La sagrada familia de las tinieblas

Visita a uno de los dieciocho pisitos que el ayuntamiento ha instalado en la ciudad para que los murciélagos se multipliquen

pipistrellus pipistrellus  alias murcielago

pipistrellus pipistrellus alias murcielago / periodico

Carles Cols

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La última visita al lado más salvaje de la Sagrada Família, hace ahora solo tres meses, resultó decepcionante. Aquello, entonces, era un safari fotográfico en busca del tronchante león que había sido colocado por la dirección escultórica del templo en la fachada de la Passió, un felino cómico, vean, vean, un rey de la selva con menos arrestos que Bert Lahr en el papel de león cobardica en 'El mago de Oz'. El chasco fue que aquella piedra esculpida fue retirada justo antes del safari, así que hubo que conformarse con una foto, que no es poco. 

Que el templo de Antoni Gaudí tiene un lado salvaje parecerá una exageración con ánimo de llamar la atención, y no es así, y como prueba de ello toca recordar las peripecias de Rodolfo, el halcón que durante años fue dueño y señor de la porción de cielo de aquel sector de la ciudad. Con su presencia no solo evitó que las palomas redecoraran con guano las torres de la basílica más allá de lo aceptable, sino que obró el milagro de que las cotorras vuelen aún en silencio cuando pasan por la zona, no sea que al halcón de turno (Rodolfo ya murió, pero tiene un digno sustituto) le dé aquel día por un almuerzo tropical. Lo del nombre, ya puestos y por si alguien anda intrigado, se lo pusieron los biólogos que realizaban su metódico seguimiento y fue en homenaje a Rodolfo Valentino, porque parece que por el nido de aquel rapaz legendario pasaron más de media docena de hembras.

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Total, que presentados los antecedentes, toca ya aclarar que la nueva excursión a la vida silvestre de la Sagrada Família tiene como objetivo conocer el pisito que el Ayuntamiento de Barcelona ha acondicionado en el huerto urbano del barrio, no lejos del templo, para que lo habiten a partir de la próxima primavera, cuando regresen a la ciudad, varias decenas de murciélagos. Es una caja de madera en lo alto de un poste, y más bien tirando a pequeña, pero también lo son los 'Pipistrellus pipistrellus' (ese es el nombre científico de la bestia en cuestión), tanto que, según cuenta Marga Parés, bióloga municipal, si se ponen de acuerdo caben 300 en ese apartamento. Lo que se espera de ellos es que con los mosquitos, las polillas y las moscas sean tan inclementes como lo fueron los 300 de Leónidas con las tropas de Jerjes. Este huerto urbano, en resumen, será unas Termópilas, y como este 17 más del resto de la ciudad donde se han instalado nidos similares.

UNOS CARPANTAS

Los murciélagos, explica Parés, estan hechos unos carpantas. En una noche se pueden zampar unos 1.000 mosquitos por cabeza. El plan municipal, así, consiste en dotar a la ciudad de un insecticida natural tan efectivo como inocuo, nada menos que este ejército de las sombras que son los murciélagos y que tan injusta mala fama arrastra por culpa de Bram Stoker

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De la memorable novela epistolar que Stoker publicó en 1897 se podrían recordar aquí y ahora sus pasajes más sombríos, que siempre queda bien, pero tal vez es más oportuno subrayar la lectura subyacente que ofrece y que a menudo se pasa por alto. 'Drácula' es, según se mire, una obra que retrata el triunfo de la revolución industrial y de la burguesía sobre la vieja sociedad estamental, la victoria de la ciencia y el progreso sobre la superchería. Por eso resulta paradójico que ahora los murciélagos se asomen como el remedio ancestral de Barcelona contra los mosquitos, sobre todo ahora, en tiempos de mosquitos tigre y, peor aún, de zika.

FUMIGACIONES Y ARQUITECTOS

En esta ciudad, como recordarán tal vez los cincuentones hacia arriba, se fumigaba Collserola en avioneta a principios de los 70. Eso, que entonces se suponia un progreso, mermó la población de insectos, pero también la de murciélagos. Un desatre. No obstante, tal y como explica Sergi García, experto en la materia y asesor del ayuntamiento en esta campaña, hay otra razón de peso para que Barcelona, con el tiempo, haya visto reducida casi hasta la extinción su población de murciélagos. La culpa, sugiere, es de los arquitectos, tozudos en no dejar ni un recoveco en sus obras, ya sea en las de nueva planta o incluso en las rehabilitaciones de viejas fincas. 

En definitiva, que ahora solo toca esperar y, de vez en cuando, con la luz crepuscular, ir de visita al huerto urbano de la calle de Padilla a ver si la sagrada familia de las tinieblas se ha instalado ya en esa suerte de Abadía de Carfax municipal. Continuará...