INDIGNACIÓN EN UNA BARRIADA

Crimen anunciado en el Besòs

Pancartas de protesta en balcones de pisos de la calle Berenguer.

Pancartas de protesta en balcones de pisos de la calle Berenguer.

GUILLEM SÀNCHEZ / SANT ADRIÀ DE BESÒS

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Un niño de siete años pedía ayer la pelota en la calle Berenguer, en Sant Adrià de Besòs. «¡La quiero a la cabeza!», le recriminaba a su compañero, un trabajador con mono de taller desabrochado, con las mangas anudadas a la cintura. Eran las once de la mañana y debería haber estado en el colegio. «Pero es el hijo del muerto y aún no sabe nada». La aclaración la hizo un cliente del bar Porras y sus palabras abrieron de golpe un silencio ensordecedor en el corrillo.

El padre del niño era Cristian, el hombre de 30 años fallecido a causa de un apuñalamiento el lunes 9 de noviembre por la noche. El crimen ha puesto el foco sobre un barrio indignado. El Besòs, la comunidad más anciana de Sant Adrià -un 30% de la población supera los 60 años-, aparece cuando termina Barcelona, cuando la Gran Via de les Corts Catalanes se convierte en la C-31.

Teresa vive en ese punto. Ha visto cómo su barrio se degradaba poco a poco por culpa del paro. Pero lo que ha ocurrido en los últimos meses es algo distinto. A la esquina que forman la Gran Via y el río la llaman «la 'zona cero'». «Aquí empezó todo», dice Teresa. Las versiones de la policía y del alcalde son prudentes. No pueden contar lo que cuentan los vecinos. La que sigue es la versión de los vecinos.

Había un bar que empezó a reunir a «mala gente». Enseguida sospecharon que «allí circulaba la droga». Al poco tuvo lugar la primera ocupación. Una patada en la puerta y el piso vacío pasó a ser suyo. Lo realquilaron y trajeron «a amigos». El domicilio empezó a funcionar como escondite para vender «hachís, cocaína e incluso heroína»También para consumirla en el rellano, sin contemplaciones.

No fue un caso aislado. Hubo más patadas y más puertas que cedieron. En ocasiones, pagaron a inquilinos para que accedieran a copiar las llaves antes de devolverlas al propietario. El foco infeccioso se extendió desde la 'zona cero' hasta al menos siete pisos de siete bloques del Besòs. Siete infiernos.

«No es que no paguen los gastos de la comunidad, es que la destrozan. Revientan la puerta principal, venden las ventanas de aluminio, desguazan motos y bicicletas en la portería, escupen en la pared», enumeran con voz cansada. «Yo les di llaves del portal cuatro o cinco veces, pero las perdían y para entrar volvían a romper la cerradura», asegura un vecino que sufrió una de estas ocupaciones durante dos años, en la calle de Federico García Lorca.

Jesús, uno de los pocos vecinos que no esconden su nombre, dice que un día avisó a los Mossos de un allanamiento que vivió en directo. La patrulla llegó y los sorprendió cargando muebles. Llamaron a la puerta pero se negaron a abrirla. «Si no abren, tendremos que marcharnos», le reconocieron los Mossos. «¿Me tomáis el pelo?», respondió atónito. «Los habían visto entrando muebles y me tenían a mí denunciando que lo estaban allanando y se fueron sin hacer nada», recuerda desgañitándose y aporreando una mesa del local del colectivo vecinal. La ley no permite actuar a la policía en estos casos. El derecho a la intimidad de los delincuentes prevalece.

Esperando a que los jueces se decidieran a ordenar desalojos, este barrio de 5.391 habitantes censados perdió la paciencia. Cada lunes a las siete y media de la tarde salen a manifestarse. Anteayer, lo hicieron por quinta vez. Frente al portal de cada piso ocupado, cacerolada.

Ante el 3 de la calle Berenguer se fraguó la tragedia. Asomaron dos de estos allanadores. Respondieron al griterío mostrándoles primero el culo y después los genitales. A una mujer mayor le advirtieron: «Te vamos a cortar el cuello».

Gritos desde el bar Porras

Gritos desde el bar PorrasLos Mossos los separaron y la marcha terminó, en la plaza del 25 de Octubre. Se llama así porque ese día de 1990 las mujeres se enfrentaron a unas excavadoras que construían viviendas para alojar a los desheredados de Can Tunis donde les habían prometido equipamientos. El choque entre vecinos y policías terminó violentamente.

En este lugar que les recuerda un pasado de orgullo inconformista y de defensa de su barrio, disolvieron la marcha. Entonces llegaron los gritos desde el bar Porras. Los vecinos, con 25 años más que en 1990, volvieron corriendo para descubrir que habían herido a Cristian, uno de los suyos. Los Mossos capturaron a los dos homicidas, que trataban de huir por el parque en dirección a Badalona.

La policía catalana sitúa el móvil en alguna «chispa» que saltó entre la víctima y los dos agresores. Jesús no busca un porqué: «Un animal herido morirá matando y ellos se sienten acorralados», por eso «son peligrosos». Enloquecidos como las avispas cuando sacuden su panal, salieron con un cuchillo de su casa «y se lo clavaron a Cristian». Tras el primer pinchazo, el herido intentó escapar pero cayó al suelo. Allí lo remataron. Alrededor de este punto negro, se concentraron anoche un millar de vecinos para homenajearle en silencio.

A escasos metros su hijo jugaba ayer a la pelota, ajeno a todo.

Un periodista buscando respuestas le preguntó a un viejo que lo miraba todo cruzado de brazos: «¿Pero qué ha pasado aquí?». Le pidió que escribiera esto: «Las leyes no sirven para el Besòs».