Envidia cochina

Paseo por el Parque de Atracciones Barcelona a bordo de un cochecito parlante

Coches Go Car en Barcelona

Coches Go Car en Barcelona / periodico

RAMON VENDRELL / BARCELONA

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Vivir en un parque de atracciones siempre enfadado con el parque de atracciones y su clientela es de aguafiestas y cansado, de modo que M. y yo decidimos sumarnos a la parranda turística por un día. La atracción elegida es un GoCar, uno de esos vehiculitos de tres ruedas, amarillos, biplazas, descapotados y parlantes que tanto contribuyen a la imagen festiva de Barcelona (también evaluamos la posibilidad del 'rickshaw' a pedales, pero nos genera rechazo por muy fans que seamos de Tintín y por muy saludable que sea para el joven que suda la gota gorda mientras tú observas la vida indígena). La encargada de la cochera no muestra sorpresa por el hecho de que seamos barceloneses, nos da cuatro instrucciones sobre el funcionamiento del artefacto motorizado y, hala, a la calle.

Sí, muchos peatones nos miran, pero más con curiosidad que resentidos con la diversión ajena. En un semáforo de la Ronda de Sant Pere un chico nos mira de otra manera: con extrañeza. Y nos saluda con la mano. Maldita sea. Es un amigo de nuestro hijo. Quien diez minutos después llama por teléfono y pregunta indignado: "¿Qué estáis haciendo?". En mal momento retoma el cochecito el charloteo de cicerone. Sus explicaciones sobre la Barceloneta se suman a las mías sobre la situación en la que hemos sido cazados. Ya tiene el adolescente otro motivo para sentirse abochornado por sus padres. "Sois unos frikis", se despide. "Envidia cochina", le respondo.

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El GoCar te cuenta cosas del sitio por donde pasas cuando pasas por un sitio que conoce. Para enterarte tienes que llevar el volumen a tope porque el motor hace mucho ruido y la carrocería vibra de mala manera. Menudos sustos pega cuando vuelve a la carga tras un rato callado. Exceso de pintoresquismo: la Barceloneta nunca fue un "pueblo" de pescadores. Barrio de toda la vida.

BIRRIA DE VENGANZA

Avenida del Litoral. Veo el McDonald's de la Vila Olímpica, con su McAuto abierto las 24 horas, y recuerdo la humillación que allí sufrí. Como para olvidarla. Cuando el Sónar de Noche se celebraba en el cercano pabellón de la Mar Bella salí del festival con un ataque de hambre negra y vi la salvación en el McAuto. Me puse en la fila de coches. A pie. Al llegar salivando a la ventanilla de servicio me negaron un menú cuarto de libra con queso con la excusa de que solo atendían a coches. El guasón bocinazo del automóvil de atrás acabó de hundirme y me fui sin rechistar. ¡Venganza!, clamo ahora. A ver si se atreven a decirme que el auto loco no es un coche (técnicamente no lo es, es un ciclomotor tuneado, pero eso, que se atrevan a negarme el menú cuarto de libra con queso). Ninguna fricción. Aquí tienen. Aunque originamos cierto cachondeíllo entre los empleados, que casi nos hacen una foto con el móvil. Tenemos que comer mal aparcados y por tanto en tensión bajo la cubierta de la gasolinera aledaña porque no hemos tenido la precaución de coger sombreros. Y al partir del complejo 'on the road' nos equivocamos de salida y nos metemos con el ingenio rodante de juguete en la Ronda Litoral, con el consiguiente mal rato entre coches de verdad. Qué birria de venganza.

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Otra vez en vías menos salvajes. Unos chavales que tiran petardos en un parque del Poblenou nos detectan parados en un semáforo. Por nuestras cabezas pasa que somos el blanco perfecto de una gamberrada. Malpensados. Los muchachos se contentan con gritarnos: "¡Guiris!" "Envidia cochina", quiero responderles. Pero pienso a tiempo que ellos tienen petardos y nosotros no tenemos techo.

SIMPATÍA ENTRE IGUALES

El cochecito que habla informa al atravesar el Raval de que muchas personas se preguntan: "¿Cómo se las arregla la gente para vivir aquí?". En la calle del Carme con la Rambla se pone castizo y suelta un silbido. "Ahora mirad a la persona más guapa que veáis", remata. Acaba de conseguir que los transeúntes nos miren como si fuéramos bobos, pero nos da igual porque estamos ya totalmente desinhibidos en una atracción y sabido es qué sienten los mirones de las atracciones: envidia cochina. La máquina está desatada y ante el Liceu se arranca a lo Castafiore. En la avenida del Marquès de l'Argentera, de vuelta al redil, nos cruzamos con una expedición de dos semejantes y, por supuesto, los tres hermanitos tocamos el claxon.