BARCELONEANDO

Los Pistols del Llobregat

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OLGA MERINO

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Sopla un viento loco que comba las ramas de los árboles, arrastra polvo y revuelve el almanaque de la memoria como si el tiempo no hubiese transcurrido dejando tras de sí un lastre de canas y un comedimiento ya un poco menos punkarra. Pero ahí están, puntuales, en el sitio convenido, en la boca del metro de Sant Ildefons, Morfi Grei y Jordi Subidas, vocalista y bajo de la Banda Trapera del Río. Los que nos han ido quedando.

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El motivo de la reunión no es otro que un feliz aniversario porque la Trapera, grupo mítico del rock suburbial, cumple 40 años si se toma como referencia el primer concierto que ofrecieron, el 13 de noviembre de 1976, en el Patronat Cultural de Cornellà. Y lo festejarán, claro, el sábado 18 de noviembre, en la sala Salamandra 1 de L’Hospitalet con un concierto que inaugurará una gira. Cuarenta años de Los Pistols del Llobregat, aunque bien mirado, qué puñetas, no necesitan sobrenombre alguno como muleta puesto que ellos ya eran punkies antes de que los británicos se pusiesen a tocar los 'bollocks'. Y, encima, con el mérito de no saberlo.

Caminamos entre los viejos bloques de entonces, colmenas de cemento donde empezó a amontonarse, ya antes de los años 70, la mano de obra barata que venía en masa del sur para trabajar en la construcción o en empresas como la Pirelli, la Siemens o la ELSA (el padre de Morfi se colocó en la Harry Walker). Pisos construidos deprisa y corriendo, de ínfima calidad, por especuladores privados pero con el aliento del sector público, en una coyunda donde empezó a cocinarse el chanchullismo inmobiliario; la prehistoria del ladrillazo.

Aquellos mastodontes de hormigón se levantaron en el vacío. No había nada en la periferia, ni guarderías ni dispensario ni asfalto. “El metro al lado de casa, pero de barro hasta el pantalón”, vociferaba la Banda Trapera del Río, que en sus primeros conciertos se presentaba diciendo: “Somos de los bloques verdes, la única zona verde de Cornellà”.

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Y fue así como aglutinaron el descontento, las carencias, el grito pelado del extrarradio, se llamara Sant Ildefons, Cinco Rosas, Singuerlín, Verdum o Llefià. “Por eso ciudad satélite es como una enorme cloaca,/ por eso sus habitantes tienen rabo como las ratas”, continuaba la letra de Venid a las cloacas. Como escribe Javier Pérez Andújar, príncipe valiente y pregonero de lujo, “La Banda Trapera del Río era el ruido que hacían los bloques, allí solos, en medio de la noche oscura de España” ('Diccionario enciclopédico de la vieja escuela').

Morfi y el Subidas -el apellido de verdad es Pujadas- escogen para la charla 'revival' uno de los últimos reductos traperos, el Bar Extremadura, una tasca de barriada, de botellín de cerveza y esos cacahuetes con la sal golosa en la cáscara. “Esto no se arregló hasta la llegada de los ayuntamientos democráticos, en los años 80”, reconoce el vocalista. Costó lo suyo; años de caceroladas, de cortar el tráfico para pedir un semáforo, de encadenarse, de secuestrar autobuses para que el transporte público llegara al fin del mundo.

En el tardofranquismo y en los años que siguieron, los quebraderos de cabeza de quienes mandaban los constituían el plomo de ETA y el Baix Llobregat, donde las reivindicaciones vecinales se solapaban con las huelgas obreras. Y luego el paro, un desempleo atroz por las reconversiones que pavimentaron el camino hacia Europa.

TIEMPOS DE FUTBOLÍN Y MARCIANOS

Para los adolescentes, eran aquellos tiempos de futbolín y marcianos, de descampados llenos de socavones. Tiempos de motes, el Flequi, el Migui, el Tajas, que llevaba el paquete de rubio metido en el calcetín; en el fondo, hijos todos de campesinos deslocalizados. Por la tele echaban Starsky y Hutch, y a los chavales los chalaba el carro con la raya blanca; a nosotras, esos detectives un poco macarras.

Estampas neorrealistas de la periferia -como las magníficas fotos que hizo Salvador Costa- cuya banda sonora la ponían la rumba la rumba de caño roto o el sonido metalero. Después, como un maná venenoso caído del cielo, como si nada, llegaron a los barrios la heroína y sus destrozos. El caballo, a pecho descubierto.

Los barrios y la Trapera han sobrevivido con la dignidad intacta. Para el aniversario, Morfi se grabó en agosto el nombre de la banda en el antebrazo; en realidad, los tatuajes solo tienen sentido si te has dejado la piel en lo que simbolizan. Feliz cumplemuchos, Trapera.