El triunfo de la voluntad

La bajada de inscritos en las manifestaciones de la Diada permite intuir que el cansancio empieza a hacer mella más allá del unionismo contumaz

Pancarta para la Diada en la plaza Tetuán, este sábado.

Pancarta para la Diada en la plaza Tetuán, este sábado. / periodico

RAMÓN DE ESPAÑA

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Cuando ustedes lean estás líneas (si es que las lee alguien, un extremo que siempre hay que tener en cuenta), estaré fuera de Barcelona, en la casa de campo de una amiga, chapoteando feliz en su piscina, puede incluso que en compañía de mi patito de goma favorito. Desde luego, no se me va a ver en el paseo de Sant Joan, ni mucho menos en Berga, donde intuyo que deben estar a punto de declararme persona non grata tras haber escrito una columna irónica sobre el héroe local Francesc Ribera, alias Titot, del que me llegan voces de que me está poniendo de vuelta y media en Twitter, una red social de la que no formo parte y a la que no pienso apuntarme jamás: no he caído aún tan bajo como para hacerme de Twitter para ver qué dice de mí el líder de Brams. Ante una nueva edición de la Diada de la Marmota, lo más razonable es salir pitando hacia un lugar sin gritos ni aglomeraciones. Además, ya la celebré a mi manera hace unos días en la biblioteca del hotel Cotton, a medias con Pau Guix y Pablo Planas, durante una conferencia-diálogo-coloquio organizado por el CLAC. 

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El hecho de que los inscritos al evento sean un 20% que el año pasado permite intuir que el hastío va más allá de nosotros, los unionistas de mierda, y empieza a instalarse entre la grey soberanista. Lo comentábamos hace unos días con mi amigo S. mientras almorzábamos en una agradable terracita frente al parque de la Ciutadella. Yo sostenía, de forma elegante y filosófica, que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía. Mi amigo, por su parte, resumía la situación de forma más cruda y rayana en la grosería: “Hombre, es que la paciencia del ser humano tiene un límite. Les han dicho que la independencia está al caer, y se lo ha dicho una gente que, en su fuero interno, sabe que aspira a algo imposible. No es que no haya quorum en España, es que no lo hay en Catalunya. Los políticos hablan del pueblo catalán cuando apenas representan a la mitad de ese pueblo; les han hecho creer en la 'revolta dels somriures', cuando no hay ninguna revolución digna de tal nombre protagonizada por buenos y sonrientes burgueses; sacan a la gente a la calle cada año en plan 'Vine, que tremparem', y muchos ya empiezan a estar hartos de empalmarse para ver que el tiempo pasa y no se corren nunca, cosa que pone de muy mal humor: recuerda el dicho romano, 'semen retentum venenum est…”

Mi amigo S. y yo, que somos un par de botiflers, vivíamos más a gusto en la Catalunya anterior al 'Prusés', que era un paisito prácticamente normal en el que la gente, como en los países de verdad, cuando llegaba la fiesta nacional se iba a la playa o, parafraseando a Brassens en la versión de Paco Ibáñez, se quedaba en la cama igual. Hablo de unos tiempos anteriores a esta explosión de épica y lírica en la que vivimos inmersos desde 2012, cuando el célebre corro de la patata en el que miles de soberanistas se dieron la mano y creyeron que, entre eso y una sonrisa de palmo y medio, la República Catalana era cuestión de días. Luego ya se vio que no, pero continuó el 'vine que tremparem' y montamos aquel desfile de corte norcoreano en la Diagonal que si lo llegan a organizar los españoles en la Castellana nos habríamos echado todos las manos a la cabeza, ¡y con razón!, pensando que volvía el fascismo (lo mismo que habríamos pensado si en vez de la festassa de la Rahola con el president y el poli paellero, se hubieran reunido Rajoy y Fernández Díaz en casa de Paco Marhuenda). 

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Ni el 'agit prop' de los 'medios de intoxicación del régimen' ha conseguido frenar la caída de inscritos a la 'performance' de este año. No descarto, incluso, que la hayan alentado con tanta insistencia y tanta pesadez. Tanto en TV-3 como en El Punt/Avui Televisió como en Catalunya Radio –por cierto, enhorabuena a Mònica Terribas por esa foto con Arnaldo Otegi que ha colgado en la red: si yo tuviera una con Charles Manson haría lo mismo-, iban desfilando en bucle Jordi SánchezJordi Cuixart y los tertulianos habituales, machacando todos con lo mismo, predicando para los conversos y aburriendo mortalmente a los demás.

Menos mal que Joan Tardà ha estado de traca, como tiene por costumbre, y ha dicho eso tan bonito de que si España lo enchirona, los catalanes le sacarán en hombros del penal. ¡Santa inocencia! Los que realmente conocemos a nuestros compatriotas sabemos que pasaría algo muy parecido a lo ocurrido en Euskadi cuando entrullaron a Otegi: nada, ya que el vasco medio hizo lo mismo que en el franquismo y durante la actividad criminal de ETA: mirar hacia otro lado y seguir atiborrándose de pinchos.

Catalunya empieza a parecerse a la Padania del mangante de Umberto Bossi, aquel delirio del que ya no se acuerda prácticamente nadie.