Análisis

Un problema de espacio

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JOSÉ A. DONAIRE

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El turismo es diferente en cada ciudad, en cada costa, en cada montaña. Hay, sin embargo, algunas curiosas constantes, elementos que se encuentran presentes en la mayor de los espacios. Una de ellas es la relación entre los residentes y los visitantes, una relación que fue descrita precozmente por Doxey en los años 70. Doxey explicó que turistas y residentes pasan inevitablemente por cuatro fases, que son la euforia, la apatía, la irritación y el antagonismo. Como una especie de maleficio inexorable, los espacios turísticos acaban odiando el turismo que inicialmente admiraban.

Cuando la relación entre residentes y turistas se tensa es difícil acertar en el problema y, por tanto, diseñar las estrategias más adecuadas para resolver la tensión. Se dice, por ejemplo, que Barcelona tiene muchos turistas. En realidad, solo tres de cada cien personas que hay en la ciudad un día cualquiera son turistas, y las otras 97 no. Otros otorgan a los turistas en su globalidad el incivismo que practican unos cuantos y equiparan las despedidas de soltero con los congresistas del WMC. La mayor parte de las críticas se centran en el bajo poder adquisitivo, pero las estadísticas muestran pautas de gasto comunes en las ciudades europeas. El foco vecinal queda cegado en los pisos turísticos, pero es difícil pensar que el cierre de viviendas ilegales pueda cambiar como un calcetín el pulso turístico de Barcelona. Todas estas críticas tienen un punto de razón, pero creo que ninguna de ellas identifica el nudo gordiano del modelo.

El principal problema de la ciudad es la extrema concentración del alojamiento, los servicios turísticos, los nodos y los flujos turísticos en una pequeña cuadrícula urbana, entre el Raval, el Barri Gòtic, el paseo de Gràcia y, con menor intensidad, el barrio de Sant Pere. Toda la presión se ha centrado en un espacio muy pequeño, incapaz de hacer compatible la vida ciudadana y la avalancha turística. Es la extrema concentración la que crea problemas de convivencia, la que expulsa a los residentes por la fuerte competencia de las rentas turísticas y, lo más importante, la que sustituye el barrio complejo por un inadecuado monocultivo.

Estrategia centrífuga

Es cierto que hay que combatir el incivismo, regular la oferta de alojamiento, sancionar a los pisos no registrados, redistribuir el tráfico de buses o plantearse la capacidad máxima de acogida de la ciudad. Pero lo más urgente es generar una estrategia de atracción de la actividad turística hacia nuevos espacios de la ciudad: poner en valor nuevos nodos, potenciar el alojamiento en áreas periféricas, crear una imagen de la ciudad basada en sus barrios, potenciar los turistas recurrentes (menos interesados por los espacios clásicos) y estimular la salida de turistas hacia espacios de fuera de Barcelona. Lo más importante es pasar de una dinámica centrípeta, donde todas las actividades turísticas tienen lugar en el centro, a una estrategia centrífuga.

Conviene recordar que la ciudad de Barcelona es un inédito caso de éxito. Un inesperado recién llegado a un club selecto donde París, Londres, Nueva York, Singapur o Roma ocupaban el imaginario universal de la ciudad global. Y su situación es frágil, inestable. Con la emergencia de las ciudades asiáticas y la competencia europea, Barcelona puede recuperar el viejo anonimato. Hoy Barcelona es una ciudad mundial, que atrae congresos, festivales, ferias, estudiantes, empresas o turistas. El principal reto de la ciudad es hacer compatible su vocación universal con el mantenimiento de la diversidad cultural y social de sus barrios. La vieja dialéctica global / local.