Artur Ramon y su Cámara de las Maravillas 2.0

Un galerista revive en la calle del Call el espíritu de los gabinetes de curiosidades que asombraron a Europa durante cuatro siglos

Pablo Milicua y Artur Ramon, durante la transformación de la galería en un cámara de las maravillas.

Pablo Milicua y Artur Ramon, durante la transformación de la galería en un cámara de las maravillas.

Carles Cols

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los franceses los llamaban cabinets de curiosités, pero a Artur Ramon, galerista de arte de la calle de la Palla, le gusta más la ruda pronunciación de cómo eran conocidos en Alemania, wunderkammern, las cámaras de las maravillas, lugares muy populares en Europa a partir del siglo XVI que, como una wikipedia palpable, acumulaban objetos procedentes de los confines de la Tierra (el anticuario, alquimista y astrólogo inglés Elias Ashmole presumía en el siglo XVI, por ejemplo, de tener en sus estantes el cuerpo disecado de uno de los últimos dodos de las islas Mauricio antes de su extinción) u obras de arte cuando aún no había museos que las exhibieran (la de Leopoldo Guillermo de Austria fue especialmente excepcional). Una hibridación de esas dos ramas de los gabinetes de curiosidades es lo que renació ayer en el Gòtic. Al menos en espíritu.

Artur Ramon ha decidido, mano a mano con el pintor y escultor Pablo Milicua, reconvertir su habitualmente sobria galería en una wunderkammer del siglo XXI. Encontrar para la ocasión un cocodrilo disecado de un tamaño adecuado (pieza ineludible en cualquier gabinete que se preciara de serlo) no ha sido tarea fácil. Lo tienen. Procede de Zimbabue.

Milicua propuso como nombre de esta aventura El Prodigio y Artur Ramon, entusiasmado, se lo aceptó. Así abrió ayer sus puertas, a dos pasos de la catedral, dentro del marco de la Barcelona Gallery Weekend, un homenaje al Gabinete Salvador que hasta 1854 fue visitable en la trastienda de una botica de la calle Ample, según muchos autores, el primer verdadero museo de la ciudad.

Sangre de dragón

A los gabinetes de curiosidades se iba en sus años dorados a echar un ojo al resto del mundo. Había ahí caparazones de tortuga, garras de rapaces, flores exóticas, armadillos disecados, alguna momia, libros antiguos, libros raros (el aún indescifrado Manuscrito Voynich se lleva la palma en esta categoría), colecciones de minerales… En la época de los descubrimientos, los barcos atracaban en los puertos europeos con mercancías exóticas expresamente destinadas para las cámaras de las maravillas y, a veces, con lo imposible dado por auténtico, como sangre de dragón o cuerno de unicornio. La famosa sirena de Fiji, con la que llegó a morder el anzuelo hasta el prestigioso The New York Times, era materia ya de otra categoría, producto destinado a las paradas de los monstruos, pero retrata bien la insaciable curiosidad de la época por lo desconocido.

A eso juega El Prodigio, a juntar obras de arte de aquello que, por situar el estilo, los nazis considerarían arte degenerado, algunas antigüedades que remiten a lugares exóticos y, cómo no, piezas expresamente actuales, entre las que si hay una que puede representar el papel de aquella legendaria sirena de Fiji, esa es la perturbadora escultura alumbrada por Marcel·li Antúnez, exfurero dels Baus, y que lleva por título Cabeza arrancada, Josep Maria arrancado en el momento del éxtasis. En lenguaje coloquial lo que mejor se puede decir de ella es que da yuyu. En su presencia, ni siquiera tranquiliza saber que esa cara humana dentro de un tarro de cristal, como conservada en formol, está confeccionada con piel de cerdo.

Lo lógico, llegados a este punto, es aclarar por qué una sobria y elegante galería situada en la calle más noble de los anticuarios de la ciudad explora esta extraña senda. Ramon reconoce que todo parte de su interés personal por ese género, el de los gabinetes de curiosidades, y por la chispa que prendió en él cuando años atrás compró un cráneo de leona. «Los huesos, y más los cráneos, son piezas muy escultóricas. Muchos artistas han sentido antes esa fascinación. Las formas que proporciona la naturaleza son muy poderosas estéticamente», explica. Eso queda certificado con algunas de las piezas añejas que se exhiben en El Prodigio, como una de las célebres ilustraciones que a caballo de los siglos XVIII y XIX realizó Pancrace Bessa, en este caso de la mandíbula de un gavial, la más rara avis del universo de los cocodrilos.

Va quedando claro ya que lo que el visitante encontrará en esta rediviva actualización de los gabinetes de las curiosidades es un denso horror vacui, una acumulación de arte moderno y antigüedades, pero todo con un apellido común. Ahí está, de pie, por ejemplo, el gorila disecado que un día acarició Ava Gardner y admiró media Barcelona, el que lucía como un King Kong menguante en el escaparate del Taxidermista. Aquel ejemplar abatido en Camerún es hoy, pasados 100 años de su muerte, compañero de exposición de obras de Dalí y Goya, y también de las pinturas obscenas de Evru, el artista antes conocido como Zush, y de las hibridaciones esculturales de Carlos Pazos... Maravillas.