sants, un barrio de REIVINDICACIONES históricas

De la Espanya Industrial a Can Vies

Las luchas vecinales y obreras han marcado el ADN de un barrio que esta semana ha vivido sobresaltado por el desalojo del centro social ocupado.

La excavadora carbonizada coronalos cascotes de lo que fue el centro de Can Vies.

La excavadora carbonizada coronalos cascotes de lo que fue el centro de Can Vies.

POR NÚRIA MARRÓN

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Pasan pocos minutos de las nueve de la mañana y una fina lluvia cae sobre la excavadora calcinada que corona, con una pintada que grita guerra, los cascotes de lo que hasta este lunes fue el centro social autogestionado Can Vies. Sobre la máquina, un grafiti que evoca una revuelta callejera bajo el lema poder popular pone el pantocrátor insurrecto a una escena «terrible, icónica, casi apocalíptica», musita, afectado, el historiador de Sants Agus Giralt. Porque más allá del desalojo, de la demolición, de los cristales rotos, de los contenedores en llamas, de las barricadas y de las caceroladas vecinales, más allá incluso de las cargas policiales y de la banda sonora nocturna de salvas, frenazos y zumbido de helicóptero, más allá de todo eso, este historiador, que ha pasado muchas horas en el centro social, apunta que lo que ahora son cascotes, durante 17 años ha sido un «símbolo de la Barcelona popular, una escuela de autogestión y de lucha para mucha gente del barrio. Por esos muchos de los que hemos pasado por aquí nos hemos acercado estos días y hemos asistido a la demolición como si fuera un funeral: estábamos muy tristes, sí, pero también no sentíamos en familia».

 

Aquí, inventaria Giralt, nacieron, por ejemplo, los bastoners de Sants, ensayaron grupos como Surfing Sirles y Pirat's sound sistema, ha habido grupos de teatro, cineforums, encierros de inmigrantes y todo tipo de luchas y proyectos sociales. «A su manera, Can Vies -dice- entronca de con la tradición contestataria, asociativa y okupa del barrio. No, esto no es un bolet». Y no es un bolet porque, además de que mucha gente que durante años ha pasado por el centro participa ahora en otros proyectos del barrio, en el ADN de Can Vies y de Sants hay muescas del movimiento obrero, de los ateneos libertarios, del cooperativimo y, claro está, de las luchas vecinales de los años 70.

«Aquí sabemos bien que las cosas no caen del cielo», asegura el historiador mientras dejamos atrás los cascotes y ponemos rumbo a Can

Batlló, la última gran conquista vecinal, un recinto fabril que los vecinos arrancaron al ayuntamiento y donde, en régimen de autogestión, están germinando todo tipo de actividades culturales e iniciativas de economía social. De camino, Giralt va pasando revista al legado obrero de Sants, que ha dado al barrio su carácter fundacional. «Esto era un pueblo y la llegada de las fábricas hizo que la población se multiplicara. La gente estaba falta de todo y empezaron a asociarse entre ellos». En el barrio, por ejemplo, se puso una de las semillas del protosindicato Les Tres Classes de Vapor; se constituyó la CNT en el Ateneu Racionalista e Sants a prinpios del siglo XX; y en la parroquia de Sant Medir se dio el impulso definitivo a CCOO.

Las dificultades laborales y de vida también auspiciaron el conflicto, género en el que Sants es docto: aquí se quemaron selfactinas, máquinas que requerían menos mano de obra y provocaron la rebaja de los sueldos, y aquí también se alzó la revuelta de las quintas. En el siglo XIX, el Estado hacía sorteos para enviar a los hombres a las guerras coloniales, de los que quedaban exentos quienes podían pagar el equivalente al salario anual de un obrero. El sorteo de 1870 fue replicado por una marcha de mujeres que, saliendo de la Espanya Industrial, pusieron rumbo al ayuntamiento y, tras dejar un rastro de barricadas por la carretera, llegaron al consistorio, lo tomaron al asalto y los concejales «acabaron huyendo por donde pudieron». En adelante se estableció un modus operandi por el cual, a cada revuelta, se quemaba el censo.

