BARCELONEANDO

Él sobrevivió a Jonathan Richman

Alfred Crespo relata en 'No hay entradas' su experiencia como fan metido a promotor de bolos

Alfred Crespo

Alfred Crespo / periodico

RAMÓN VENDRELL / BARCELONA

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Jonathan Richman viajaba en aquella gira española con la única compañía del batería Tommy Larkins. Ninguno de los dos llevaba teléfono móvil (ni por supuesto ordenador). El plan era tocar madera y confiar en que llegaran a la estación de tren de Sants a la hora convenida, poco antes de la prueba de sonido para la actuación de la noche. Inquietante, pero bueno. 

Cuando encontraba una cabina telefónica, Richman llamaba a los promotores madrileños del ‘tour’ ibérico para decirles que todo iba bien. Pero el mismo día del bolo barcelonés les llamó para decirles que ni de broma pensaba ir en avión a la actuación del día siguiente en Palma de Mallorca y que ya podían ir sacándole un pasaje de barco. Problema: tenía que ser en el último ferri de la noche o no llegaba al pase mallorquín. Problema: había que adelantar media hora la cita barcelonesa o la embarcación partiría sin Richman y Larkins. Ambos marrones cayeron sobre Alfred Crespo, más conocido como Coco, y sus socios en la organización del concierto en La 2. 

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Richman y Larkins llegaron puntuales a la estación de Sants. Una vez en La 2, el autor de ‘Roadrunner’ se escapó escaleras arriba, descubrió la sala Apolo, se prendó de ella y decidió que quería tocar allí. Incluso se ofreció a pagar la diferencia de alquiler. No había actuación esa noche en Apolo. Los técnicos de la sala estaban disponibles. Y el responsable de ambos espacios se avino a mantener la misma renta. Un niño con suerte, Richman. Quien tras pedir como cátering de cortesía una cabeza de ajos y agua del grifo y salir de estampida a la calle cuando al inicio de la prueba de sonido el técnico puso por los monitores y los altavoces un disco, una rutina prohibida en presencia de Richman, que está en guerra con los decibelios; quien tras todo esto y alguna peripecia más actuó con éxito en Apolo y fue depositado a tiempo en el barco rumbo a Palma. Hasta nunca, Jojo, debían gritar Coco y compañía mientras el buque zarpaba.

MÁS PRÁCTICO Y ECONÓMICO

El de Richman es uno de los episodios consignados por Coco en el libro ‘No hay entradas’, subtitulado ‘Experiencias de un aspirante a promotor’. “Me decidí a organizar conciertos después de tener que ir a ver a Drive-By Truckers a Zaragoza porque no pasaban por Barcelona”, dice. “Pronto descubrí que era mucho más práctico y a menudo económico ir a Zaragoza o a Santiago de Compostela a ver a grupos que me gustaban y que no hacían escala en Barcelona que traerlos, pero moló mientras duró”. Una década.

Aunque ser uno de los directores de la revista ‘Ruta 66’ facilitó algo la empresa, Coco fue básicamente un fan que dio un paso al frente y se metió en un mundo de locos. “La del promotor es una figura maltratada por la cara. Sin ellos no habrías visto esos conciertos que tanto te han gustado. A mí siempre me habían parecido gente valiente y tras ser uno pequeño de ellos lo confirmo”, dice ya retirado del asunto. 

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El libro no es ‘Viajando con los Rolling Stones’, de Robert Greenfield. Porque Coco jugaba en una liga menor en la que “a lo sumo hay aspirantes a groupies” y porque como el autor todavía es parte del negocio mantiene cierta ley del silencio. “La intención era contar la parte divertida sin herir a nadie”, dice. Pero hay pimienta. No tiene precio saber que los Buzzcocks pidieron por contrato cuatro botellas de Moët & Chandon y otros tantos vasos de plástico de un litro de capacidad.

UN NEGOCIO COMO ESPAÑA

El prólogo del libro es una conversación con Gay Mercader, la leyenda del gremio. Y un personaje irrepetible. “Empezar a la brava con bandas grandes como hizo él es imposible desde hace tiempo -dice Coco-. El de la música en directo es un negocio superprofesionalizado donde hay una clase alta que se lo come todo y una clase baja que aguanta a base de entusiasmo. La clase media ha desaparecido”. Hey, parece España.

Coco lo dejó antes de verse arrastrado a mezquindades como negar el postre a unos veteranos del pub rock de capa caída. Los tíos habían visto las fotos del flan casero en la carta y ya babeaban tras una cena austera. Pero los dulces no estaban incluidos en el precio pactado por el promotor con la casa de comidas del Poblenou a la que llevó a cenar al grupo. Visto con estos ojitos. ‘No hay entradas’ se presenta el próximo martes dentro de la celebración del quinto aniversario de la editorial 66 Rpm, en la Fábrica Damm. Ah, Coco también dirige 66 Rpm en comandita con su esposa, May.