Una audiencia agitada refleja la brecha ciudadana por el turismo

PATRICIA CASTÁN / HELENA LÓPEZ
BARCELONA

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Había transcurrido más de una hora de discursos oficiales (el municipal y el de la Associació de Veïns de Barcelona, FAVB) cuando, sin guion ni estadística ni grandilocuencia, un anciano vecino de la Barceloneta, Antonio López, puso el dedo en la llaga: «No nos molestan 40 ni 80 millones de turistas, nos molesta el incivismo». Un discurso reiterado por los muchos asistentes que no quisieron criminalizar el teórico éxito turístico de Barcelona sino señalar los déficits en su gestión. No hubo apenas turismofobia en la primera audiencia popular para hablar sobre el tema, pero sí posiciones muy enfrentadas entre la ciudadanía. Como en un partido de fútbol, la mitad del aforo fue para un bando, integrado por dueños de pisos turísticos y anfitriones que alojan viajeros en su propia casa, y la otra para el ciudadano hastiado de una saturación de viajeros en sus barrios. Pero muchos de estos últimos se quedaron en la calle, lanzando sus quejas a gritos animadamente, ante una sala (en Lesseps) que se quedó muy pequeña, algo muy criticado por casi todos.

Como avanzaba ayer este diario, la esperada audiencia se convirtió en un duelo de intereses cruzados. No hablaron los hoteleros (pese a que distintas entidades vecinales reclamaron una y otra vez poner coto a las plazas), pero sí muchos vecinos que viven del turismo (explotando pisos o alquilando parte de su hogar) y que tomaron repetidamente la palabra. La rabia de barrios resentidos por la masificación estalló entonces en forma de gritos y subidas de tono, con enfrentamientos que el propio público trató de aplacar.

El discurso no aportó novedades a lo que ya había trascendido. La FAVB lanzó un decálogo de propuestas que incidía en el tema del alojamiento (que centró gran parte del debate), mientras los ciudadanos que se benefician más o menos domésticamente del turismo se defendían asegurando que «si se cumplen las normas» todas las actividades son compatibles. Parados, discapacitados y emprendedores defendieron las bondades de la llamada economía colaborativa que permite distribuir la riqueza del turismo, con un sinfín de historias personales, mientras los vecinos de la Barceloneta, la Sagrada Família o el Casc Antic insistían en los estragos de vivir puerta a puerta con excesos y masificación, mientras lanzaban dardos al alcalde Trias por no hacer acto de presencia en el debate más candente del mandato. La propia concejala de Economía, Sònia Recasens, asumía los vaivenes en la percepción ciudadana del turismo (en lo peor de la crisis la mayoría apoyaba su promoción, mientras que ahora el 60% pide ponerle límite, dijo) y las «externalidades» y problemas colaterales de atraer a 27 millones de viajeros al año, la mitad solo de paso, como excursionistas.

GESTIÓN DEL NEGOCIO Y DEL OCIO / Ni ella ni Lluís Rabell (presidente de la FAVB) apuntaron al incivismo como mecha que ha prendido fuego a la ira popular en los últimos meses. Pero el público sí lo tuvo en mente. El nuevo modelo de turismo al que todo el mundo aludió pasa por mejorar la gestión del negocio y del ocio, poniendo coto a comportamientos salvajes. «Que la Guardia Urbana actúe», «el centro no puede soportar más excesos»... fueron quejas reiteradas. El comercio (de barrio y turístico) también se asomó a la platea, pero solo habló el tradicional. Gerentes de distrito, responsables de Turisme de Barcelona y empresarios pusieron la oreja. Mientras, Recasens tomaba nota cara al plan estratégico del turismo 2015-2020 y los partidos políticos hacían precampaña con sus palabras finales.

Tras 195 minutos de partido, Recasens se quejó de que algunos aportaron más críticas que propuestas, y rechazó cualquier «criminalización del sector». Pero se llevó un buen fajo de ideas bajo el brazo. Habrá que ver si les saca partido.

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