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El gorila que acarició Ava Gardner

Copito diluyó su fama, pero el gorila macho disecado del Taxidermista fue una celebridad que ahora regresa con ganas de revancha

Víctor Gómez, junto a uno de los tres gorilas que se hicieron célebres en el Taxidermista, en una de sus tintinescas tiendas.

Víctor Gómez, junto a uno de los tres gorilas que se hicieron célebres en el Taxidermista, en una de sus tintinescas tiendas. / Danny Caminal

Carles Cols

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Ha regresado a Barcelona el que fuera, hasta el advenimiento de la era Copito, el gorila más célebre de la ciudad, un machote al que acarició, ya disecado, por suerte para ella, hasta Ava Gardner. Un tipo envidiable, sin duda. Pero con la llegada del extravagante gorila albino al Zoo de Barcelona, y eso fue en 1966, el recuerdo de aquel ejemplar abatido en Camerún en 1910 por un cazador austríaco comenzó a diluirse como una acuarela bajo la lluvia, y de él quedaban solo los textos y las fotografías de hemeroteca, de cuando en el escaparate del Taxidermista de la plaza Reial era toda una celebridad, pero ahora resulta que el hijo pródigo ha vuelto y, en breve, a partir del 1 de octubre, tiene previsto conquistar de nuevo la que fue su ciudad adoptiva más o menos como Cleopatra lo hizo con Julio César, o sea, desnudo y con sentido del espectáculo. La reina egipcia, así lo cuenta la historia, iba escondida dentro de una alfombra enrollada. El gorila, también sin ropas y con el pene sorprendentemente intacto vista su edad (aunque pequeño, como corresponde a esta especie), será la tarjeta de presentación de una de las más inquietantes exposiciones que se avecinan, una mezcla de gabinete de curiosidades y arte bizarre que prepara en su local de la calle de la Palla el galerista Artur Ramon.

De esa recreación moderna de los cuartos de las maravillas que hasta el siglo XIX satisfacían el morbo a la par que ilustraban, ya habrá tiempo de hablar con más paciencia. Queda prometido, porque, por lo que se intuye tras una primera charla con Artur Ramon, será como entrar a través del lienzo en una de las obras malditas de El Bosco, un viaje algo lisérgico. Lo que ahora toca es confirmar que el gorila ha vuelto. Lo tiene el anticuario Víctor Gómez en una de sus extraordinarias e inusuales tiendas, porque lo suyo no son los muebles Chippendale o las vírgenes barrocas en madera de cedro, sino las antigüedades navieras y, por encima de todo, las científicas.

El gorila, por si alguien lo recuerda, no estaba solo en el Taxidermista. Lo que allí se exhibía era una supuesta familia. La hembra y la cría fueron adquiridas por un coleccionista de Japón. Se supone que ahí seguirán. Un gorila disecado no es algo que suela terminar en la basura. Parece que cotiza siempre al alza. En el mundo de la taxidermia es una pieza muy poco común. Núria Viladevall, bisnieta de los fundadores de la tienda de la plaza Reial, contó una vez en una estupenda entrevista que entre los recuerdos acústicos de su infancia estaban los sollozos de las señoras a las que se les había muerto el periquito y querían conservarlo momificado. Así que periquitos los habrá a miles, pero gorilas, pocos. Por eso ese macho, la hembra y la cría se hicieron célebres. Salvador Dalí, cliente habitual de la tienda, se retrató con ellos, pero nadie encuentra esa foto. Joan Miró, más tímido, se limitaba a observarlos a través del cristal del escaparate. La Gardner lo conoció porque Mario Cabré le quiso regalar a la actriz la oreja disecada de un toro, que a saber dónde parará hoy en día.

Perla, la elefanta nazi

Las tres piezas estaban expuestas con un extraño gusto tragicómico. Bajo el brazo, el macho llevaba, como quien vuelve de comprar el pan, la figura de cera de una mujer negra asustada. Aquello era, con las gafas del pudor moral de hoy, un disparate, pero es que el Taxidermista fue una tienda de fama continental, a la altura de la parisina Deyrolle, el Tíffany's & Co de la momificación, capaz de aceptar encargos mayúsculos, como disecar a Perla, la elefanta nazi del Zoo de Barcelona, un regalo del Tercer Reich procedente del Zoo de Berlín porque los bombardeos aliados amenazaban su vida.

Perla acabó en el Museo de Onda (Castellón), en compañía de otros muchos animales de la tienda, como el también célebre rinoceronte, que un día lo sacó Dalí a mitad de la plaza y lo montó como un cowboy, fiel a su máxima de que la vida debe ser una fiesta continua, pero el gorila, no. Recaló en casa de un ricacho de Marbella. De ahí es de donde se lo ha traído Víctor, de momento, un poco de tapadillo, ya que de lo que se trata es de que a partir del 1 de octubre esta bestia haga su entrada en escena a lo Cleopatra. Qué nervios.