Max en el Museo del Prado

Su nuevo libro rinde homenaje al Bosco, coincidiendo con la mayor exposición dedicada hasta ahora al pintor

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RAMÓN DE ESPAÑA / BARCELONA

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El próximo día 30 se inaugurará en el Museo del Prado la mayor exposición de El Bosco jamás realizada, y para celebrar tan magno acontecimiento, el dibujante Max (Francesc Capdevila, Barcelona, 1956) ha publicado un álbum de cómics que acaba de salir a la venta, coincidiendo con la nueva edición del Salón del Cómic, que concluye hoy. El libro se titula 'El tríptico de los condenados (una pantomima bosquiana)' y se abre con una cita muy pertinente sobre el pintor flamenco a cargo de Fray José de Sigüenza, extraída de su 'Historia de la Orden de San Jerónimo': "Los demás pintaron al hombre cual parece por de fuera: este solo se atrevió a pintarle cual es dentro".

Aunque Max siempre ha admirado al Bosco -"aunque no tanto como a Brueghel", matiza-, la idea del álbum vino de otra persona, José Manuel Matilla, conservador del Gabinete de Dibujos y Estampas del Prado y gran aficionado a los comics: "Le llevó un tiempo convencer al director del museo, Miguel Zugaza, de lo oportuno de su propuesta, pero lo acabó logrando. La verdad es que fue todo bastante suave y sencillo: Zugaza me citó en su despacho, yo me presenté con los deberes hechos y a partir de ahí me puse a trabajar sin que nadie se metiera en lo que hacía o dejaba de hacer".

ENTRE ARMAS

La relación de Max con el Prado viene de antiguo: "A mí me tocó hacer la mili en Madrid, en 1978. Me destinaron al Museo del Ejército, que solo abría sus puertas al público por las mañanas, y ahí me dedicaba a pasar el plumero por cuadros, estatuas y armas y a hacer como de vigilante de sala con uniforme. Lo peor venía de noche, cuando te caían las guardias. El sitio, pese a su tufo franquista -Franco llevaba tres años muerto, pero allí no se habían dado por enterados-, tenía su gracia: bustos de héroes, retratos de generales, espectaculares cargas de caballería... Y armas, claro. Entre ellas, la metralleta de uno del maquis que también se llamaba Capdevila, motivo por el que un sargento me observaba con cierta prevención, por si yo era descendiente suyo... Lo malo es cuando descubrieron que era dibujante y me pusieron a redactar cartelas, pues me instalaron una mesita a la vista del público y allí echaba yo las mañanas con mi rotring y mi escuadra. Pero no me quejo: era un buen destino. Y por las tardes, me acercaba al Museo del Prado, que estaba prácticamente al lado, y me empapaba de todos los maestros antiguos. Entre ellos, el Bosco, claro está". 

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El antiguo recluta es ahora un artista respetado que se gana la vida como ilustrador, ya que no como autor de cómics, ocupación que en este país sigue siendo asaz ruinosa. Pero el hombre no se queja porque, dentro de lo posible, siempre ha hecho lo que ha querido, desde los viejos tiempos del 'underground' hasta el momento presente, cuando recibe encargos del Museo del Prado (ya solo falta que mi amigo Ignacio Vidal-Folch entre en la RAE para convencerme de que mi generación no ha hecho totalmente el ridículo).

'ES SENYOR DE SA FINESTRETA'

De todos modos, el tema del éxito no es algo que le haya quitado el sueño a Max. Se retiró hace años a Mallorca y allí sigue, en un pueblo llamado Sineu, donde es conocido como 'es senyor de sa finestreta' porque los que pasan frente a su casa solo atisban un primer plano de él sentado a la mesa y dibujando, aunque esto ya fuera de cuadro: "Me levanto a las seis y me voy a desayunar a un bar que hay en un polígono industrial a cinco minutos en coche de casa. Me tiro allí un par de horas tomando cafés porque se ha convertido en mi lugar favorito para pensar. Los hay que piensan caminando, yo pienso en ese bar, no me preguntes por qué. En casa trabajo y en el bar pienso. Se reúne una fauna muy variopinta: viejos mallorquines desayunando aguardiente, obreros de la construcción, negros, sudamericanos... Voy escuchando conversaciones y frases sueltas mientras me vienen ideas a la cabeza".

El Salón del Cómic se le ha convertido en una rutina que le aburre ligeramente, pero que siempre es de utilidad para confraternizar con sus colegas de oficio. Le pregunto a quién lee: "Me gusta mucho Olivier Schrauben. Y Charles Burns. Y Chris Ware, aunque es tan bueno que me empieza a agobiar. Siempre busca el más difícil todavía, y siempre lo borda, y siempre te apabulla con su talento, hasta un punto que me entran ganas de decirle, Vale, Chris, eres Dios, ¡pero dame un respiro! Ah, y a Keko, por supuesto. Keko es el más grande de todos nosotros".

Después del Bosco, vendrá un álbum largo, de unas 150 páginas, en el que Max ya estaba trabajando cuando recibió la llamada del Prado. Me adelanta que es lo más experimental que ha hecho jamás. Quedo a la espera.