Adiós a Casa Leopoldo

La restauradora Rosa Gil, en Casa Leopoldo, en una imagen del 2010.

La restauradora Rosa Gil, en Casa Leopoldo, en una imagen del 2010.

PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

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Atesora manteles por los que han pasado decenas de escritores, toreros, bohemios, políticos y curiosos en busca de tertulias con carácter o de su leyenda. Las fotos que lo atestiguan conviven con las historias de ficción y reales del comensal que mejor ejerció de embajador, Manuel Vázquez Montalbán, tan adicto a sus tenedores como a su bolígrafo. Pero la crisis y las tendencias no respetan los galones ni la solera. Casa Leopoldo cerró supuestamente de forma temporal en agosto. Desde entonces la persiana sigue bajada y según ha podido saber este diario se da por cerrada una etapa, con la previsión de que un nuevo gestor le dé el relevo. Está por ver si mantendrá el nombre o alguno de sus rasgos.

La empresaria Rosa Gil llevaba años bregando contra los efectos de la crisis. En plena recesión se planteó la venta del establecimiento, pero era tan fuerte el arraigo del local que fundó su padre en 1936, que mil voces arroparon su continuidad y hasta el ayuntamiento defendió la supervivencia de ese símbolo del cambiante barrio chino.

Una inyección económica sirvió para luchar unos años, con una decena de empleados, pero este verano, a la vuelta de las vacaciones, Gil optó por no levantar la persiana. En su contra juegan la crisis y su edad, 66 años, que le invitan a pensar en una jubilación más tranquila. "Estoy cansada", confiesa a este diario. Pero no estará muy lejos de los fogones, ya que el inmueble de la calle de Sant Rafael del que es propietaria incluye su vivienda, que cuenta también con entrada independiente y donde sigue residiendo.

Fuentes del sector relatan que ha habido conversaciones y ofertas para alquilar el local. Desde grupos de restauración a hoteleros, e incluso algún inversor foráneo. En algunos casos, se ha desestimado la operación por el acondicionamiento que precisa el local en base a las actuales normativas, o por el reto de mantener la identidad de un restaurante icónico, cuyos arroces, cap i pota, albóndigas con sepia y lubinas devoraba Montalbán, desde los tiempos en que trabajaba en El Papus, recuerda con cariño la popular empresaria.

ZONA EN TRANSFORMACIÓN

El chino dio paso hace menos de dos décadas a un territorio mestizo con la mayor presencia de inmigrantes de la ciudad. En plena transformación urbanística, Gil batalló desde la Fundació Tot Raval para fomentar la renovación comercial de sus calles y reconquistar al barcelonés como visitante. Desde entonces, el Raval se ha convertido en una zona tan multiétnica como de moda, con aluvión de nuevas propuestas gastronómicas, mayoritariamente asequibles y compatibles con la crisis.

La enérgica restauradora, que ejercía de gran anfitriona y relaciones públicas, se resistió a dar un cambio de rumbo a su cocina, su estilo tradicional y sus precios, pero asume que en los últimos años y en el barrio era complicado funcionar con su tíquet medio, de 50 a 60 euros. Atraídos por las guías de viajes, los turistas se habían convertido en un nuevo aliado, pero ser competitivo era difícil cuando "está desapareciendo la clase media" que se sentaba a su mesa, reflexiona. Su hija, con otros intereseses profesionales, no siguió la estirpe hostelera.

Preocupa la extinción de otro local simbólico de Barcelona. Gil quiere mantener la confidencialidad de las negociaciones, pero confía en que el restaurante resucite en otras manos lo antes posible.