Ha vuelto el Conesa, todo en orden

Con el eco aún vivo de la huelga de los tranvías, Pedro Conesa abrió en 1951 una casi totémica lata de salchichas. Entre caras de asombro, fueron de la plancha al pan. El resto es historia

CONESA

CONESA / periodico

Carles Cols

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Hay quien sostiene que la guerra civil española terminó en 1951 porque en Barcelona se libró ese año la batalla que no tuvo lugar en 1939, cuando las tropas de Franco entraron sin combate alguno por la avenida de la Diagonal. Esa batalla de 1951 fue la mal llamada huelga de los tranvías. En realidad los que estaban en huelga eran los pasajeros, que no subían a los vehículos por la subida del precio del billete. Como idea fue realmente muy original, no menos que la guasa de los manifestantes que llenaron la plaza de Sant Jaume durante aquellos agitados días con un lirio en una mano y una botellita de Agua del Carmen en la otra. Lo hacían porque se decía que el gobernador civil de la provincia, Eduardo Baeza Alegría, tenía una aventura con Carmen de Lirio, famosísima vedete del Paral·lel, decían que la mujer más bella de España, a la que iban a ver hasta los curas. "Yo los veía camuflarse en los palcos. Se quitaban el alzacuellos y, hala, a divertirse…". Así se despachó con ellos en sus memorias y, de paso, desmintió que Baeza Alegría llegara a practicar su fidelidad al Movimiento debajo de las sábanas de su alcoba.

La cuestión es que estamos en 1951 y en la plaza de Sant Jaume, en una Barcelona donde los sabañones son muchos y las alegrías son muy pocas. Pedro Conesa, cansado de su vida marinera a bordo del trasatlántico 'Cabo de Hornos', de la naviera Ybarra, harto de esa ruta de Bilbao a Buenos Aires y viceversa, compra la charcutería situada en una esquina de la plaza, en la boca de la calle de la Llibreteria. La inversión parece segura. Es el local al que van los funcionarios del ayuntamiento y de la diputación a tomar un chatito de vino y una ración de queso. Conesa no sabe aún que en breve va ser protagonista de un hallazgo de deliciosas consecuencias, al menos en estas latitudes y longitudes mediterráneas, tan colosal que habría que remontarse a 1884, cuando según Néstor Luján se inventó el pan con tomate, para encontrar un acontecimiento de equivalente magnitud.

Lo cuenta Josep Conesa, hijo y heredero del negocio y, de paso, acepta que se le ponga un poco de teatralidad a lo ocurrido.

En la Barcelona de 1951, una lata de salchichas alemanas podía llegar a ser tan apetitosa como Carmen de Lirio

Un día, porque aquello es una charcutería, llega un producto nuevo a la tienda. Es una lata de salchichas alemanas. Arthur C. Clarke (ya saben, el de la odisea espacial  y el año 2001) sostenía que todo objeto tecnológicamente demasiado avanzado para una sociedad primitiva, y en esa categoría al franquismo no le ganaba nadie, es indistinguible de algo mágico, así que, ya puestos, la escena de la lata se puede rememorar como un momento de adoración totémica. La lata fue abierta, las salchichas fueron depositadas en una plancha, colocadas después con cuidado dentro de media barra de pan y el resto ya es historia.

El increíble hombre muelle

Todo esto viene al caso porque ha reabierto el Conesa tras dos meses de obras y, sobre todo, porque, ahora que parece que ya se puede contar, a finales del 2014 fue uno de los locales icónicos de la ciudad que se vio en el trance de cruzar ese alambre del funambulismo que fue la ley de arrendamientos urbanos y que ha dejado esta ciudad hecha un camposanto comercial. El Conesa no cayó, y es una suerte, porque resulta paradójico que en el centro de Barcelona, un espacio donde el canibalismo comercial ha alcanzado cotas de auténtica glotonería, sea tan difícil comerse un buen  bocadillo. Los establecimientos recomendables se cuentan con los dedos de una mano y basta, lo cual no es mucho.

El local ha sido objeto de un prudente remozado. “Si funciona, no lo toques”, dice Conesa. Por mantener, incluso Juan, uno de los encargados de la plancha, mantiene intacto ese mecanismo interior 'perpetuum mobile' que le hace parecer el increíble muelle humano. Un día, el que arriba firma, se cruzó con él por la calle, no le reconoció y, sin embargo, salivó. Si Iván Pávlov levantara la cabeza…

En resumen. El Conesa reabrió hace una semana. Los clientes vuelven a hacer cola. Todo está en su sitio. Menos mal.