La sombra de Can Fanga
El plátano es la especie arbórea más abundante en las calles de Barcelona, con 47.300 unidades
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO / BARCELONA
Tan representativos son de la ciudad que Víctor Mora, el papá del Capitán Trueno, les dedicó 'Els plàtans de Barcelona', una novela de posguerra en la que llueve mucho sobre los árboles, testigos silenciosos de lo que va aconteciendo en las calles vencidas, las luchas y las corruptelas, las 'farinetes per sopar' y la placa metálica que lucía en los tranvías desde la ocupación: “Prohibida la blasfemia y la palabra soez”.
Para no andarnos por las ramas de los plátanos, aunque en cierta manera de eso se trata, me cito con un entendido en la materia, Joan Guitart (Berga, 1976), ingeniero agrícola y máster en gestión de espacios verdes. Por así decirlo, es el jefe de la fronda barcelonesa. Se lo sabe todo; el detalle, las cifras, la letra pequeña. ¿Cuántos plátanos hay en Barcelona? Pues en concreto y en lo que a las vías se refiere, 47.300. El barrio que más unidades alberga, la derecha del Eixample, con 3.081. ¿El que menos? Torre Baró, con un solo ejemplar, un triste plátano viudo. Es la especie arbórea mayoritaria en la ciudad.
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EL PLÁTANO DECANO
Asegura Guitart que algunos de los especímenes más veteranos —hablamos de los plantados en alineación— se encuentran en el paseo de Gràcia y en la Rambla y datan de 1859, el mismo año en que Narcís Monturiol sumergía el Ictíneo en el puerto. Sin ir más lejos, el primer plátano ramblero, el que se yergue justo enfrente del Burger King, la hamburguesería que desplazó al entrañable Bar Canaletas en 1982, es uno de esos ejemplares con más de 250 años a cuestas, sobre cuya corteza, un prodigio impresionista de manchas amarillas, ocres, grises y parduzcas, un tal Lukas ha grabado su nombre a punta de navaja o destornillador, maldita sea la gracia. Suerte, me soplan, que el plátano renueva sus pantalones de camuflaje cada dos años.
Fue en 1859 cuando se aprobó el plan Cerdà, que preveía la extensión teórica del Eixample desde Montjuïc hasta el Besòs, con árboles de sombra plantados cada ocho metros. “El urbanista Ildefons Cerdà siguió los pasos de lo que había hecho el ingeniero Jean-Charles Alphand en los bulevares de París, y escogió el plátano por su disponibilidad, su porte y rápido crecimiento”, explica el jefe de gestión del arbolado.
Pero hete aquí que las condiciones del ensanche barcelonés eran entonces muy diferentes: detrás de las murallas se extendía un inmenso terreno de huertas y, como no se conocía el asfalto, el plátano, un árbol con mucha sed, podía extender las raíces a sus anchas. De ahí, de la ausencia de pavimentación, viene precisamente el mote de Can Fanga referido a la capital catalana, porque en aquella época los señores de levita y chistera se ponían las perneras del pantalón perdidas de barro en sus visitas. Por cierto, y para regocijo de quienes llaman 'pixapins' a los urbanitas barceloneses, Guitart aporta una anécdota impagable: resulta que los plátanos más fogueados, los de 1859, provienen nada menos que ¡de la Devesa de Girona!
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CICATRICES SIN SOLUCIÓN
Uno de los ejemplares más bellos, uno de los que presenta una “cruz de ramificación” más elevada, se encuentra junto a El Corte Inglés de plaza Catalunya, justo frente a la entrada de Fontanella, encajonado, el pobre, en un alcorque minúsculo, que viene a ser como si a los dos metros de Michael Jordan les hubiesen colocado unos patucos de color celeste en sus buenos tiempos. Este es uno de los problemas más graves: la contención. Como el plátano puede alcanzar copas de hasta 20 metros de anchura, se los ha sometido durante años a podas muy drásticas que derivaron en “heridas de imposible cicatrización”.
A partir de 1992 se empezó a sustituir la población de plátanos, no con el propósito de eliminarlos, sino de diversificar el monocultivo porque la eventualidad de una “patología infecciosa” podría dejarnos sin sombra. Ahora, en plena polinización, los maldecimos, pero vendrá agosto, ay, con su calor bíblico y buscaremos su cobijo como las tribus de Israel se arrastraron hacia la tierra prometida.
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