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El extraño edificio de Bailèn

Los Masriera levantaron en el XIX un templo para el arte inspirado en la arquitectura romana. Fue taller de pintura, museo de su ecléctica colección y teatro en el que llegó a recitar Lorca

Fachada del edificio construido en 1834 a imagen de un templo clásico.

Fachada del edificio construido en 1834 a imagen de un templo clásico.

Natàlia Farré

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Con la decadencia que emanan los lugares que fueron y ya no son, y la curiosidad que despierta un acceso imposible, sobrevive, encajonado entre dos medianeras modernas, en el número 72 de la calle de Bailèn, una anomalía arquitectónica de la Barcelona actual: una construcción con un frontis que se asemeja al de un templo clásico, con anchas escaleras, columnata corintia y frontón triangular con grifos incluidos. El edificio fue en su día taller de los hermanos Masriera y luego teatro Studium, y ahora, cerrado a cal y canto, languidece mientras espera destino y sorprende con su aspecto a los transeúntes.

Postrarse frente a su fachada es ver cómo los paseantes no habituales del barrio se preguntan qué es y fantasean sobre su posible origen romano. Unos inicios que no hay que buscar tan lejos. Aunque se levantó a imagen del templo de Augusto de Barcino, según unos, o de la Maison Carrée de Nimes, según otros, su construcción data de 1884, cuando en Barcelona la arquitectura aún no era modernista y el pasado aún inspiraba a los arquitectos, en este caso a Josep Vilaseca, autor también del Arc de Triomf. Aunque sí tiene un componente romano: su construcción pretendía emular el estudio que Marià Fortuny tenía en el palacio de la Via Flaminia de la capital italiana. No en vano el creador de Reus -tanto en su faceta de pintor de éxito como en su vertiente de coleccionista- era el ejemplo a seguir por los pintores que decidieron levantar el edificio como taller-estudio.

Estos no eran otros que Josep y Francesc Masriera, propietarios, junto con su hermano Frederic, de la famosa joyería homónima. Los tres pertenecían a la alta burguesía de la época y los tres tenían una vertiente artística. A Frederic le dio por las artes decorativas. Y a Francesc y Josep, por la pintura de género, y para pintarla crearon su propio templo del arte. Un estudio-taller en el que poder trabajar, exponer y acoger su magnífica y ecléctica colección. La inauguración fue en abril de 1884, cuando en el Eixample las calles todavía no estaban asfaltadas y el nuevo templo se podía permitir el lujo de vivir a cuatro vientos. Un acto que provocó expectación y recogió la prensa: «Levantado para taller y estudio de artistas tan celebrados hánse allí acopiado objetos raros, preciosos, bellos por modo tal, con gusto tan exquisito y por manera tan singular y artística que al penetrar en aquel santuario de las artes siente uno elevado su espíritu a las regiones ideales de lo bello y lo estético». Los objetos raros y bellos acabaron por ocupar todo el edificio y el taller pasó a ser Museu Masriera. Fue la segunda de las muchas vidas que aún le quedaban por vivir.

La tercera personalidad se la dio al edificio el joyero modernista Lluís Masriera, en 1932, cuando tras el éxito de su compañía de teatro amateur, Belluguet, decidió construir el teatro Studium en lo que había sido el taller-estudio. Una sala con capacidad para 270 personas en la que García Lorca leyó por primera vez Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. Durante la guerra civil el teatro fue confiscado y tras el conflicto funcionó como sede del Club Helena.

Camino de ser público

La penúltima vida empezó cuando pasó a manos, en 1951, de una congregación religiosa. Las monjas mantuvieron el teatro, que aún sobrevive entre restos clericales. Están las butacas, el escenario y el azul original de las paredes del vestíbulo. El resto es un intrincado laberinto de capillas y salitas fantasmagóricas que las religiosas levantaron en los laterales. Nada queda del taller de 1884, pero el Studium también es parte de la historia de un edificio que espera, en manos de la Fundació Pere Relats -las monjas se lo cedieron en el 2009- que un cambio en el Pla General Metropolità le permita convertirse en equipamiento público para la ciudad.

La jugada pasa por permitir construir un hotel en la torre Deustche Bank, a cambio la promotora compraría el taller para cederlo al ayuntamiento. Si la operación falla, la Fundació Pere Relats, dedicada al cuidado de los ancianos, lo venderá a un particular y el templo del arte de la calle de Bailèn seguirá teniendo sus puertas cerradas. Sería una pena.