Historia de Cathy la canastera

La cantante Cathy Claret en el bar Bauma.

La cantante Cathy Claret en el bar Bauma. / periodico

RAMÓN DE ESPAÑA / BARCELONA

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Una ventaja de este oficio, para los que somos de natural curioso, es que te permite meter la nariz en vida ajena de manera socialmente aceptable. En otros trabajos es más difícil entrarle a la gente que te interesa, y si lo consigues, quedas como un cotilla o un intruso. Yo siempre había querido conversar con Cathy Claret. Me gustaban sus canciones y su actitud vital, quería saber cosas de esa chica de Nimes fascinada por el flamenco y los gitanos que era como de la familia para los Pata Negra, que había sido amiga del difunto Camarón de la Isla (“una bellísima persona, un gran tímido que siempre te hablaba con los ojos mirando al suelo”) y que llevaba en mi ciudad desde finales de los 80 sin que la escena musical local se diera por enterada. Aprovechando que no hacía mucho que había sacado nuevo disco, Solita por el mundo, le envié unos mensajes vía Facebook y acabé tomándome un café con ella el pasado jueves.

Como era de prever, Cathy tenía una historia impresionante detrás. Para empezar, una infancia espantosa marcada por la presencia de un padre esquizofrénico con el que nunca sabías a qué atenerte y que ahora es un anciano convertido en un zombi inofensivo gracias al litio, pero que a principios de los años 70 era un energúmeno violento al que la policía detenía cada dos por tres sin que el mundo de la psiquiatría tomara cartas en el asunto. Filósofo sin obra, el señor Claret hablaba siempre del libro que escribiría para plasmar su visión del mundo y que tal vez siga en algún rincón de su perjudicado cerebro. Cuando su mujer no pudo más y se fugó a Estados Unidos con sus dos hijas –pasaron por Nueva Jersey, Minneapolis y California-, el señor Claret partió en su busca y las acabó encontrando: tras liarse a puñetazos con un policía, la familia al completo fue deportada.

Cathy se iba a dormir cada noche asustada y con mal cuerpo. En ocasiones bajo techo, a veces en tienda de campaña, en los peores momentos al aire libre, bajo unas estrellas que, en tales circunstancias, no tenían nada de poético. Solo pensaba en huir y encontrar una familia falsa mejor que la que le había tocado en suerte.

Cathy conoció a su primera gitana en su Nimes natal, durante esa vendimia a la que se 

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apuntaba de adolescente para ganar unos francos. Se hicieron amigas de inmediato, y la trabajadora española fue su primer contacto con el flamenco y el modo de vida gitano, en el que hoy, aunque viva en Les Planes, no muy lejos de un amigo común, el gran Sergio Makaroff, sigue totalmente inmersa: casi treinta años después de su llegada a Barcelona, Cathy apenas tiene amigos catalanes, mientras que entre los gitanos es, o a mí me lo parece, una versión francesa de Sheena, Queen of the Jungle, o la mítica Ella de la novela de Rider Haggard (que en su adaptación cinematográfica tuvo los rasgos de Ursula Andress). En esa sociedad paralela que Cathy considera maltratada por los payos, la cantante se mueve como pez en el agua porque la familia es más importante que la patria y está repartida por diferentes ciudades y países: su amplio entorno gitano empezó con la rama catalana de los hermanos Amador, Rafael y Raimundo, con los que ha colaborado ampliamente. Hasta su actual compañero es gitano, aunque del norte de Francia, un manouche como Django Reinhardt, según me especifica. Ambos cuidan de la hija no biológica de Cathy, que ya tiene quince años y cuya historia, que también se las trae, no puedo desvelar a petición de su madre.

Le pregunto qué hace en Barcelona si actúa en toda España menos en Catalunya y los músicos de su banda viven todos en Madrid. Me dice que no tiene dinero para irse a otra parte y que, tal vez, aún vive del recuerdo de esa ciudad que descubrió de joven y que, en su opinión, ha ido a peor por culpa, entre otras cosas, del nacionalismo. Me callaré sus comentarios al respecto, no sea que le arruine algún hipotético bolo. Y no descarto que la marcaran los almuerzos en casa de los Comelade, donde el padre de familia tenía la costumbre de ponerse la barretina cada vez que se sentaba a la mesa.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Su nuevo disco\u00a0","text":"'Solita por el mundo' es m\u00e1s pop y menos flamenco, tal vez por su actual fijaci\u00f3n con Serge Gainsbourg"}}Cathy atraviesa ahora una fase de admiración hacia Serge Gainsbourg. Tal vez por eso, Solita por el mundo es más pop y menos flamenco y contiene más canciones en su idioma natal. Perfecta ousider en una ciudad que no sabe tratar a los diferentes, a Cathy le queda el consuelo de ser una figura de culto en Japón y actuar regularmente en España y en Francia. Y la evidencia de que, por mal que le vayan las cosas, nunca podrán alcanzar las cotas de horror de una infancia y adolescencia a merced de un padre loco y una madre prematuramente fallecida. Por no hablar de su condición de canastera, que los gitanos, según me dice, reservan a las personas dotadas de una extrema pureza.

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