 

Pasamos por delante de la plaza Bonet i Muxí, durante años conocida como «la plaza de las bombas». Sí, en Sants, admite, también hubo atentados. Uno de los más célebres tuvo en el punto de mira a Cambó. Una noche, cerca de la confluencia entre Consell de Cent y Creu Coberta, se apagaron las farolas y unos pistoleros dispararon contra su carroza. También hubo fuego cruzado ante la iglesia de Sants al día siguiente del alzamiento nacional. El resultado: la parroquia acabó en llamas y de ella, durante años, no quedaron más que las escalinatas. «Durante la contienda el barrio también dio muestras de su asociacionismo. ¿Ves, allí, al lado de la iglesia? ¿Unafranja de ladrillos entre piedras? -pregunta Giralt-. Era un refugio. Se construyeron alrededor de 200. En ningún sitio hubo tantos como aquí, y el 99% los hacía la gente».

 

Con la lección de historia refrescada, llegamos a Can Batlló. «Si toquen Can Vies, ens toquen a totes», da la bienvenida una pancarte gigante. Los vecinos, algunos de los cuales han pasado por este centro desalojado, gestionan desde hace tres años este recinto que no acabaron tomando al asalto, como habían amenazado, porque el consistorio entregó las llaves pocas horas antes de la fecha límite que habían impuesto. Hoy viernes Can Batlló parece un gran plató de televisión. Hay casi tantos periodistas como en una rueda de prensa del Consejo de Ministros, esperando el no que dará el colectivo de Can Vies a la propuesta del alcalde Xavier Trias.

Olzinelles arriba, también parece un plató el Centre Social de Sants, el actor decano de las luchas del barrio. Su presidente, Josep Maria Domingo, desatascador de conflictos como el de Can Batlló y estos días mediador con el ayuntamiento, escucha por el móvil la rueda de prensa de sus vecinos mientras una cámara de TV-3 aguarda para tomarle declaraciones. Sus ojeras delatan cansancio y abatimiento. «Hoy solo he dormido una hora y media. Si en lugar de al barrio me hubiera dedicado a los negocios, creo que ahora sería rico», asegura con el hilo que le queda de humor y voz. Y lo cierto es que si el Centro Social no hubiera existido, posiblemente la plaza de Sants hoy sería una vía rápida elevada; las Cotxeres de Sants albergarían hoy el Museo del Tranvia, y no un centro cívico; el Vapor Vell tendría muchos más pisos, y la Espanya Industrial estaría trufada por bloques y bloques de viviendas. El recinto, apunta el historiador, era propiedad de los Muntadas, una familia muy influyente del franquismo que, tres veces y a mano, logró recalificar las escrituras para poder hacer promociones de pisos. Algunos bloques se levantaron, pero el mordisco vecinal consiguió llevar el caso hasta el Consejo de Estado y revertir la legalidad: no se construyeron más viviendas y el parque quedó tal cual se conoce ahora.

Precisamente muy cerca de allí, Elba Mansilla está apostada a las puertas de la Ciutat Invisible, librería y punto de encuentro bisnieto del cooperativismo del barrio. Por aquí, cuenta,  han pasado estos días desde The Wall

 

Street Journal hasta los micrófonos de Ana Rosa Quintana, intentando entender por qué un desalojo ha provocado el alzamiento de un barrio y una onda expansiva de solidaridad dentro y fuera de Catalunya. Y ella, miembro de La Burxa, periódico local con sede en el centro destruido, intenta que sus interlocutores miren más allá de los contenedores ardiendo. «Esto ha trascendido los límites geográficos de Sants, ha hecho de catalizador del descontento social y ha demostrado que no estamos ante un problema de orden público -apunta-. Pero no solo eso: también ha provocado una red de afectos y apoyo mutuo». Las luchas y la solidaridad, dicen todos a coro, se libran ahora en los barrios