Sofá-cama y penumbra
Los infrapisos ofrecen espacios mínimos, poca luz, humedad y mala ventilación
Lorena ocupa desde hace unos meses unos bajos de una finca clásica de la calle de València. No quiere fotos, porque es lo único que ha podido conseguir en su afán de vivir en el Eixample, por 450 euros, y no quiere que la echen. Se aferra a la ubicación para resistir "muchísimas incomodidades". La primera y más evidente es la "sensación de jaula". El pequeño espacio solo ventila por dos ventanitas con rejas que dan al patio interior por el que pasa el ascensor. Si no enciende la luz, está más a oscuras que en una cueva.
La micrococina eléctrica está a nivel de calle, junto a una mesita y un sofá, mientras que en un altillo se ubica la cama. Un espacio que, por dimensiones, podría resultar suficiente para vivir sola. Pero una cosa es el tamaño y otra aún peor es carecer de ventanas al exterior o estar en unos bajos donde antaño hubo una portería y la humedad devora la pintura de las paredes. Pasar horas en casa podría acabar con un claustrofóbico, pero Lorena opta por estar lo mínimo, para dormir.
El otoño está siendo más llevadero, porque en verano sufrió la ineficacia de un aparato de aire acondicionado tan encajonado que apenas tiene potencia. Un calor achicharrante -un tabique le separa de una panadería- que trataba de paliar abriendo la puerta del cutrepiso, que quedaba completamente a la vista de cualquier vecino que cogiera el ascensor. Esa falta de intimidad también era aprovechada por las cucarachas que se colaban desde la calle.
PANORAMA DESOLADOR
Carteles de agencias inmobiliarias y webs del sector dejan vislumbrar la cara más amarga de la especulación. Mientras la crisis ha reajustado los precios de venta, la actual escasez de la oferta de alquiler convencional (al menos 16.000 pisos se destinan a usos turísticos, según un informe municipal) ha disparado el coste de los arrendamientos de toda la vida. Solo entre un 20 y un 25% de los anuncios que aparecen en los portales inmobiliarios están por debajo de 1.000 euros, una cifra inalcanzable para muchos barceloneses, que optan por los minipisos.
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Por un minihogar en condiciones, con una buena reforma, se pagan con frecuencia entre 700 y 1.000 euros si son céntricos aunque midan unos 35 metros cuadrados teóricos, que luego suelen ser menos. De hecho, el ayuntamiento concede subvenciones para revertir las malas condiciones de un inmueble, si se solventa con obras y se ajusta a normativa.
Pero otros espacios no tienen una estructura que lo permita. La búsqueda activa de una supuesta vivienda barata y la ruta de visitas realizada por este diario ha topado con ofertas del calibre de dos estudios de ¡11 metros cuadrados cada uno!, separados, por los que se piden 82.000 euros y en los que apenas cabe un sofá cama, una mesa y un microondas. En este caso, se garantizaba una rentabilidad de 300 a 350 euros, ya que uno de ellos ya está alquilado.
El aspirante a arrendatario modesto se encuentra estancias de 20 metros cuadrados en el Clot por 640 euros mensuales, en la Barceloneta del mismo tamaño en un 3º sin ascensor por el mismo precio, en la calle de Dagueria un quinto sin ascensor de 14 metros cuadrados por 450 euros al mes, en Sants 30 metros cuadrados por 650, en Sant Andreu un bajo interior sin luz de 20 metros "para una persona" a 450, en Escudellers por 36 metros cuadrados pedían setecientos, en el Poble Sec eran 650 por un bajo de 26 metros cuadrados... y en versión pija, para estudiantes de paso, una empresa oferta estancias de 15 metros cuadrados en el Raval a 700 euros, con coquetas zonas comunes de terraza y lavabos.
Pero si el que busca es un aspirante a inversor de medio pelo, las opciones se amplían desde una promoción de áticos de 20 metros cuadrados (más terraza) a 172.000 euros -por reformar y con propuesta de diseño de regalo-, un loft de 30 metros en un sexto sin ascensor en el Born o un cubículo de 20 metros sin cédula en la Sagrada Família por 75.000, hasta un semisótano en el Camp de l'Arpa por 76.000 euros y 32 metros.
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