Sin soluciones para los niños de la cola

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FERRAN COSCULLUELA / BARCELONA

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Los menores tutelados por la Generalitat que inhalan cola en los alrededores del Forat de la Vergonya, junto al mercado de Santa Caterina de Barcelona, no lo tienen nada fácil, porque su integración es mucho más complicada que la de la mayoría de los jóvenes en situación de desamparo tutelados por la Generalitat. Las herramientas terapéuticas y socializadoras que con otros menores funcionan, con ellos no siempre son eficientes. Por eso los especialistas reconocen que estos niños son un gran reto y reclaman “más medios” y “más imaginación” para poder ayudarles.

Las dificultades no son nuevas para estos niños de la calle. De hecho, casi toda su vida ha estado marcada por ellas. Su adicción a inhalar cola, una de las drogas más baratas que se pueden encontrar, es un indicador más del "estado de abandono" en el que se encuentran, tal y como destaca una de las educadoras que los trata en los centros de acogida.

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Muchos de ellos llegaron solos a Catalunya procedentes de Marruecos y de otras zonas del Magreb. Para cruzar la frontera utilizaron todo tipo de recursos e incluso algunos de ellos llegaron escondidos en el chasis de un camión. Xavier Puigdollers, presidente de la sección de derechos de la infancia y la adolescencia del Col·legi de l’Advocacia de Barcelona, destaca que su situación es “catastrófica”.

CHOQUE CULTURAL

“Han venido atraídos por el paraíso de Europa. Aquí se les protege y se les quiere formar, cuando en su casa no tenían que ir al colegio y ganaban dinero. Es un choque cultual muy fuerte. Los que se adaptan lo superan, y los que no, se van por ahí y tiene que robar para subsistir, porque son niños y nadie les da trabajo”, afirma el abogado.

Puigdollers considera que la dirección general de Atenció a la Infància i l’Adolescència (DGAIA) hace “lo que puede” pero advierte de que es necesario destinar "más medios" para poder ayudarles, y entre otras medidas propone que se destinen más recursos y se establezcan convenios con Marruecos para frenar su llegada.

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Cuando uno de estos menores es detectado por los servicios sociales de la Generalitat entra en la red de protección y tutela, se le asigna un centro de acogida en función de su situación y estado. En la gran mayoría de los casos se opta por un centro abierto, en el que los menores pueden entrar y salir libremente.

DROGAS Y PANDILLAS

Aun así, los niños y adolescentes que han llegado solos tienen más dificultades para adaptarse a este nuevo régimen. Desconfían de los adultos porque los han dejado solo y por los abusos sufridos. Y esa barrera es aún más alta si son adictos a inhalar cola y están influidos por grupos y pandillas que hacen la función de las familias que no tienen.

Por eso, cuando se les ingresa en los centros de acogida muchos de ellos se escapan y vuelven a la calle. En los casos más extremos, a la dirección del centro solo le queda la posibilidad de solicitar al juez su internamiento en un centro residencial de educación intensiva (CREI), donde se les priva de la libertad durante un tiempo para conseguir que superen su adicción. Es una medida que también ayuda a que los chicos establezcan vínculos con los educadores y comiencen su integración.

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Fuentes de la fiscalía explican que este tipo de ingresos solo puede ser solicitado por los directores de los centros de acogida, que han de presentar un informe al juez. El Ministerio Público no puede actuar de oficio para que se interne a menores como los del barrio de Santa Caterina, porque no tiene ninguna autoridad sobre la DGAIA. En todo caso podría intervenir si un particular o una asociación presentan una denuncia por el estado de desamparo de estos chicos. Una situación que, de momento, no se ha producido.

CENTROS TERAPÉUTICOS

Emma Torres, directora de L’Estrep, un centro de acogida abierto situado en Sant Salvador de Guardiola (Bages), considera que en el caso de los adolescentes del Forat de la Vergonya "está clarísimo" que necesitan ser ingresados en un CREI, donde hay “más contención” y se aplican medidas “terapéuticas”.

Antes de tomar esa decisión, que supone una privación de libertad y que por ese motivo tiene que ser autorizada por un juez, los educadores suelen esperar un tiempo prudencial, para ver si desde el centro abierto se puede trabajar con el menor y hay posibilidades de que se deje ayudar por los educadores.

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Durante esa etapa, hay ocasiones en las que los niños se escapan. Entonces el centro abierto debería dar aviso a los Mossos para que los encuentren. Una vez localizados, los responsables de la casa de acogida acompañan a los policías para recogerlos. “Damos el aviso inmediatamente, en cuanto vemos que no llegan a su hora”, asegura Torres. No parece que haya sido así en el caso de los menores que deambulan por el centro de Barcelona.

La directora de L’Estrep afirma que este tipo de casos son una minoría y que, aun así, también es posible lograr que superen la adicción y que inicien un proceso de socialización cuando se consigue que pasen una temporada en uno de los pocos CRAI que hay en Catalunya.

ESPIRAL MUY COMPLICADA

Torres reconoce que estas situaciones "hacen sufrir mucho" a los educadores. Una percepción en la que coincide con Raül Escoda, director de un centro residencial de acción educativa (CRAE) situado en Ciutat Vella, que, sin embargo, no es tan optimista a la hora de hacer un balance sobre la salida del pozo en que se encuentran estos críos.

“Es difícil establecer un vínculo con ellos, porque están en una espiral muy complicada. Algunos de ellos no saben ni por qué han venido aquí, solo han salido de su país con la esperanza de encontrar algo mejor”.

Escoda estima que apenas un 10% de los jóvenes magrebís que han llegado solos y están en la calle consiguen integrarse, porque es muy difícil hacerlo si no hay voluntad por su parte. “Los tratamos como a cualquier otro joven en situación de desamparo, pero no sabemos qué piensan ni qué necesitan. Deberíamos ser más imaginativos, porque con ellos, las herramientas que tenemos no funcionan”, lamenta.