CONVIVENCIA EN LA VÍA PÚBLICA

Aceras con tropezones

Unos turistas se desplazan en 'segway' por el centro de Barcelona.

Unos turistas se desplazan en 'segway' por el centro de Barcelona.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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La pugna por la acera ha incorporado varios protagonistas en las últimas décadas: los grupos de turistas, los chismes eléctricos, las motos aparcadas y las terrazas de bares y restaurantes. El peatón local debe convivir con todos ellos y con las bicicletas, a la espera de que los ciclistas dispongan de una red de carriles bici sólida que permita bajarlos a la calzada. En una ciudad tan densa, sin capacidad de crecimiento, con un diseño urbanístico que prioriza el motor, la convivencia en los extremos de la calle no es cosa fácil.

Lluís Puerto, mánager técnico de la Fundación Racc, explica que los problemas "se concentran en las áreas céntricas de la ciudad", donde hay más forasteros, más grupos de turistas en bici y mayor número de mesas y sillas a disposición de cualquiera que desee tomar algo. "Son los propios peatones los que usan las terrazas", señala Manuel Haro, jefe de la unidad de Accidentes de la Guardia Urbana. A su modo de ver, estos elementos estáticos no son tanto un estorbo como sí lo pueden ser otros factores móviles, como patinetes tradicionales o eléctricos, que por el momento gozan de un cierto vacío legal en la ordenanza. "Los peatones circularán por las aceras y tendrán preferencia sobre cualquier ingenio mecánico que ocupe la acera transitoriamente o con voluntad de permanencia", reza el artículo 5.1 de la normativa municipal de circulación. 

MOTOS POR TODAS PARTES

Tampoco las motos ayudan demasiado a oxigenar los pasillos destinados al peatón. La ordenanza permite aparcarlas en batería en aceras de más de seis metros. En las que midan entre tres y seis metros, hay que dejarlas en paralelo a la calzada. Las del Eixample, salvo contadas excepciones, no llegan a los cinco metros, así que la inmensa mayoría de motocicletas están mal aparcadas, ocupando un metro y medio más del que deberían, y por ende, arrebatando un espacio destinado al viandante y, en algunos casos, a la bici. Adrià Gomila, director de Movilidad, admite esta situación, una infracción generalizada que, sin embargo, tiene mala solución dado el elevadísimo número de vehículos de motor de dos ruedas que circulan por la capital catalana. El difícil equilibrio de una ciudad de 100 kilómetros cuadrados, cercada por ríos, mar y montaña y heredera de un urbanismo que todavía bebe del 'boom' automovilístico

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"\"El propitario de un coche\u00a0","text":"\"El propitario de un coche\u00a0no deber\u00eda esperar que la ciudad le brinde una plaza de p\u00e1rking\", defiende Ole Thorson"}}Ole Thorson, presidente de la Asociación de Prevención de Accidentes de Tráfico, considera que la calzada tiene "espacio de sobra" para poder aparcar las motos y así, poder ganar más espacio para el peatón. Se pregunta por qué hay que destinar tantos carriles para que la gente aparque su coche en la vía pública: "El propietario de un vehículo debe ser consciente de que necesita un aparcamiento para dejarlo, y no esperar que la ciudad le ceda una plaza". 

Haro comparte un deseo que huele a futuro lejano pero que cualquier peatón firmaría. Dice que en el tema de la convivencia no se trata tanto de lo que el viandante se encuentre en la acera, sino de la percepción que tiene de la vía pública. "Siempre son los peatones los que deben cruzar la calle, los que deben bajar al asfalto. ¿Por qué no es al revés? ¿Por qué no son los coches los que, de alguna manera, crucen un espacio eminentemente peatonal?". Una Barcelona peatonal en la que los coches sean los extraños.