Pasen y vean el gran circo de las hormigas

El biólogo Eduard Martorell, tras ahondar hace tres años en los misterios de la reproducción animal, regresa con 100 curiosidades animales de reciente hallazgo

Gabor entrevista

Gabor entrevista / periodico

CARLES COLS / BARCELONA

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El biólogo Eduard Martorell alunizó hace tres años en el mundo editorial con un título que habría ido de cabeza al infierno de 'Index Librorum Prohibitorum' si no fuera porque a Pablo VI le dio en 1966 por suprimir esa inquisitorial lista de publicaciones. ‘¿Para qué sirve el sexo?’ Así se llamaba aquella obra, escrita mano a mano con el genetista David Bueno. Era un exhaustivo repaso de las estrategias reproductoras de distintas especies del reino animal que, puestos a comparar, dejan en un juego de niños la trama argumental de ‘No desearás al vecino del quinto’, como se sabe, el Everest cinematográfico del landismo. Solo por situar al lector, los machos de sepias y focas, entre otras especies, son capaces de mimetizarse como hembras para colarse en el harén del macho alfa para perpetuar su saga.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"G\u00e1bor Somssich es la curiosidad 101 del libro,\u00a0","text":"el santo Job del dibujo con bol\u00edgrafo. Suyas son las ilustraciones que acompa\u00f1an los textos"}}Martorell ha vuelto, y esta vez con un título también muy pillo, ‘100 curiosidades zoológicas’, o sea, de aquellos que hacen las delicias de los responsables de las webs, tanto que hasta le han puesto un nombre a este subgénero informativo. Las llaman listículas. “Las 10 mejores tortillas de patatas de España”, por ejemplo. Pero lo de Martorell es, afortunadamente, más que una listícula. “Es un libro que no se habría podido publicar antes de año 2000”, asegura. Quiere decir que recopila hallazgos recientes, así que, con calzado totalmente inadecuado, unas Converse de lona y suela resbaladiza, la cosa consiste en adentrarse un poco en las laderas de Collserola (aunque sorprenda, hábitat incluso de serpientes de dos metros, avisa el autor del libro, ¡ecs!) para que él en persona diseccione alguna de esas curiosidades y, de paso, me presente a su amigo Gábor Somssich, un belga desciente de húngaros criado en el Congo, en Kenya y en Burundi, que habla siete lenguas, que serían ocho si no se le hubiera oxidado el suajili, del que solo recuerda los insultos, y que profesionalmente es arquitecto en el estudio de Ricardo Bofill, lo cual le obliga a tediosos viajes en avión que aprovecha para dar salida a su afición al dibujo. Suyas son las ilutraciones del libro, realizadas todas con la mina de un bolígrafo Montblanc, sin la carcasa. Un hombre fascinante.

¿Qué es una curiosidad zoológica? El primer capítulo del libro es perfecto para centrar la cuestión y, de paso, para constatar que la investigación científica tiene a veces su vis cómica. Vamos a ello.

EL CIRCO, EN 'SCIENCE'

La 'Cataglyphis fortis' es una variedad de hormiga que, de un modo que aún se desconoce, es capaz de contar pasos. “Tienen algo así como un podómetro interno”, subraya Martorell. Como si se tratara del mapa del tesoro de los piratas, esas hormigas cuentan los pasos del nido al alimento y los recuerdan para el camino de vuelta. Claro, dicho así impresionará solo a algunos. Lo llamativo es cómo el biólogo Matthias Wittlinger, de la Universidad de Ulm, Alemania, llegó a tal conclusión. Montó un pequeño circo. Preparó una fuente de viandas cerca de un nido de esas hormigas, esperó a que llegara la expedición y, entonces, ¡zas!, capturó unos cuantos ejemplares. A la mitad les recortó un poco las patas. A las otras, en lo que debería ser un trabajo de relojería, les acopló unas prótesis para que fueran más altas. Las primeras se quedaron cortas en el regreso a casa. Las segundas vieron el nido y, a pesar de ello, se pasaron de largo. Confirmó así que saben contar. La revista 'Science' le dio crédito al estudio. ‘Hormigas con zancos’, lo tituló. Merece la pena echarle un ojo ni que sea solo por las fotografías de las hormigas circenses.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"se zampe a sus rivales en el\u00a0cortejo nupcial","text":"Las ranas juegan a la loter\u00eda,\u00a0o algo as\u00ed,\u00a0cuando con su canto atraen a depredadores y conf\u00edan en que\u00a0"}}

Otra curiosidad, por si la anterior deja a alguien con apetito de más, es que las ranas juegan a la lotería o, mejor aún, a una versión animal de la ruleta rusa. El intringulís es que tienen dos tipos de canto para aparearse, uno discreto y otro chillón. El segundo tiene un peligro, que atrae depredadores. La pregunta obvia es por qué lo entonan a veces. ¿Por un calentón? No. La teoría más reciente es que lo emplean cuando observan que hay demasiada competencia, que en la pista de baile hay mucho  Travolta, así que se la juegan y elevan el tono. Cuestión de probabilidades. Confían en que algún pájaro se zampe a sus rivales.

LA FRONTERA DE LOS IG NOBEL

Total, que desde el año 2000, como explica Martorell, han sido muchos los éxitos de laboratorio que le han permitido escribir este libro, como que las medusas oxigenan el lecho de los mares o que el hombre congenió con el lobo, antecesor del perro, porque se acurrucaba junto a él para dormir más caliente. Tambíén los fracasos, claro. Como constatación de ello basta con recordar la gala anual de los Ig Nobel, la parodia de los Nobel con la que cada año se premia en Harvard las investigaciones aparentemente más absurdas del mundo. Comprobar que un hámster se recupera mejor del 'jet lag' si se le administra Viagra mereció un trofeo en el 2007. Geoffrey Miller se llevó uno en el 2008 por certificar que las bailarinas de barra logran mejores propinas cuando están ovulando.

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La investigación científica es un ejercicio de funambulismo. El paradigma de ello es el físico Andréi Gueim, que en el año 2000 fue el hazmerreír de los Ig Nobel por lograr la levitación diamagnética de una rana (para la elaboración de este vídeo no se ha dañado a ninguna rana) y que en el 2010 se sirvió su frío plato de venganza al recibir el Nobel de Física por sus estudios sobre el grafeno. Ponerle unos zancos a unas hormigas podría haberle proporcionado a Wittlinger su Ig Nobel, pero, mira por dónde, ahora forma parte del primer capítulo del libro de las 100 curiosidades zoológicas de Martorell y que, según y cómo, deberían ser 101.

Esa de propina es el trabajo de Gábor Somssich. En la librería Altaïr de Barcelona se expone estos días aún su sorprendente obra a bolígrafo. En el bolsillo lleva siempre un sencillo bloc din A5 de Abacus. Calcula que emplea unas 15 horas en completar un dibujo. Si yerra en un trazo tira la hoja y vuelve a empezar. La infancia y la adolescencia la pasó en el gran edén africano. “Si ponía un trozo de papaya en el dedo venían los pájaros a comer en mi mano”. Su abuela Alice le mostró la senda del dibujo. De mayor ha prestado su destreza para ilustrar el libro de Martorell. Curioso, un tipo muy curioso.