Como camellos y drogadictos

Unos lo tienen, otros lo quieren mucho. Es la Fira Internacional del Disc

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RAMÓN VENDRELL / BARCELONA

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Cada uno cuenta la feria según le ha ido en ella, esto es una verdad universal y así sucede por tanto en la Fira Internacional del Disc de Barcelona. La singularidad de este mercado es que tanto los compradores que han hecho bingo como los que salen chasqueados coinciden en hablar mal de los vendedores. Les vitupera el que se ha agenciado el santo grial del bugalú en estado 'mint' y les vitupera el que enfila hacia su bar favorito para gastar el presupuesto destinado a indie pop escocés, intacto salvo por el coste de un mediocre ‘single’ de Aztec Camera para Wea.

A un feriante le llaman unos habituales del bazar ‘el Enterrador’ y a otro se refiere otro grupo de asiduos como 'le Mangui’, por algo es francés. No hay piedad. Son los disqueros altivos, listillos y usureros, dicen los clientes. ¿Por qué acuden a ellos entonces? Porque no tienen más remedio. Unos lo tienen, otros lo quieren. Mucho. Es parecida la relación entre compradores de discos y vendedores de discos a la de drogadictos y camellos.

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Que si compran por cuatro chavos, a peso prácticamente, colecciones de difuntos y de fans en apuros para después revenderlas disco a disco con una ganancia desorbitada. Que si hacen otro tanto con colecciones de discotecas y radios (estas dos oportunidades ya solo surgen de uvas a peras). Que si se ha visto a ese fulano comprar un disco de las cubetas de saldos de un puesto y acto seguido ponerlo a la venta en su propio puesto con el precio multiplicado por cinco. Estos son algunos de los cargos que la parroquia formula contra los mercaderes de discos de segunda mano en el apartado especulación.

HAZLO TÚ

A los que ellos responden: pasa tú el mal trago de decirle a una viuda que en la fabulosa colección de pop español de los sesenta de su difunto marido hay mucha morralla y ten el valor de hacerle una oferta ridícula por ese tesoro, consigue los contactos necesarios para enterarte de que una emisora municipal quiere deshacerse de miles de vinilos, tenemos lumbalgia y una película perenne de polvo en los dedos de rebuscar en cajas mugrientas que siempre están en el suelo y que a vosotros ni se os pasa por la cabeza inspeccionar.

En 1997 apareció publicado en el fancín ‘Vendetta’ el artículo ‘La gran guía de las tiendas de discos de Barcelona’. Era una diatriba, anónima para más inri, contra las principales disquerías de la ciudad y sus propietarios y dependientes, injurias incluidas. A mandíbula batiente reímos mis amigos discoadictos y yo con esa barrabasada. Y aún hemos reído más con la glosa que del libelo hace su autor, no otro que Kiko Amat, en la antología de sus piezas periodísticas ‘Chap chap’, especialmente con los conatos de peleas que se produjeron en posteriores encuentros con ofendidos. Amat se mortifica por las vilezas que escribió y se hace cruces por lo insensato que fue, no en balde pasaba buena parte del tiempo en los comercios de los que se mofó y que en consecuencia emitieron una fatua no escrita contra él. Pero, atención, en ningún momento del mea culpa dice que el gremio no mereciera una zurra.

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SIN CEDÉS NI OTRAS CHORRADAS

Poco importa que muchos ‘dealers’ sean también fanáticos de la música y que algunos de ellos hayan sido poderosos evangelizadores (tres hurras por Ted Carroll, quien antes de fundar el magnífico sello Chiswick y edificar el imperio de las reediciones Ace surtió de arcanos sencillos de rock and roll y rhythm and blues a las futuras huestes del punk londinense): para los compradores siempre serán los tipos que obtienen con malas artes y venden carísimo lo que ellos quieren mucho.

Con esta corriente subterránea de tensión se ha celebrado este fin de semana en la estación del Nord la 21ª edición de la Fira Internacional del Disc de Barcelona. No es el colosal tinglado para todos los públicos que organizaba el difunto Jordi Tardà, lo que tiene como efecto negativo la ausencia de pesos pesados estadounidenses, británicos, alemanes y holandeses con mandanga de la buena. Es una cita casi franco-española. Por otra parte no te agotas y apenas hay cedés y otras chorradas.