A la mesa en el templo sij

Los sijs comparten el alimento por principio, y una manifestación de esa generosidad son las concurridas comidas en el santuario de la calle Hospital

Comensales en el interior del Sikh Gurudwara Gurdarshan Sahib Ji, el templo sij de la calle Hospital, en Barcelona.

Comensales en el interior del Sikh Gurudwara Gurdarshan Sahib Ji, el templo sij de la calle Hospital, en Barcelona. / FERRAN SENDRA

MAURICIO
BERNAL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Las limitaciones de espacio han obligado a confinar el lecho donde el libro sagrado pasa las noches en una habitación de dimensiones reducidas, en el segundo piso, junto a la cocina. El cuarto permanece cerrado durante el día, pero a través de unas ventanas opacas se puede echar un vistazo al mueble venerable, que a simple vista se diferencia de cualquier otra cama por su notable altura, y ciertamente por el aterciopelado naranja del edredón. Al lado, en la cocina, la actividad enfila hacia el frenesí. Son las horas del mediodía y en el templo sij de la calle Hospital se preparan para alimentar a un pelotón, un regimiento o un ejército al completo si es necesario: todo aquel que se acerque y pida un plato de comida. De las enseñanzas del primero de los 10 profetas los sijs han adoptado como norma sagrada compartir el alimento, y así se lo toman, como algo sagrado, en efecto: el templo es un lugar abierto en el sentido más amplio y generoso de la palabra, sin distingos de origen, raza o religión. Todo el que quiera puede tocar a la puerta y aspirar a un plato de comida. El único peaje es el respeto, y se espera del invitado que antes de llenar el estómago se incline ante el libro sagrado, que para los sijs tiene estatus de deidad. Una urna dispuesta junto al altar recibe las donaciones de los que pueden hacerlas.

El tamaño de los fogones, de las sartenes y de las ollas, de los instrumentos con que se remueven y sacan las cosas del fuego, la cantidad apreciable de cartones de leche, bolsas de harina y demás materia prima, todo, hasta la premura sij de los cocineros -una especie de diligencia señorial-, se corresponde con la envergadura del reto gastronómico, que, en resumen, consiste en alimentar a unas 300 personas. «En lo peor de la crisis llegamos a tener hasta 500», dice Kashmir Singh, presidente del templo, un hombre afable que entiende la hospitalidad como un ineluctable, algo que simplemente es, como la lluvia en primavera, la infinita estela de pi. Los sijs son vegetarianos y en el menú del día hay lentejas, berenjenas, patatas y pan de la India. Por supuesto té. La gente que va llegando cumple con el breve protocolo que supone el ingreso al lugar, se quitan los zapatos, se lavan las manos y los pies y se cubren la cabeza con un pañuelo. Luego se postran ante el libro sagrado y luego se sientan en cualquier rincón. Y comen.

Labores de planchado

El templo sij es un lugar vivo, libre, muy libre de acartonamientos. Los niños están de vacaciones y pasan la mañana aprendiendo punjabi, en grupos de seis u ocho que se organizan en torno a maestros voluntarios, padres de familia la mayoría. En el extremo de la sala, cuatro mujeres hacen equipo para planchar los vestidos del libro sagrado, grandes frazadas azules que se cambian dos veces por semana. Dos hombres mayores pasean su aura respetable por el lugar, el chef por un lado, con sus anárquicas barbas blancas y su turbante, también blanco, y un anciano cuyo cometido consiste en repartir el parshad entre los que se toman un tiempo para rezar ante el libro sagrado. Parshad: una especie de pudin dulce típico de la India, un bocado llamado a sellar -gastronómicamente hablando- la comunión con dios. En cuanto a tempo ceremonial, algo así como una hostia. El anciano, explica Singh, se pasa 18 horas al día dando el parshad a los fieles; serio, barbudo, imperturbable.

La mayoría de comensales tienen aspecto indio, pero hay mucha población blanca y local, además de latinoamericanos que viven o trabajan en el barrio. «Vienen muchos españoles que trabajan en hostelería en la Rambla, además de turistas que saben que en un templo sij siempre hay comida para todos», explica Singh. Y mucha gente que no tiene qué llevarse a la boca. Y okupas. Una vez servido, el invitado come en silencio o habla a un volumen bajo, no en vano es un templo y la atmósfera es espiritual. Y porque algo de maná se esconde en estas lentejas.