FESTIVAL DE FILOSOFÍA
Una especie imbécil
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA
Hay menos imbéciles que antes. El problema es que ahora, los que lo son, que todavía son muchos, por no decir una mayoría (silenciosa), son más ruidosos. Tienen más altavoces, más plataformas en las que exhibir su musculada tontería. Y claro, parece que hay más. También en la política, donde ser imbécil, siempre desde el punto antropológico y filosófico, es como ser alto en la NBA. Maurizio Ferraris, filósofo y catedrático de la Universidad de Turín, se expresó en estos términos este miércoles en una conferencia sobre el tema en el Arts Santa Mònica del Raval, dentro del festival de filosofía Barcelona Pensa. Unas 100 personas degustaron las mieles de la flaqueza humana, hasta llegar a una reconfortante conclusión: "Cuanto más convencidos estemos de que vivimos rodeados de imbéciles, más felices seremos". Por eso repitió la palabra “imbécil” unas 200 veces en 55 minutos. Para que quede claro. Imbéciles todos, aunque sea solo un poco.
Los saltamontes no son idiotas. Tampoco las gallinas ni las lagartijas. No lo son porque no lo pueden ser. “Mi gato es más independiente que yo. Tiene menos servitud voluntaria. No puedo imaginarle con el móvil porque no tiene la necesidad de comunicarse sistemáticamente, de ser reconocido por otros gatos. Solo, quizás, en asuntos ligados con el sexo”. Por eso el gato del profesor Ferraris tampoco es ni puede ser imbécil. Al entender de este estudioso de la tontería sapiens, “entre imbéciles constantes y accidentales, parece que está cerca el fin de la humanidad”. Pero no, es una cuestión que, aunque parezca mentira, tiene que ver con el progreso, con el efecto mediático de la simplicidad. La tecnología avanza. Y amplifica. Ergo, hay esperanza.
INVASIÓN TONTA
Umberto Eco, antes de despedirse del mundo de los imbéciles, lo resumió de esta manera en junio del 2015: “Los social media dan derecho a hablar a legiones de imbéciles que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la colectividad. Eran acallados inmediatamente, mientras que ahora tienen el mismo derecho a palabra que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”. Siempre los ha habido. Imbéciles neolíticos -“había millones de ellos en las cavernas”-, paleolíticos... “Incluso Adán y Eva”. Había que ser muy imbécil para seguir los consejos de una serpiente con muy mala pinta.
Pero hay ejemplos más cercanos en el tiempo. Tiene que ver con el seguidismo ciego hacia ciertas figuras, con la capacidad de seducir a las masas. Como Joseph Goebbels, el ministro de Información de Hitler (otro imbécil de campeonato). “¿Queréis la guerra total?”, preguntó a la enfurecida turba en un acto en Berlín, en febrero de 1943. Todos a favor, a muerte con el 'fuhrer'. Una tontería que dos años después se tradujo en un país en ruinas cuya imbecilidad no había permitido bajar los brazos hasta que no quedara en pie más que alguna iglesia.
“¿Por qué aguantar hasta el fin?”, se preguntó Ferraris, convencido de que algunos de los grandes personajes de la historia fueron, también, grandes imbéciles. Fue y es así porque “hay una línea muy delgada entre lo sublime y lo ridículo”. Francis Bacon o Martin Heidegger fueron dos ejemplos de tipos geniales que escondían a un tonto pata negra, según este filósofo turinés. También Napoleón, con sus estrategias militares, como la campaña de Egipto, en la que 16.000 soldados franceses no alcanzaron a entender nunca por qué se les embarcaba a una muerte segura.
SAGRADA IDIOTEZ
Al margen de individuos, también hay símbolos de la imbecilidad. Ferraris deslizó una diapositiva que bajo el nombre de “termita conceptual”, comparaba la Sagrada Família con una construcción muy similar levantada por estos insectos amantes de la madera añeja. Era otra manera de confirmar que los animales no son imbéciles. La foto despertó algunas risas.
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Lo bueno del caso, según el diagnóstico de este filósofo, es que la imbecilidad es como el colesterol: está la buena y la mala. ¿Y cómo distinguirla? ¿Cómo educar a nuestros hijos para que cojan la senda del imbécil racional? Solo hay una manera de que el pequeño no sea idiota. Habría que dejarlo en la selva y que la fauna se encargue de él. Mowgli es un chico con suerte, vamos. Alejado de inputs que le almidonen el cerebro, quizás así, pudiera salvarse de la tontería humana. Pero como eso sería, según como, también una idiotez, lo mejor es educar en base a los errores del pasado. Y como el ser humano ha cometido muchos a lo largo de la historia, por eso ahora hay menos tontos que antes. Aunque se diría que hay más. Como dijo el también ilustre filósofo Forrest Gump, al fin y al cabo “tonto es el que hace tonterías”.
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