existían y tenían derecho a dibujar como soñaban, el tebeo infantil para fundar lo que se llamó el cómic adulto. Apenas iba a durar una década. A mediados de los ochenta se había hundido la industria del cómic. Y ellos también. Carlos Giménez, otro de la banda, les llamó 'Los profesionales' en una serie memorística. Dibujantes de agencia, que habían empezado de aprendices a los 14 años, que se formaron haciendo planchas sin parar a base de cubatas y anfetaminas, que se pusieron de acuerdo y dejaron salir al creador que todos llevaban dentro y revolucionaron y cambiaron el mundo del cómic para siempre. 'Historias de taberna galáctica', que empezó a publicarse por entregas en 1979 en la revista '1984', es uno de los más fascinantes ejemplos de aquella puesta en marcha de otro mundo que fue posible.
EL OLOR A TINTA
El poso de la taberna de Beà hay que ir a buscarlo a su barrio de Hostafrancs. La larga posguerra. El colegio de los maristas de Sants ("claro que nos metían mano, pero estábamos deformados por el nacionalcatolicismo y no le dábamos demasiada importancia"), el quiosco delante del mercado, en Creu Coberta: "El quiosco era el único reducto de color en Barcelona. Allí nos salvamos de la depresión y de la esquizofrenia. Era un quiosco de tablas, como una cabaña del Canadá. Cuando llovía al salir del colegio, el quiosquero nos dejaba meternos dentro. Y yo alucinaba en aquella oscuridad, a la luz del carburo, rodeado de tebeos de aventuras. Soñando. El olor de la tinta..., tendrían que condensar este olor". Beà explica todo esto en el bar de diseño de un hotel de diseño tomando una cerveza de importación. Pero de lo que habla es de aquellas tabernas de la Barcelona de la que procede: "Los bares de la plaza Herenio tenían un ambiente muy canalla. Te topabas con la Terremoto, el Príncipe Gitano... Eran bares machistas donde no entraba una mujer, y dentro se bebía vino y se hablaba a gritos. A donde más iba yo era a La Pansa, en plaza Espanya, al lado de la comisaría. También había al lado unos billares. Los que jugaban muy bien eran los gitanos, muchos eran campeones. Y luego también pasaba por el bar mucha gente de ganadería porque cerca estaba el matadero, y la calle Tarragona llena de corrales, y la gente de la plaza de las Arenas".
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Beà ha sido, además, guitarrista de rock y de canción italiana, y músico electrónico experimental. Y ha publicado varias novelas juveniles: "Pero la literatura juvenil la dejé porque tenía que incluir valores, y se mosqueaban conmigo porque mis personajes no es que fueran muy solidarios". Y trabajó en la construcción de los muros de contención del Besòs. ¿Cómo? La excavadora que preparaba el terreno, la única de esas características en España, era suya y vivía de alquilarla. Fue una de las veces en que dejó el dibujo. De la catastrófica riada del Besòs de 1962 tiene el recuerdo de la 'Operación Dibujo' organizada por Radio Barcelona para ayudar a las víctimas. La calle Casp estaba llena de dibujantes en sus mesas, lo retransmitía en directo la voz sonora y ceremoniosa de Soler Serrano y la gente donaba cosas útiles. "Se presentó un hombre mayor con una caja de zapatos llena de sobrecitos de hojas de afeitar, cada uno con un trazo con las veces que las había usado. Y nos la dio con todo el sentimiento del mundo. Como no sabíamos qué hacer con ella, nos la llevamos a la agencia para afilar los lápices".
Beà es un dibujante narrador que eligió la fabulación como lenguaje para renovarlo todo. La novela gráfica ha impuesto otra moda, la introspección testimonial. Pero Beà es un viajero medieval que prefiere contar en la tabernas a escribir en un monasterio.
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