Mobile 'la nuit'

En los reservados de Eclipse y Carpe Diem es de rigor el botellón (de champán)

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RAMÓN VENDRELL / BARCELONA

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Vienen una vez al año para hacer que el mundo siga girando: gracias. Dicen cosas inquietantes, como que el 65% de los niños que ahora empiezan primaria trabajarán en empleos hoy inexistentes, y se quedan tan anchos: en la edad media te llevaban a la hoguera por menos, y aunque por suerte no estamos en la edad media, al menos podrían aclarar si esos empleos valdrán la pena o serán de saldo y si la nueva fase de la digitalización actuará sobre el conjunto del mercado laboral como un Galactus que en vez de planetas comiera puestos de trabajo, según vaticinan algunos aguafiestas. Riñen un poco a Barcelona por a o por be: no vaya a creérselo demasiado. Y se van.

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Hacer girar el mundo y a la vez ser heraldo de una nueva era requiere mucho esfuerzo y mucho tiempo, de eso no hay duda, pero un rato tendrán por la noche los asistentes al Mobile World Congress (MWC) para hacer un poco el calavera, ¿no?

Furgonetas Mercedes y, en menor medida, Volkswagen negras y con los cristales tintados surcan la noche del martes como grandes escualos. Las habrás visto de día, hay la tira, muchas con matrícula extranjera, tal es la demanda por parte de las empresas del MWC, pero de noche dan más envidia. Hey, esto es salir a golfear en condiciones y lo demás son tonterías.

En el bar del Hotel W hay un 'private event' de Microsoft. No está mal pero es mejor estar invitado a uno de los más reducidos 'private events' del club Eclipse, en la planta 26.

EL NEGOCIO DE LA NOCHE

La primera norma del negocio de la noche establece que tienes que hacer sentir un privilegiado al cliente al cual permites la entrada. Eclipse la cumple como pocos. Larga cola para acceder al ascensor que conduce al club. Las paredes que enmarcan el elevador están decoradas con sartas de discos metálicos como las del vestido de Paco Rabanne para Audrey Hepburn en 'Dos en la carretera'. Nervios hasta que la imponente portera verifica que tu nombre está en la lista (si no también se puede entrar, pero la parroquia de hoy no lo sabe y además ya no es lo mismo). Una vez arriba tienes la ciudad a tus pies, estás en la cima del mundo.

La segunda norma del negocio de la noche establece que, una vez dentro, tienes que hacer sentir un pringado al cliente al cual acabas de hacer sentir un privilegiado. Eclipse también la cumple de maravilla. La mejor zona de la sala, la de sofás y vistas de vértigo, está reservada para varias fiestas privadas. ¿Qué hacemos los parias? Miramos a los príncipes del MWC.

Y vemos que en las mesas tienen refrescos y grandes cubiteras con botellas de champán Dom Pérignon, whisky Johnny Walker Blue Label y vodka Belvedere. Como para no ver esas botellas: las de Dom Pérignon son mínimo tamaño mágnum, si es que no Jeroboam, y en las de Belvedere cabe el acorazado Potemkin. Tan grandes son que, cuando alguien quiere vodka, una camarera carga el botellón al hombro y lo sirve.

CONFIDENCIAL

Pero imaginemos que un monje tibetano no se ha fijado en los frascos. A él están dedicadas las bengalas que se anudan al cuello de una botella cuando una camarera la lleva por encima de su cabeza a la zona principesca.

Todo es bastante parecido en el balinés Carpe Diem, en el paseo Marítimo, al cual a falta de gran escualo voy a pie. Si acaso, un poco más popular. Refrescos, cubiteras y botellones en los mejores reservados, donde el personal parece celebrar contratos magníficos; refrescos, cubiteras y solo botellas en los más humildes. Y el número de las bengalas, claro está.

Un relaciones públicas de Carpe Diem calcula que el 80% de la clientela son asistentes al MWC. No tantos llevan la acreditación al cuello pero sí muchos. Si eres uno de los reyes del mambo para qué vas a ocultarlo. ¿Nombres de empresas o personas que hayan reservado? Confidencial. Tampoco hay para tanto: ni rastro de escenas lamentables. Por lo menos hasta las tres de la madrugada.