barceloneando
Contra la piqueta, memoria
Joan Prats confeccionó sombreros, promocionó la cultura y dio nombre a una galería histórica
Natàlia Farré
Periodista
Natàlia Farré
L a piqueta ha acabado con un trabajo de Josep Lluís Sert: el interior de la Galeria Joan Prats. Lo contaba El País el pasado 9 de agosto. Adiós al suelo textil continuo, a las paredes de aristas redondeadas y a la ausencia de puertas. Adiós a otro rincón de la Barcelona botiguera de antaño. Y adiós a parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad. Nada nuevo bajo el sol. Ahora le ha tocado a la Galeria Joan Prats. Como antes le tocó a la Filatelia Monge y antes de antes al Bar Muy Buenas. Una pena, sí. Pero el turismo y la franquicia mandan en esta ciudad cada vez menos barcelonesa y cada vez más globalizada.
¿Patrimonialmete más pobre? También. Pero es lo que hay. Y hay más. Porque el derribo de una parte de la memoria pétrea del arquitecto racionalista no significa solo el fin del local de Rambla Catalunya tal como lo conocíamos. Es también la muerte de una idea romántica, la que llevó a un sombrerero, Joan Prats (1891-1970), a aunar su oficio con el mejor arte del siglo XX; y a un galerista, Joan de Muga, a honrarlo bautizando con su nombre la tienda cuando esta mutó a galería. La Joan Prats fue sombrerería antes que sala de arte y siempre fue refugio de creadores. También en la última etapa, cuando, en el 2014, trasladada la galería a la calle de Balmes, se instaló en el local la boutique Isabel de Pedro. Incluso entonces, con el interior de Sert en pie, el arte, en forma de exposición fotográfica, comía espacio a la moda. Punto final. En otoño, el local renacerá con el uniforme impersonal que luce cualquier tienda de sport wear -eso anuncian- que se precie. Fin de etapa.
Calder, en el escaparate
De una etapa que empezó hace décadas, cuando los caballeros entraban al local por la puerta noucentista -trasladada a rambla de Catalunya desde la calle de Ferran, donde abrió la tienda original- buscando proteger sus cabezas. Entonces en el escaparate, junto a los sombreros, lucía un móvil de Alexander Calder y en la trastienda, Joan Miró atravesaba cajas con una cuchara para crear Reloj del viento. ¿Surrealista? Para nada si se sabe que Prats fue, además de sombrerero, mecenas, coleccionista y promotor cultural. Al oficio llegó por tradición familiar, al arte por vocación. Aunque abandonó. La muerte de su padre le obligó a coger las riendas del negocio. Así, en lugar de crear se dedicó a apoyar y promocionar a otros artistas, a Miró, sobre todo, con el que mantuvo una amistad incondicional toda la vida.
Suya es, también, parte de la paternidad intelectual de la fundación dedicada al pintor y suyo fue el dinero que financió la Serie Barcelona cuando Miró volvió después de la guerra. Fundó el grupo ADLAN (Amics de l'Art Nou) en 1932 y en el 34 realizó con Sert el mítico número de la revista D'Ací i d'Allà que reproducía a Kandinsky, Brancusi, Rousseau y un sinfín de maestros del siglo XX. El activismo cultural del sombrerero Prats siguió con su participación en el Pabellón de la República del 37, su implicación en el nacimiento de Dau al Set y su empeño para que Joan Brossa estrenara su primera obra de teatro. Un currículo de vértigo. Y un homenaje de altura, el que le rindieron los De Muga en 1976.
Prats murió y la sombrerería cerró. Pero por poco tiempo: «Decidimos de acuerdo con la familia Prats coger el local y transformarlo en galería», explica Joan de Muga, que se convirtió en el marchante de reconocidos artistas, entre ellos, Albert Ràfols-Casamada, protagonista de otra de las pérdidas patrimoniales de este verano. «Polígrafa dejó de ser imprenta y se convirtió en editorial porque Prats convenció a mi padre para que editara la colección Fotoscop de Joaquim Gomis. Nos introdujo en el mundo del arte». Así que la sombrerería se convirtió en galería honrando, con el nombre, la memoria del promotor cultural y con una exposición inaugural, Presència de Joan Prats, sus iniciativas en pro de la creación.
Prats, Miró y De Muga. Faltaba Sert. Apareció. El arquitecto se en-cargó del diseño interior de la galería respetando, por supuesto, la fachada noucentista, lo único que hoy sigue en pie. «Fue más un acuerdo de amistad que económico», recuerda el galerista que afirma sentirse «molesto» pero «impotente» ante el derribo. «Se añora el local histórico pero el espacio actual de la galería es más contemporáneo». Ya se sabe, no se puede vivir del pasado y el futuro de la Joan Prats está en Balmes. Lo que está por ver es si el patrimonio de esta ciudad tiene futuro más allá de la piqueta.
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