CRÓNICA DE UNA NOCHE DE DESMADRE
Antipostal de Barcelona
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
C. M. D. / BARCELONA
Hubo un tiempo en el que el barcelonés bajaba al Port Olímpic. La marina deportiva era una zona de ocio privilegiada, insólita en una ciudad cuya única presencia cara al mar se limitaba a los chiringuitos de la Barceloneta que los Juegos del 92 se llevaron por delante. Hoy cuesta horrores dar con público local, resguardado tierra adentro cuando cae el sol, alejado de los polos más turísticos de la capital catalana. Como este. Aquí abunda el visitante joven, al que será raro encontrar por los pasillos de un museo o preguntando por la sala Beckett. En este enclave y sus alrededores se hace carne lo peor de la noche, desde el desembarco en forma de botellón hasta el colofón de contoneos, peleas y sexo entre los setos. La calle de Moscou y lo que en ella y en su entorno acontece es un efecto colateral de esta antipostal de Barcelona, un afluente entre el metro y las discotecas.
La parada de la línea 4 de Ciutadella-Vila Olímpica es un dispensario de nacionalidades. A eso de las 23.00 horas del viernes 1 de julio, día en el que el verano da comienzo de manera psicológica, empiezan a llegar guiris que habrán cenado aquí o allá. Cinco chicos vestidos de enanitos acompañan a un amigo disfrazado de Blancanieves. Despedida de soltero a la francesa. Un grupo custodia a un hombre ataviado con un traje de luces. Hay que fijarse bien: por detrás se le intuye un pedacito de culo, peludo. Despedida de soltero a la inglesa. Las hordas de jóvenes no superan los 30 años. Británicos, alemanes, estadounidenses, italianos. También un grupo de belgas que acaban de ver cómo su selección quedaba apeada de la Eurocopa por la correosa Gales.
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LATERO Y EL PRIMER PIS
Una chica con un 'hulahop' pregunta cómo se va al Born. Va descalza y se marcha muy despacio. Demasiado. Un latero ofrece cervezas Adlebrau; las ventas van a buen ritmo. Son un pequeño aperitivo, porque la mayoría, como mínimo una persona por cuadrilla, carga una bolsa verde de plástico cargada de botellas y vasos destinados al consumo callejero. Una minoría se acomoda en Moscou, donde aprovechan para echar el primer pis de la noche. Otros siguen hasta los jardines de Atlanta, en Salvador Espriu, con buenos recovecos para recostar posaderas e hincar el codo.
Ya en el Port Olímpic, ni rastro de Barcelona. A lo sumo, los que van a la Sala Monasterio, antes sita en los porches de Xifré, que aquí sigue ofreciendo conciertos de bandas locales. A medianoche, avistada la primera 'pota' de la jornada: un chico de unos 20 años que tiene los zapatos perdidos y a su novia, dándole golpecitos en la espalda. El vigilante de los restaurantes de la torre Mapfre, un hombre de unos 50 años, dice que a él no le llegan los “marrones”, que aquí el último establecimiento cierra a las tres. Quizás por eso los agentes de seguridad del Port Olímpic son hombres de espaldas como armarios roperos. Radiografían a todo el que entra, como indicándole que se han quedado con su cara. No sería la primera pelea que termina en tragedia.
ENAMORADOS Y LICENCIADOS
La noche avanza, como el alcohol en la sangre. Entre las dos y las cuatro se dicta una tregua no escrita. Tensa calma, diría el tópico. Es el momento en el que casi todos se arremolinan en los locales. Solo los muy perjudicados, los enamorados o unos licenciados de la Pompeu que no se han quitado la toga se dejan ver por las inmediaciones. A las cinco regresa el festival: todo empieza a cerrar, menos el nuevo día, que empieza a abrir.
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“¡¡Iván!! ¿Adónde váis?”, chilla una joven. “Me la llevo a mear, id tirando”, responde el tal Iván, metido ya en el sumidero de Moscou. A eso de las 5.30 horas, un grupo de prostitutas -no es un suponer, pues ofrecen amablemente sus servicios- baja por la calle de Marina. Poco después, como acreditaría el fotógrafo Ricard Cugat al regresar a la Vila Olímpica la noche del sábado, se las podría ver ejerciendo en los arbustos situados en el parque de las Cascades, irónico nombre para practicar felaciones a turistas en avanzado estado de embriaguez. La imagen trae a la cabeza el sexo en los porches de la Boqueria, imagen captada en el 2009 que prendió todas las alarmas municipales y sociales.
Los que se van para casa en taxi, sufren el efecto de la escasa oferta: los chóferes preguntan al cliente adónde va, y si calculan que la carrera será abultada, le dejan subir; si va cerquita, búscate la vida. Es ilegal. A las 6.30 horas, las gaviotas van como locas en busca de comida. Encontrarán botellas rotas, latas, envases de plástico, vómitos, preservativos, orina. Una de ellas da con un bocadillo a medias. Bingo.
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