Discusión sobre una de las principales industrias locales

El CCCB abre el debate sobre el coste del turismo para la ciudad

El parque Güell, abarrotado de turistas.

El parque Güell, abarrotado de turistas.

CARLES COLS
BARCELONA

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El Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) rompió la noche del pasado viernes un tabú y abordó al fin, desde una tribuna de carácter público, un debate muy crítico sobre el precio político, económico y social que Barcelona está tal vez pagando por convertirse en una capital mundial del turismo.

Invitó el CCCB a la filósofa Marina Garcés a realizar un análisis sobre la transformación que ha experimentado la ciudad en los últimos 20 años. El auditorio estaba lleno a rebosar. Entre el público, decenas de estudiantes del primer máster de Turismo y Humanidades de la UAB. Menudo cóctel, pues Garcés invitó a los barceloneses a despertar del sueño y sopesar si la ciudad es víctima de un «chantaje» por parte de «la mayor industria legal del mundo».

Lo fácil en la conferencia hubiera sido sacar los pañuelos y llorar nostálgicamente por el cierre de tiendas emblemáticas y por la pérdida de aquello que se considera la auténtica Barcelona. Peccata minuta. Como un Karl Kraus, el gran aguafiestas austrohúngaro, que cuando sus compatriotas se alegraban por el estallido de la gran guerra él lanzaba admoniciones, Garcés planteó al público un juego aterrador.

En Suramérica ha hecho fortuna estos últimos años un término económico, el extractivismo, que define qué ocurre en una ciudad o país cuando toda la actividad se concentra casi exclusivamente en la explotación de un yacimiento. Tanto da que sea un mineral, petróleo, madera, un cultivo... Las consecuencias del extractivismo han sido estudiadas por diversos economistas, y algunas, planteó Garcés, tal vez son evidentes ya en Barcelona si se acepta que el turismo es un yacimiento como los demás y que va camino de la sobrexplotación. Ahí van unos ejemplos. Este era el juego.

Dicen los críticos del extractivismo que las sociedades aquejadas por ese mal sufren la paradoja de la abundancia. Es decir, es obvio que hay ahí un gran negocio, pero también lo es que los beneficios no se redistribuyen equitativamente. «La brecha entre las rentas altas y las bajas se ha ensanchado en los últimos 20 años en Barcelona», recordó. ¿Y eso desata protestas? «No, el extractivismo crea una sociedad pasiva y de mentalidad rentista», dijo. Nadie descarta, si puede, hacer de su propio hogar un piso turístico.

Otra consecuencia perniciosa de las economías extractivistas es que las inversiones públicas y privadas tienden a concentrarse precisamente en los sectores más directamente  vinculados a ese supuesto motor de la economía. En el caso de Barcelona, por ejemplo, algunas de las transformaciones urbanas en curso (la ampliación de aceras del paseo de Gràcia, la reforma de la Diagonal, el proyecto del Paral.lel), coinciden indiscutiblemente con ejes turísticos.

Pero la dolencia más preocupante, según Garcés, es lo que los expertos han definido como «democracia delegativa». ¿Qué sucede cuando un sector económico como el turismo toma las riendas del control de determinados espacios públicos o de determinadas políticas? «Se crean islas de legalidad ad hoc, y eso tanto vale para una mina, como para la Fundación Bulli o para el complejo Barcelona World», avisó la filósofa. Bajo la amenaza de que Barcelona no puede darle la espalda al turismo, por un falso si no, de qué vivirá, los lobis del sector piden un día excepciones en la ley del tabaco y, al siguiente, que las tiendas abran todos los domingos, prosiguió Garcés.

La conferencia fue larga. El debate posterior, también. No faltaron voces en defensa del sector. Ayer, aunque no siempre es un buen termómetro, Twitter era un lugar en el que constatar que esa propuesta de comparar Barcelona con una plantación de soja suramericana causó un rico desconcierto.

Miquel Flamerich, codirector del máster de Turismo y Humanidades de la UAB, a quien correspondió la presentación de la conferenciante, reconoció que las críticas constructivas a la turistificación de Barcelona han sido estos últimos años pocas y con sordina, y desde luego inexistentes en plataformas públicas como el CCCB. Para ello, la propia Garcés ofreció una respuesta también sacada de los teóricos del extractivismo. Desde su punto de vista, cuando este tipo de monocultivo económico lo promociona un gobierno de izquierdas (y es inapelable que fue con el PSC e ICV que Barcelona se adentró en ese modelo de ciudad), algunos intelectuales callan. No todos, cierto, pero cuando la tropa es escasa, es difícil defender determinadas colinas. En esa línea, recordó algo que la ciudad parece haber olvidado. «El concepto marca Barcelona fue en un principio peyorativo. Se acuñó hace unos 10 años para denunciar la venta de Barcelona a los intereses privados. Hoy, el ayuntamiento pelea por defender como propia la marca Barcelona».