El hombre que vio desnudo a Errol Flynn

El compadreo del exagente de la Guardia Urbana Josep Sánchez con el desmedido actor en la Barcelona de 1955 es solo una perla de un cofre vital repleto de anécdotas

Josep Sánchez, exguardia urbano de Barcelona

Josep Sánchez, exguardia urbano de Barcelona / periodico

Carles Cols

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James Stewart ha pasado a la historia como el asesino cinematográfico de Liberty Valance y, pobre, no fue él, pero ese era el señuelo de la obra maestra que dirigió John Ford, mantener en tensión al espectador, darle a entender que aquel personaje con tan pocos arrestos, tan poco diestro con el revólver, iba a ser capaz de poner fin a la vida del forajido que daba nombre a la película. Así que el título de lo que a continuación viene no es más que un humilde homenaje a ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, porque tras una hora de charla con Josep Sánchez, nonagenario exguardia urbano de Barcelona y todo un cofre de anécdotas, es casi una obligación preguntarle por ello.

-¿Pero, Josep, vio usted alguna vez desnudo a Errol Flynn?

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La pregunta es oportuna porque Flynn, según la versión que Truman Capote escuchó en boca de Marilyn Monroe, ”tocaba el piano con 11 dedos”, o, dicho sin eufemismos, que amenizaba las etílicas fiestas sociales de Hollywood tocando el piano con el pene, y resulta que Sánchez compadreó con el actor cuando este, en 1955, estuvo durante varios días en Barcelona para participar en el rodaje de la prescindible 'Rapsodia real', una meliflua película que protagonizó en pleno declive físico del galán y de la que, puestos a salvar algo, resulta impagable la transformación de la iglesia barroca de Sitges en escenario de una boda real. Parece Syldavia. Busquen, busquen.

UNA PELÍCULA PRESCINDIBLE

Lo de que Sánchez, que por cierto aparece como extra en la escalinata de la iglesia, compadreó con Flynn no es exagerar al tuntún. El actor le cogió un cierto cariño a aquel agente de la Guardia Urbana entonces en la unidad de caballería. Muestra en su casa las fotos que lo atestiguan. Iban a almorzar a Los Caracoles y de noche a cenar al Café Milán, lo más 'in' aquel año en Barcelona. “Yo imitaba a Chita y él hacía de Tarzán, y venga a reírnos”. Levanta la foto y lo enseña. Era una gran bromista, así le recuerda Sánchez, y, lo que no es ningún secreto, también un gran golfo y un insaciable bebedor, siempre fiel a su lema, “el whisky viejo y la mujeres jóvenes”.

Joseph, firma tú los autógrafos”, le decía cuando no se tenía en pie y se acercaba algún admirador. Y Sánchez, divertido por la ocurrencia, lo hacía. Total, que por ahí correrán fotografías dedicadas de Errol Flynn con el puño y letra de este exagente que el próximo mayo cumplirá 91 años.

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Lo que aquel 1955 ocurrió en Barcelona fue el abecé de la física, la clásica historia de protón conoce electrón. Se atraen, pero que nadie malpiense. Sencillamente, la trayectoria vital de cada uno de los dos elementos jugaba a favor de que saltara la chispa. La de Flynn, ya se sabe, es un poco de todo: boxeador olímpico, marinero, periodista, buscador de oro primero y de diamantes después, dinamitero, friegaplatos y, al final, cotizadísimo actor, lo que le convirtió, según su propia autobiografía, en “un símbolo fálico universal”.

Sánchez, nieto de guardia urbano e hijo de un mosso al que Lluís Companys dejó colgado en su huida hacia Francia (“póngalo, por favor, que se sepa”), participó al final de su infancia en la construcción de refugios de guerra en Barcelona, trabajó de adolescente como electricista en Biosca & Botey, tras la contienda se hizo pasar por falangista para sacar a su padre de prisión, pidió hacer la mili en el norte de África y, ya como agente de la ley, número 3.321, patrulló por el Chino, entonces la cocina del infierno de Barcelona. Lo mejor, no obstante, estaba aún por venir.

EL SECRETO DE BIBI ANDERSEN

Al urbano de la época se le recuerda a menudo dirigiendo el tráfico de pie en el templete, en mitad de un cruce, con aquel cómico salacot de corcho forrado de tela blanca y, si eran vísperas de Navidad, rodeado de regalos, pero el franquismo fue muy crudo y el pluriempleo en la policía local era muy común. Sánchez de día ponía multas y de noche escaló dentró del pequeño imperio del Grupo Ferrer, el del Panams de la Rambla y otros locales de pecado. En el New York de la calle de Escudellers, por ejemplo, participó a su manera en el enamoramiento artístico que Salvador Dalí sintió por Amanda Lear, donde actuaba bajo el nombre de Peki d’Oslo. El de Figueres entraba por una puerta de atrás para no ser visto. De cosas así se encargaba Sánchez, y también de dar su opinión sobre los espectáculos antes de programarlos en escena, como el entonces inaudito estriptís de Bibi Andersen en los años 70, un exitazo. “Los Ferrer tenían un local en Mallorca, Eurobroadway, que no acaba de arrancar. Enviamos allí a Bibiana y su secreto..., y la sala se llenó cada noche”. Los setenta fueron muy locos.

Queda -sí, sí- una pregunta por satisfacer. Y la respuesta es que James Stewart no mató a Liberty Valance y Sánchez no conoció la vis melómana de Errol Flynn. Se ríe por la pregunta. Conoce la leyenda. Pero, qué más da, a su manera ha visto desnuda a esta ciudad que se las da de señora y que, a la que se la conoce, resulta que es una pelandusca, Barcelona. No está mal.