CONVOCATORIA MULTITUDINARIA

Palo Alto, 2º acto

El mercadillo más moderno de Barcelona regresa a Poblenou tras casi morir de éxito hace un mes. Ahora se cobran 2 euros para poder entrar

Recinto fabril 8 Animación en una de las zonas de compras.

Recinto fabril 8 Animación en una de las zonas de compras.

PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

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El mercadillo era casi el mismo -igual de bonito, fashion y rompedor por la calidad obligatoria de sus propuestas-, pero el regreso trajo una sustancial diferencia: cobro de dos euros de entrada y despliegue de seguridad. Volvía Palo Alto Market, tras una prematura defunción por éxito el día de su estreno, hace un mes. Entonces debutó sin los permisos necesarios para un mercado nacido en Poblenou con el objetivo de atraer a 3.000 visitantes por jornada, y que aquel primer sábado cuatriplicó la cifra, obligando a cerrar los accesos. Con la situación burocrática resuelta, el montaje instigado por Pedrín Mariscal en esta antigua fábrica -reconvertida hace años en sede de talleres y estudios de diseño, arquitectura y creación-, fue un exitazo, aunque bajo control. Ayer se saldó con 5.500 visitantes y hoy vuelven a la carga.

Los dos euros de la entrada, explicaba la organización, más que disuasorios para la marabunta de curiosos que en diciembre quisieron ver el idílico interior del recinto fabril, han servido para asumir los fuertes costes que ha supuesto acondicionar el espacio para lograr los permisos correspondientes. Salidas de emergencia donde ya no puede haber expositores, una ambulancia de guardia para cubrir cualquier eventualidad, personal de seguridad... Aún con todo, hubo colas en muchos momentos del día, pero con un aforo controlado de no más de mil personas a la vez en su interior.

Un enclave tan atractivo (salpicado de chimenea industrial, frondosos jardines y hasta un huerto y barbacoa impulsados por el diseñador Javier Mariscal, que preside la fundación Palo Alto y lideró hace años su transformación) que ejerce de reclamo no solo para compradores, sino para quien acude a pasar unas horas y comer. Como Luis y Marga, treintañeros y con un niño, que integraban ese perfil. «Nunca venimos por esta zona y ha sido un descubrimiento, el recinto es alucinante», decía la joven, en la cola de uno de los camiones de comida. Era el de Mr Frank and The Butis, que sirvió varios cientos de bocadillos de butifarra, como la catalana con alioli, con cinco personas a destajo despachando en la pequeña camioneta. También tuvo que pisar el acelerador el personal de La Cantina, el bar que sirve a los trabajadores del inmueble y que ayer desplegó su especialidad, la paella valenciana, con 500 raciones que hoy esperan repetir, explicaban. La oferta gastronómica estrenaba operadores, como el bar de ostras Fishhhh!, que puso un punto glamuroso a la jornada.

Eran varios los que debutaban, aunque la mayoría de expositores repetían. Sus opiniones divergían un poco. Para los chicos de Rowny Bags. que ofrecían espectaculares bolsos y mochilas de piel por entre 69 y unos cien euros, fue «un día muy bueno de ventas, y también de márketing para darse a conocer». Algún otro operador se quejaba de que ver a gente con más ganas de «socializar, comer y disfrutar la música y los espectáculos callejeros que de comprar», aunque los precios pueden ser una de las causas, ya que la pretendida calidad del producto (artesano, diseño, originales...) hace que no sea un mercado de saldos.

Las creaciones manuales con algodón y piel de Georgina Carreras dan la vuelta al mundo desde internet, pero ayer estaban al alcance de la mano. No obstante, la diseñadora piensa que el público todavía evolucionará, pasada la euforia inicial. También otros operadores coincidían en que «en el futuro será un reclamo turístico y una cita compras». De momento, desde vecinos a entusiasmados hipsters lo pasaron en grande recorriendo las zonas de Fashion, complementos y joyería; Diseño; Street style; Vintage; Handmade&Recycling, y otros varios. Próxima cita, cada primer fin de semana del mes.