Impacto del 'boom' de visitantes extranjeros

El 'no' de la Barceloneta al turismo masivo moviliza a otros barrios

RAMON COMORERA
BARCELONA

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El malestar ciudadano, un cabreo profundo que ha emergido con fuerza estas semanas de agosto, de los vecinos de la Barceloneta por el largo malvivir del turismo masivo y sus perversos y múltiples efectos se está extendiendo por la capital catalana. La continuada movilización de este verano del que fuera enclave marinero fue secundada ayer por muchos otros barrios que confluyeron en la plaza de Sant Jaume en una manifestación sin precedentes contra la hasta ahora intocable y también según tantas voces descontrolada actividad. Más de 2.000 personas de todas las edades marcharon con ánimo festivo, pertrechadas con decenas de pancartas y lanzando constantes proclamas desde la Barceloneta hasta el ayuntamiento.

La acción la había convocado la Federació d'Associacions de Veïns de Barcelona (FAVB) como un primer paso para articular un movimiento que se oponga y reoriente «un modelo y la presión de un sector que agrava las desigualdades sociales y fractura y desfigura la ciudad», según explicó su presidente, Lluís Rabell. A la proclama respondieron gente de Ciutat Vella (Barri Gòtic, la Ribera y Born), Gràcia (la Vila y Vallcarca), Sants (Poble Sec y Paral·lel), Eixample (Sagrada Família), Sant Andreu, Sant Martí (Poblenou) y hasta Nou Barris (Prosperitat). De todos estos barrios y zonas se vieron pancartas desfilando por el paseo de Joan de Borbó, el Pla de Palau, la Via Laietana y la calle de Jaume I.

El liderazgo y el núcleo duro de la protesta estuvo en los vecinos de la Barceloneta. Ellos llevaban en diferentes turnos y con camisetas negras donde se leía «La Barceloneta no se vende» la pancarta que encabezaba la marcha: «Por la abolición de los pisos turísticos». Antes que ellos y durante una parte del recorrido se situó en cabeza un grupo de una veintena de niños que no superaban la decena de años con otra proclama adornada con flores multicolores: «Quiero crecer y jugar en la Barceloneta». El histórico cañón que también exhiben en sus protestas abría el cortejo, lanzando cada dos por tres potentes detonaciones.

En la marcha se adivinaban dos partes. La primera de los guerreros y hastiados vecinos de este barrio cuyas pancartas y gritos se referían a los apartamentos legales e ilegales para extranjeros, el incivismo, los abusos del turismo de borrachera, la especulación inmobiliaria y la carestía de la vivienda y el comercio que comporta y que expulsa a los vecinos. En la segunda se blandían pancartas de otros distritos de Barcelona afectados por la misma dolencia que añadían a los problemas citados los de la eclosión de hoteles, el encarecimiento de los alquileres, la ocupación del espacio público con la proliferación de terrazas o la pérdida del comercio tradicional.

EXIGENCIA A TRIAS / Con todo el gentío concentrado ante la puerta del consistorio custodiada por la Guardia Urbana y también con numerosos efectivos de los Mossos d'Esquadra parapetados al otro lado de la plaza, un representante de la Barceloneta megáfono en mano exigió al alcalde Xavier Trias que «use los recursos y herramientas que tiene para cambiar este tipo de turismo». «No pararemos hasta acabar con todos los pisos turísticos, queremos vivir en el barrio con dignidad», añadió. En esta proclama final también se refirió a la extensión del rechazo al turismo masivo al resto de la ciudad que ponía de manifiesto la protesta.

Fuertes gritos de «Trias dimisión» emergieron después de dar otras dos citas para la movilización de la Barceloneta. El martes, reunión con la concejala de Ciutat Vella, Mercè Homs, para seguir las medidas que el ayuntamiento ha puesto en marcha en los últimos días con el fin de descubrir y sancionar los pisos ilegales. Y el jueves otra asamblea general en la plaza del mercado del barrio para «continuar la movilización».

La marcha, que tenía también el apoyo de los sindicatos mayoritarios, juntó a gente de todo tipo, niños, jóvenes, mayores, hombres y mujeres. Había ancianos y también discapacitados en sillas de ruedas. Entre los organizadores se destacaba que en las protestas urbanas es difícil ver un abanico social tan amplio, muestra de la transversalidad del problema, de su adherencia en la vida cotidiana.

La oposición no es al turismo en general, «lo queremos», dijo el orador final, sino a «este tipo de turismo depredador». Una pancarta era reveladora. La llevaban un grupo de guías turísticos oficiales. Pedía «turismo de calidad».

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