LA RESTAURACIÓN FUERA DEL CENTRO

Territorio quinto

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HELENA LÓPEZ / BARCELONA

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Identificarlos es sencillo. Normalmente tienen colgado sobre la barra en cualquiera de sus versiones -desde la hoja cuadriculada y el texto en bolígrafo hasta el formato más 'nostrat' en forma de baldosa de Breda- un cartel en el que se advierte de que no se fía. Algo que, ahí el segundo rasgo importante, casi nunca se cumple. No se aplica a los suyos, a los del barrio, la clientela de toda la vida, cuyos nombres de pila se alistan en una libreta bregada, al lado de una retahíla de precios o simplemente palitos, a la espera de cobrar el mes para ajustar cuentas. También suelen tener un televisor, cuanto más grande, mejor, casi siempre encendido, al que la mayoría no hace demasiado caso; una o más tragaperras y, en algunos casos, las cervezas se sirven acompañadas de una tapa -gratis, se entiende- y, en los menos, incluso cocinada. Si el local reúne la mayoría de estas características, sin lugar a dudas, se está en territorio quinto o botellín, medida estrella porque no le da tiempo a calentarse.

En la ciudad de la Rambla de las pintas a siete euros, pero como si fuera en otra galaxia, la rambla de Prim, la calle mayor de La Verneda, es un lugar en el que se pueden encontrar quintos a 80 céntimos, aunque la media está en 1,10 euros. En el tramo entre la rambla de Guipúscoa y la calle de Binéfar -una manzana-, siete bares. Todos con las persianas subidas.

Regentado por Sandra Rodríguez desde hace siete años, en el Bar Bodega Granada siempre hay vida. En el mostrador de la barra, hoy, tres tipos de tapas distintas: pimiento con salchicha, chistorra y tortilla de patatas. Cada vez que un cliente le pide un quinto -que cobra entre 1,10 y 1,20 euros, en función de la marca-, Sandra se lo sirve acompañado de una de las tapas que ella misma ha preparado. "Cada día son diferentes -cuenta la camarera-; depende del día". Estos de vacaciones, Jésica, su hija preadolescente, le hace compañía en el bar. "Aquí siempre hay alguna señora mayor del barrio que se sienta en la terraza a charlar conmigo -dice la niña-, y yo la entretengo a ella y ella me entretiene a mí".    

En el diminuto bar Puerto, a pocos metros del Granada, en la calle de atrás -donde no hay tantos bares como en la Rambla, pero donde tampoco se pasa sed-, suenan alegres rancheras que la clientela celebra. "La música varía mucho, es a petición del cliente", explica Tamara Layana, risueña propietaria del bar desde hace 10 meses. Sobre la barra, varios quintos - también a 1,10 euros- y platillos vacíos con un palillo como único testimonio. Ya no queda rastro del trozo de pan con chistorra con el que los había acompañado la joven camarera. "A veces uno está charlando por aquí de algo y contestan por allí abajo -relata la camarera-, aquí somos algo parecido a una gran familia".

SEGUNDA GENERACIÓN

En los últimos años, la tendencia en Barcelona es que muchos de estos bares pasen a manos de ciudadanos de origen chino, que en la mayoría de los casos conservan el nombre del local y su especialización: el quinto. La Verneda no es la excepción. Es el caso de La Bodegueta de Prim, regentada por Victoria y su marido, ambos de origen asiático, muy arraigada en el barrio al ser la segunda generación que lleva el local. "Yo ya venía cuando lo llevaba su padre", explica Víctor, vecino de este barrio de Sant Martí desde hace 50 años y buen conocedor de todos los bares de la zona. "El café me lo tomo en el Granada [a 1,10 euros, cinco céntimos más caro que en la Bodegueta de Prim], así leo el 'Marca', que aquí solo tienen la prensa del Barça -bromea el hombre, quinto en mano-. Aquí vengo más tarde, a hacer la cerveza". Echa de menos el ambiente en los bares del barrio de antaño, cuando no se cabía y la gente jugaba al dominó. "Ahora muchos aún nos conocemos, claro -concluye con melancolía-, pero no es como antes".

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