Chernóbil nos visita

Svitlana Shmagailo tenía 12 años cuando en 1986 ocurrió el armagedón al estilo soviético y ahora está de gira por Barcelona invitada por Greenpeace

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CARLES COLS / BARCELONA

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En los años 80, tras perder en cinco guerras consecutivas contra Israel y con ello vastas extensiones de tierras, algunos árabes se lo tomaron con una deportividad que ríete tú del humor judío. En algunas tiendas de recuerdos de Jerusalén los palestinos vendían unas camisetas con un atrevido lema estampado. “Visita Israel antes de que Israel te visite a ti”. El breve paso de Svitlana Shmagailo por Barcelona tiene un poco de aquella advertencia. Es una profesora de educación infantil de Vorzel, una aldea de unos 600 vecinos situada justo en el perímetro exterior de la zona muerta de Chernóbil. Tenía 12 años cuando en aquella central nuclear se declaró un armagedón al modo soviético, que se distingue del resto de apocalipsis atómicos solo por el cruel detalle de que las autoridades ocultan la verdad. De la mano de Greenpeace, Shmagailo está de gira porque el próximo 26 de abril se cumplen 30 años de aquella catástrofe. "Visita Chernóbil antes de que Chernóbil te visite a ti". No es mal lema para una camiseta. Es, más o menos, lo que trata de explicar esta ucraniana que aquel sábado de 1986 salió a plantar patatas con su madre, que se sorprendió por el trajín de vehículos militares, que como a todos la engañaron y le contaron que solo se trataba de un incendio y que con las amigas se acercaba en bicicleta a ver de cerca los trabajos de extinción.

EL GRAN ENGAÑO

Un agente del KGB le pregunta a otro qué opina sobre el regimen soviético. “Lo mismo que tú”, le responde. “Lo siento, pues entonces tengo que detenerte”. Era un chiste de la época. Así era la URSS en 1986. “En el colegio nos explicaban que la URSS era el mejor país del mundo y que en Europa la pobreza era extrema”. Se lo creía, claro, porque luego en casa veía en la prensa fotografías de indigentes en las calles de al otro lado del telón de acero.

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Chernóbil quebró esa fe ¿hasta entonces incuestionada? Llegó la orden de cerrar las ventanas en casa y de suspender las labores de cultivo, pero se mantuvo la agenda de celebraciones de asistencia obligada, como la del 1 de mayo, día de desfile mayúsculo en la URSS, y la del 9 de mayo, la fecha en la que los países del bloque del Este sitúan el fin de la segunda guerra mundial.

Vorzel se convirtió de repente en un centro de mando de las operaciones y, también, en uno de los refugios improvisados para los liquidadores, aquel cuerpo de soldados que recibió el encargo de retirar a mano el combustible radiactivo esparcido por el tejado de la central nuclear. La mayoría murió muy pronto, pero en estos casos siempre hay excepciones. Al abrigo de los arcos del Espai Mescladis, junto a la calle de Carders, Shmagailo se ríe cuando se acuerda de Víktor, uno de sus vecinos, militar y liquidador forzado, que sobrevivió milagrosamente hasta que hace muy pocos meses falleció. “En la aldea decíamos que era el vodka”. Parece que era su principal sustento, a ello dedicaba el equivalente a siete euros al mes que percibía como exliquidador.

HISTORIAS DE UN PAÍS QUE YA NO EXISTE

Todo esto, claro, parecerán solo viejas historias de un país que ni siquiera ya existe. Pero el 11 de marzo del 2011 ocurrió algo que, de repente y de forma inesperada, obligó a Shmagailo a reconsiderar buena parte de todas las lecciones que había sacado de Chernóbil. Fue el día de Fukushima. “Yo pensaba que todo lo que me había ocurrido era culpa del sistema soviético”. Pero con Japón cayó el mito de la infalibilidad de las nucleares occidentales modernas. No solo eso. Ni siquiera la gestión posterior de tamaña crisis medioambiental ha estado a la altura de lo previsto.

Raquel Montón es la responsable de energía nuclear de Greenpeace que acompaña a Shmagailo en su ruta por España. Visitó recientemente Fukushima y regresó de allí perpleja. Las autoridades andan empeñadas allí en que los desplazados vuelva a sus casas. Fingen una aparente resolución de los daños causados por la fuga radiactiva. Presumen de una eficacia nipona que, en opinión de Montón, es un engaño más allá de lo soviético. Algunos isótopos del plutonio, uno de los residuos que produce una central nuclear, tienen una vida radiactiva de 6.600 años. Entonces retoma la palabra su invitada. “La radiactividad es peor que la guerra. Una guerra, más pronto o más tarde, termina. Pero la radiactividad estará en Chernóbil y en Fukushima miles de años”.