La tumba de la espiritista

Los restos de Amalia Domingo yacen en el cementerio de Montjuïc, sector libre

El nicho de Amalia Domingo Soler, impulsora del espiritismo a finales del siglo XIX, en Montjuïc.

El nicho de Amalia Domingo Soler, impulsora del espiritismo a finales del siglo XIX, en Montjuïc.

OLGA
Merino

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Al texto que sigue le habría convenido una meteorología norteña, de bosques crepusculares con viento ululante o tal vez una tempestad de truenos y no este bochorno que ha convertido Barcelona en el suburbio más achicharrado de Manila. Parece que con la calorina no pegue hablar del más allá, pero habrá que intentarlo.

A las nueve y pocos minutos de la mañana, el coro de chicharras ya canta a pleno pulmón bajo los cipreses del cementerio de Montjuïc, envuelto en el olor cereal, como de pan horneándose, que sube desde la zona de descarga del puerto y reviste de extrañeza esta excursión en busca de la tumba de Amalia Domingo Soler. Servidora tampoco sabía quién era hasta hace muy poco: resulta que una reconocidísima escritora espiritista fallecida tres meses antes del estallido de la Setmana Tràgica, el 26 de julio de 1909; tal día como mañana pero de hace 106 años (seguro que el sol también caía a pedazos).

Por suerte, la expedición la encabeza Adrià Terol, de Cementiris de Barcelona, porque, de otra forma, localizar el sepulcro hubiese resultado misión imposible en un laberinto que alberga 160.000 nichos; o sea, más habitantes que Santa Coloma de Gramenet. Toda una ciudad dormitorio, y nunca mejor dicho.

Los restos de la impulsora del espiritismo, que murió de una bronconeumonía, reposan en la vía Sant Carles del camposanto, agrupación segunda, piso segundo, nicho número 35, en una zona que, en tiempos, quedaba fuera de las murallas del cementerio y se destinaba, por tanto, a los cadáveres disidentes, a los bichos raros, a todo aquel que no comulgara con el credo católico, apostólico y romano. De manera que doña Amalia yace en la ilustre compañía de los anarquistas Buenaventura DurrutiFrancisco Ascaso y Salvador Seguí, El Noi del Sucre; del abogado laboralista Francesc Layret y el pedagogo fusilado Ferrer Guàrdia. La rodean también muchos vecinos de apellido judío y alemán.

El sepulcro de la escritora se encuentra separado apenas 15 metros del de otro insigne espiritista, cuya lápida reza: "Aquí yace la envoltura corporal de un hombre honrado que en su última encarnación terrena fue José María Fernández Colavida, 1819-1888". Creían que el alma se purificaba en sucesivas reencarnaciones, sí. Pero entre la segunda mitad del siglo XIX y hasta la guerra civil, los adeptos al espiritismo no fueron, ni mucho menos, cuatro frikis que se dedicaban a hacer la güija: defendían la escuela laica, pública, mixta y gratuita, así como la razón librepensadora. En los centros espiritistas se enseñaba a leer y a escribir porque, sin esas herramientas, no se podía practicar el asunto.

ACOGIDA EN GRÀCIA

Amalia Domingo Soler fue famosa —y mucho— como escritora, polemista y oradora, aunque pasó más estrecheces que Carpanta. Nacida en Sevilla en 1835, el presidente del círculo espiritista La Buena Nueva, quien, por cierto, se llamaba Luis Llach, la invitó a instalarse en su casa, en la entonces villa de Gracia, a condición de que continuara escribiendo para difundir la doctrina. Aceptó la oferta en 1876 y desde el piso familiar de la calle Canó dirigió durante 20 años el semanario espiritista 'La luz del porvenir'. Fotos de la época dan fe de la multitud que salió a despedirla el día de su entierro, el 30 de abril de 1909, y acompañó el cortejo fúnebre  hasta el cementerio de Montjuïc.

Llama la atención que la tumba de Amalia esté asombrosamente limpia: reluciente el cristal del nicho, dos floreros con orquídeas de tela y un palmón en buenas condiciones, quizá del último Domingo de Ramos. Tal vez porque un centro espiritista de la ciudad lleva su nombre y allí se recuerda todavía que fue fundadora de la Societat Autònoma de Dones, la primera organización feminista de Catalunya.