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De velos, que no de velas

Aspecto de la suntuosa sala de juntas con las paredes forradas de seda y ebanistería que alberga la Casa dels Velers.

Aspecto de la suntuosa sala de juntas con las paredes forradas de seda y ebanistería que alberga la Casa dels Velers.

NATÀLIA FARRÉ

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Un edificio a tres vientos situado en la Via Laietana en la confluencia de la calle de Sant Pere més Alt llama la atención por los esgrafiados de su fachada. Enormes figuras de atlantes y cariátides otean al paseante desde las alturas. Y lo hacen de milagro. La filigrana, que pasa por ser de las mejores del barroco de la ciudad, a punto estuvo de caer bajo la piqueta a principios del siglo XX. En ello mucho tuvo que ver otra fachada espectacular que se agazapa tras el edificio: la del Palau de la Música. Los responsables del Orfeó Català querían más visibilidad para las esculturas de Eusebi Arnau, los mosaicos de Lluís Bru y los vitrales de Antoni Rigalt. De manera que presionaron para que la apertura de la Via Laietana se llevara por delante las cariátides. No pasó. El arquitecto Jeroni Martorell consiguió que se declarara monumento de interés nacional en 1929. Y ahí sigue el edificio, presumiendo de esgrafiados y con la hornacina con la Virgen de los Ángeles contemplando al personal.

El edificio tiene nombre: la Casa dels Velers o Gremi dels Velers. Y en contra de lo que muchos creen, los que lo levantaron no se dedicaban a la confección de velas sino a la manufactura de velos de seda. Ocuparon la esquina en 1763 cuando ya llevaban siglos de historia a sus espaldas. Oficialmente nacieron en 1533, año en que Carlos V promulgó las ordenanzas que los constituían como gremio pero mucho antes, en 1200, ya aparecían en disposiciones de Pere el Catòlic. La elección de la plaza no fue arbitraria, en sus alrededores se ubicaban los talleres de los artesanos agremiados. Como en los alrededores del pasaje del Hort dels Velluters se agrupaban los maestros que trabajaban con el vellut (terciopelo). Estos fueron menos afortunados con su edificio. Lo construyeron demasiado cerca de la muralla y en dos ocasiones, 1697 y 1713, acabó en ruinas. El gremio, también. De manera que los velluters (terciopeleros) no tardaron en convertirse en un satélite de los velers (veleros)

El dato viene a cuento porque ahora la Casa dels Velers acoge el Col·legi de l'Art Major de la Seda, institución surgida de la fusión de ambas corporaciones, más una tercera, la de los perxers (percheros), cuando en 1834 se abolió el sistema gremial. Por entonces el arte de la seda gozaba para su lucimiento de siete oficios con gremio propio en Barcelona (sombrereros de aguja, pasamaneros, torcedores y tintoreros, además de los tres ya citados). No en vano, la seda siempre ha sido material suntuario. Ahí están, para corroborarlo, precios al margen, la histórica ruta que lleva su nombre y los 3.000 años durante los cuales China consiguió mantener en secreto su origen, eso sí, bajo pena de muerte para quienes revelaran a los foráneos que el hilo no salía de un árbol, como creían los romanos, sino de unos gusanos.

De ello habla la muestra Les arts de la seda a Barcelona, una pequeña exposición comisariada por Víctor Mata realizada a partir de los legajos que atesora el edificio indultado in extremis. Además de los 500 años de historia en documentos, la Casa dels Velers cobija también otros tesoros, como un armario-archivo del siglo XVII y un paso de Semana Santa del escultor Ramon Amadeu. Pero, con todo, la joya de la corona es la sala de juntas. Un gran salón tapizado de seda, como no podía ser de otra manera, y ebanistería que albergó (y alberga) las reuniones de sus propietarios y actuó en diversas ocasiones como parlamento gremial. La velada más sonada, la del 17 de abril de 1817, cuando representantes de todas las corporaciones se juntaron para acordar pedir el indulto a Madrid del que había sido capitán general de Catalunya: Luis Lacy.

Las piedras de Barcino

Para suerte de los profanos, en la actualidad también se organizan actos sociales y culturales. Así que para poder entrar y disfrutar de su suntuosidad, lo suyo es esperar a ser invitado a uno de ellos. Aunque si no cae esa breva, siempre quedan las jornadas de puertas abiertas que de tanto en tanto se programan en esta ciudad.

Mientras, a la espera de poder gozar de derecho de paso, una visita al Arxiu Històric, entidad que tiene los documentos en depósito y alberga la exposición, permite ilustrarse sobre su funcionamiento y el del resto de las corporaciones sederas. Además de ver una foto de la famosa sala de juntas o de disfrutar de un tramo de la muralla romana. No en vano una de las paredes de la Casa de l'Ardiaca, que es lo mismo que decir el Arxiu Històric, se sustenta sobre las piedras que rodeaban Barcino.