VERTEDERO SUBMARINO EN EL LITORAL

Barrenderos de goma

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Urnas funerarias con cenizas en el interior, un coco con figuras de vudú, una botella con el mensaje de esperanza de una adolescente, un tirador de cerveza, un carro del súper, una veintena de bicicletas del Bicing. Y mierda, mucha mierda. El fondo marino de Barcelona es un espejo de la vida urbana, un contenedor disfrazado de azul. Invisible. Cada año, un grupo de voluntariosos submarinistas escudriñan los espigones y el litoral. Desde el 2008 han sacado unas 10 toneladas de porquería, y este 2016, por primera vez, han barrido la zona antes de que empiece la temporada de verano. Desde Llevant hasta el Hotel W. Lo hacen para que las playas brillen más. Y para que los bañistas estén más seguros en el agua. Y más sanos, porque si un pez se come un plomo de pescador, ese material tóxico podría terminar en el estómago de un ser humano.

Cuando una marea de suciedad se mece en la orilla, el neófito tiende a pensar que un barco ha lanzado por la borda toda su mugre. O que se han abierto las alcantarillas de la ciudad que dan al Mediterráneo. No es así, aunque también puede ser. Oliver Sánchez, director del centro de submarinismo Vanas Dive, explica que los desechos sedimentan a escasos metros del lugar en el que los niños levantan castillos, movidos por el oleaje, en reposo, y que el viento, sobre todo el 'garbí', lo remueve todo y hace emerger la suciedad. "El bosque quemado lo ve todo el mundo y se actúa con rapidez. El fondo marino es también un bosque quemado, pero invisible, y no parece que importe tanto aunque sea un peligro".

LAS SECUELAS DE LAS OBRAS DEL FÒRUM

Esta no es una tarea anecdótica, ni divertida, ni deportiva. Israel Bastida, agente de la Guardia Urbana, es junto a Oliver el impulsor de esta limpieza anual que hasta la fecha solo se hacía entre septiembre y octubre, cuando las toallas abandonan la arena. La primera, la del 2008, les sirvió para darse cuenta de que durante las obras del Fòrum, el mar se convirtió en vertedero improvisado. Sacaron vallas, carretillas, material de construcción de todo tipo. También 15 bicicletas del Bicing. Al parecer, la zona no estaba vallada y se puso de moda lanzarse al agua montado en la bici pública. Eran los tiempos en los que arrancarlas de las estaciones era pan comido. En una ocasión sacaron del agua un felpudo en el que se leía 'welcome'. Lástima que no flotara: morrocotuda bienvenida para el 'Harmony of the Seas'.

La situación nace del incivismo de nativos y turistas. Pero también de la tolerancia, pues está prohibido entrar en los espigones, ya sea para pasear, tirarse desde las rocas o pescar. La dejadez tiene una explicación administrativa: el ayuntamiento se encarga de las playas, pero desde ese punto la competencia es estatal. Así las cosas, entre los malos hábitos y el vacío burocrático, el litoral sigue acumulando inmundicia de todo tipo. No ayuda, detalla Oliver, que los espigones se construyeran perpendiculares a la playa. "Si se hubieran diseñado en forma de 'V', eso facilitaría la expulsión de toda la mierda". Tal y como están colocados, los desechos basculan siempre dentro de un mismo perímetro o quedan asidos a los diques de piedra, sin posibilidad de entrar en mar abierto.

EN EL RETRETE, SOLO PAPEL

La cosecha de esta pasada semana (tres días) dio para recoger un 'bicing', una maleta, un billete de cinco euros (en años anteriores dieron con uno de 50), tres teléfonos -un iPhone 5 nuevecito entre ellos-, una silla de pescador y neumáticos de bicicleta. Esto, al margen de lo de siempre: toallitas, plásticos, latas, compresas y todo tipo de material de pesca: anzuelos, plomos e hilo. "La caña no la tiran, no...", bromea Oliver. Sobre los artículos de higiene femenina e infantil, ambos recuerdan que aunque el envoltorio diga lo contrario, "en ningún caso pueden tirarse por el retrete porque no se deshacen como el papel higiénico". También se actúa en los espigones desde la superficie. Una docena de voluntarios sacaron 100 kilos de basura en tan solo una hora, desperdicios fruto, sobre todo, del botellón.

Israel y Oliver coinciden en el podio de cosas raras extraídas del mar. En primer lugar, las urnas funerarias. "Recuerdo que abrí una dentro del agua y empezaron a salir las cenizas". La volvió a cerrar de inmediato. Y para fuera. También sacaron un coco que en el interior guardaba con celo una pulsera, un papel con un nombre escrito y un mechón de pelo. Puro vudú. Y el colmo de la buena suerte: un submarinista dio con un pendiente con un brillante, y un compañero, al rato, encontró la pareja. 

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