inicio del curso escolar en gràcia

La solidaridad evita el cierre de la escuela Patufet

Los alumnos iban a ser traspasados a un centro cercano pero de línea muy distinta

Unos alumnos participan en la puesta a punto de las instalaciones de la escuela Patufet.

Unos alumnos participan en la puesta a punto de las instalaciones de la escuela Patufet.

HELENA LÓPEZ / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El martes, una semana antes de la vuelta oficial al cole, las aulas de la escuela Nou Patufet, en el 25 de la calle de Bruniquer, estaban llenas de niños. La principal diferencia con la escena que se vivirá el próximo lunes es que no iban cargados de bolígrafos y libretas, sino de escobas y estropajos. «Tanto los padres como los alumnos han respondido muy bien a nuestra llamada. Han venido incluso exalumnos y padres de exalumnos», explica Laia Pantinat, profesora de música y cooperativista de la renacida escuela, que este verano ha vivido una suerte de milagro. Después de que a principios de junio la antigua propiedad del centro, a punto de cumplir 50 años en el barrio de Gràcia, avisara a familias y trabajadores sin margen de maniobra que el colegio cerraba y que los alumnos y profesores serían reabsorbidos en la vecina Salle de Gràcia.

La entonces escuela Patufet -que reabrirá el lunes como cooperativa Nou Patufet- era una escuela concertada pionera, que ya nació laica y en catalán en el aún oscuro año 1966. No sorprende entonces que a las 250 familias del colegio les sentara como un tiro que el colegio, cuya vieja propiedad necesitaba jubilarse por enfermedad, les vendiera cual cartera de clientes a la Salle, colegio cuyo plan pedagógico no tiene nada que ver con el del colegio en el que creían. «A los profesores también nos habían traspasado a la Salle, pero, como las familias, nos plantamos. Nos constituimos en una asamblea de docentes para pensar alternativas. No se trataba de salvar nuestro puesto de trabajo, que en principio teníamos asegurado, sino de salvar un proyecto», cuenta Cesc Granada, director de la escuela y ahora también cooperativista.

El empujón institucional

De esa asamblea salió la idea de constituirse en cooperativa para salvar el proyecto. El tiempo jugaba en su contra, en pleno verano, pero su tenacidad pudo más que la realidad de hechos consumados que intentaron venderles. El hecho de que desde el Consorci d'Educació se vetara el traspaso a traición de alumnos y profesores para este curso con las matriculas cerradas, alegando que vulneraba el derecho a las familias a decidir sobre la escolarización de sus hijos, dio un último empujón a los profesores para decidirse a crear la cooperativa.

«El apoyo de las familias fue muy importante. Cuando en una asamblea con los padres nos dijeron que 205 familias seguirían en el centro si constituíamos la cooperativa, lo vimos muy claro», prosigue Granada. Una vez constituida la cooperativa, el 30 de julio, se pusieron a trabajar en mejorar el proyecto y el edificio, últimamente muy dejado. Ahí es donde volvieron a entrar en juego las familias, que enseguida acudieron a la petición de ayuda para pintar todo el centro (por dentro) y hacer una limpieza a fondo. «Hemos puesto la calefacción nueva, que era una de las peticiones desde hace años de la comunidad educativa, y la semana que viene empezamos con la fachada», prosigue el director mostrando las redes verdes que ya la cubren. «Nuestro objetivo ahora es mejorar. Ir más allá. Abrir el colegio al barrio; participar del tejido del barrio. Establecer un nuevo diálogo con el entorno», concluye ilusionado el director.