El ocaso del Gòtic sur

Ex sultum se nentem Romneque viriam ingulto rumus, Catarib

Ex sultum se nentem Romneque viriam ingulto rumus, Catarib

Carles Cols

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La Generalitat subastará el próximo 5 de junio a mano alzada, como mejor quedan las pujas, una finca de cinco plantas de la calle de Arai, justo frente a la plaza que en 1996 la ciudad le dedicó a George Orwell y donde después (qué irónica es a veces la vida) se instalaron las primeras cámaras urbanas de videovigilancia. El precio de salida son 3.313.502 euros. Para la Generalitat es una venta más, pero este no es un edificio cualquiera, primero porque su centenaria historia es casi una crónica de la propia historia de la ciudad, de cómo el Gòtic sur dejó de ser un barrio de la alta burguesía y en un visto y no visto pasó a ser un rincón de la mala vida durante algunas décadas. Y segundo, porque uno de sus inquilinos, un holandés, Igor Binsbergen, tuvo meses atrás la feliz idea de retratar junto al fotógrafo Hugo Keizer todos y cada uno de los pisos de la finca, habitados o no, y grabar sus sonidos cotidianos, casi convertir en una pieza de arte contemporáneo ese extraordinario contraste que ofrecen los actuales vecinos de la finca, gente humilde, en esas viviendas de techos altos y de valiosísimos pavimentos hidráulicos donde en su día vivieron marqueses, banqueros y empresarios que hicieron fortuna.

Esta no es la primera vez que un barcelonés toma la iniciativa y retrata la vida cotidiana, a caballo del arte y la antropología. A finales del 2013, el músico Àlex Llovet, por ejemplo, fotografió a 140 familias de su minúsculo barrio, Mas Sauró, posando en sus hogares. El valor historiográfico del libro que publicó con aquella experiencia crecerá con el paso del tiempo. Binsbergen ha ido un paso más allá. Su colega Keizer, con una interesante trayectoria en el retrato, hizo posar a los vecinos en sus pisos y tomó fotografías de cada una de las estancias, que conservan las hechuras casi palaciegas de sus orígenes burgueses, pero castigadas ya por el paso del tiempo. Por su parte, Binsbergen, músico e ingeniero de sonido de profesión, grabó eso precisamente, los sonidos, las conversaciones, el ruido de la calle que se cuela a través de las ventanas, las campanadas de una iglesia cercana...

El resultado de ese trabajo de campo puede ser disfrutado de momento a través de una web, a la espera de que cuaje el proyecto de convertirlo en una exposición, lamentablemente tal vez en Holanda y no en Barcelona.

Mejor que una estadística oficial

La vida cotidiana de Arai número 3 Puede parecer una simple invitación al voyerismo, pero no es así. Cuenta aquello que no son capaces de reflejar las estadísticas municipales, muy precisas en el perfil social de los vecinos de cada barrio, las migraciones, el nivel de estudios y otros etéceteras, pero carentes de calor. «En el principal derecha viven Marilyn y Lemuel, nacidos en Filipinas. La pareja emigró a España y tuvos dos hijas (se puede ver un cuadro en la pared de la más joven posando como modelo para una marca de moda). Ya son abuelos de un nieto. Viven en su piso desde 1980. Les encanta el karaoke. A veces, en verano, cuando las ventanas están abiertas, consiguen ovaciones de las personas que están sentadas en las terrazas de los bares delante del edificio». Así lo cuentan los autores del proyecto. Y lo hacen así de cada uno de los pisos. Es vida tal y como no aparece en las estadísticas municipales.

Una vivisección de la vida cotidiana como esta podría hacerse, es cierto, de cualquier edificio de la ciudad, pero es que este tiene un pequeño plus de historias que le hacen especial. Hoy Escudellers, Arai y la plaza de George Orwell son lo que son, un espacio público que años atrás tocó fondo y donde hoy se libra uno más de los pulsos de la gentrificación urbana, con la diferencia de que ahora quienes empujan por echar a las clases bajas no son las clases acomodadas (eso es, en esencia, la gentrificación), sino los fondos de inversión y la industria turística. Pero hace 100 años aquello era un barrio bien. En el número 3 de Arai vivió, por ejemplo, Josep Ferrer-Vidal Soler, marqués, senador, coleccionista de arte, primer presidente de lo que hoy es La Caixa, mecenas y cuñado del conde de Güell. Las convulsiones de la república, más aún la guerra civil y después la llegada de la VI Flota y los vicios carnales de su tripulación cambiaron la fisonomía social del Gòtic sur, pero hubo tiempo aún para que ocurrieran hechos extraordinarios en Arai, 3. En 1946, por ejemplo, en uno de sus pisos nació la primera colonia para niños del mundo, idea que a nadie, es curioso, se le había ocurrido antes. Nenuco, creación del ingeniero industrial Ramon Horta, fue una patente tan excepcional como ponerle un palo a un caramelo, el chupa-chups, o la fregona, también un palo, pero esta vez con un mocho, y fue destilada en una de esas cocinas que ahora han inmortalizado Binsbergen y Keizer.

Arai 3 tiene, en resumen, un cierto aire a esas grandes fincas que la aristocracia rusa abandonó a la carrera y que fueron ocupadas después por el pueblo (en el sentido más soviético del término), pero en Barcelona. Su futuro ahora, sin embargo, es incierto. Puede que la subasta del próximo 5 de junio sea el fin de esta historia. Al menos quedará la labor paciente de Binsbergen y Keizer.