La transformación de BCN
El músculo del vecino
Piel de acero, dientes afilados y un chorro de humo sin fin. El enemigo daba miedo. Pero la inquietante presencia de las excavadoras no alcanzó a superar el arrojo de los vecinos del Poblenou, dispuestos a jugarse el físico por Can Saladrigas. ¿Todo un barrio movilizado por mantener en pie una antigua fábrica textil, destartalada e improductiva? «Fue el punto de inflexión, cuando tomamos conciencia de nuestro pasado industrial, de la necesidad de preservarlo y del orgullo que genera ese reconocimiento», explica Jordi Fossas, hoy presidente del Arxiu Històric del Poblenou, la entidad que impulsó la campaña en 1998. «Nuestro patrimonio no es gótico, ni barroco ni románico; es industrial y obrero, pero no por ello menos valioso», explica. Languidecía la década de los 90 en proporción inversa al brote impetuoso del que fuera gran activo paisajístico durante décadas del 'Manchester catalán'.
Un sentimiento identitario que se ha mantenido en guardia desde entonces, manteniendo el pulso sobre el terreno o trasladándolo a los despachos del ayuntamiento o la Generalitat para que la Barcelona de los rascacielos y el metacrilato no arrasaran las vigas de óxido y los vestigios fabriles. La punta del iceberg fue Can Ricart, emblema de la lucha vecinal para honrar ese pasado, que se saldó con la declaración de esa antigua fábrica como Bien Cultural de Interés Nacional. La lucha vecinal también sirvió para que la Generalitat ampliara a 114 los edificios de patrimonio industrial a los que garantizaba su conservación.
Comando jubilado
La trinchera del Poblenou también conoce métodos más sutiles pero no por ello menos pertinaces y persuasivos. E imprevisibles. ¿O quién podía esperar que unos jubilados liderados por Miguel Sánchez, 'Miguelín', fuera capaz de captar la atención de todo el barrio, de los medios y las autoridades con un simple espray de color rojo? Miguelín y su plataforma de usuarios de la vía pública marcaron las más de 400 baldosas de la remozada rambla que se colocaron de manera defectuosa en el 2000. La plataforma logró la rectificación del consistorio, y aunque las circunstancias no siempre son favorables, el espíritu perdura. «Solo quedamos vivos una docena de los 25 jubilados que empezamos esto, y solo yo me mantengo tieso... Pero no pararé; si toco el silbato, viene todo el Poblenou», asegura.
Y si la emergencia acucia, siempre se puede recurrir al método Saladrigas. Lo volvió a explotar la gente del Poblenou al evitar con su presencia el avance de las máquinas que iban a cambiar la fisonomía de la rambla sin atender a los habitantes. La plataforma Fem rambla no solo consiguió detener los trabajos, sino que logró que el ayuntamiento asumiera el proceso participativo con el que el colectivo apeló a los convecinos para decidir sobre el futuro del pasaje.
Idéntica implicación en el despliegue de la red de apoyo a los asentamientos. «Muchos son irregulares por lo que no pueden acudir a instancias oficiales y el apoyo debe venir del vecindario», dice Montse Milà, miembro de la iniciativa. Esta vez el reto es con la Delegación del Gobierno. Su negativa a regularizar la situación de los afectados deja la responsabilidad a la calle para que se oiga la voz de los más vulnerables. «Aquí hay vecinos de alto poder adquisitivo pero también simpapeles. El vecindario se vuelca en mantener el equilibrio y hacer posible la mejor convivencia en el Poblenou», dice Milà.
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