La programación del Tricentenari de 1714

Barcelona resucita el Gabinete de las Curiosidades

La trastienda de una apoteca de la calle Ample fue un faro científico durante tres siglos que ahora renace en el Museu Botànic

LA EXPOSICIÓN 3 Arriba, reproducción con el mobiliario original de la trastienda de la apoteca de la familia Salvador. Abajo, algunas de las piezas que se exhibían en la botica.

LA EXPOSICIÓN 3 Arriba, reproducción con el mobiliario original de la trastienda de la apoteca de la familia Salvador. Abajo, algunas de las piezas que se exhibían en la botica.

Carles Cols

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En 1723 partió de Génova un barco con un cargamento de objetos y libros cuyo destinatario era el barcelonés Josep Salvador i Riera, miembro de la tercera generación de la saga de los Salvador, familia fundadora, puede que sin pretenderlo, del primer museo de la ciudad allá por 1616. A bordo de aquella nave, así consta al menos en la documentación del viaje, iba, entre otras piezas, «un asta de unicornio». ¡Qué tiempos! Hasta el nombre de aquel protomuseo de la ciudad resulta novelesco: Gabinete de Curiosidades de la Naturaleza. El Ayuntamiento de Barcelona inaugura hoy en el Institut Botànic de Montjuïc, gracias al generoso presupuesto dedicado a la conmemoración del tricentenario de 1714, una exposición dedicada a exhibir aquel bastante desconocido tesoro. Es más, el concejal de Cultura, Jaume Ciurana, anunció  que tal vez la colección de la familia Salvador (más de 30.000 ejemplares de los reinos animal, vegetal y mineral, una biblioteca de 1.400 volúmenes y una correspondencia de gran valor histórico) servirá para reabrir con gloria el Museu Martorell de la Ciutadella, donde, curiosamente, la puerta está flanquedada por dos estatuas, una de ellas dedicada a Jaume Salvador, segundo miembro de la saga familiar.

Tengui, falti

Lo que propone la exposición son dos viajes. Uno, bastante agotador, es casi a la cima de Montjuïc, porque lo cierto es que el Botànic queda algo a trasmano. Una lástima. El otro es más emocionante y recompensa el primero. Es un viaje a lo largo de tres siglos, con el punto de partida en 1616, cuando Joan Salvador Boscà (1598-1681), aprendiz de apotecario en un local de la calle Ample, se casa con la hija del dueño, Victòria Pedrol Sancana. La ciudad le debe mucho a lo que popularmente se conoce como un braguetazo. Aquel era un negocio que brindaba pingües ingresos, así que el primero de los Salvador dedicó la trastienda a lo que terminó por convertirse en una afición que se pasaba de padres a hijos, el coleccionismo de ejemplares de la naturaleza.

Una de las obras más cortas y más deliciosas de Borges es el Emporio celestial de conocimientos benévolos, una suerte de inventada enciclopedia china que clasifica el reino animal en 14 grupos de lo más arbitrarios («pertenecientes al emperador, embalsamados, amaestrados, que acaban de romper un jarrón…»). La colección Salvador fue inicialmente un poco así, un caos organizado, pues era previa a la clasificación natural que Linneo sugirió a mediados del siglo XVIII. Pepe Pardo, entusiasta comisario de Salvadoriana (ese es el nombre de la exposición), reconoció ayer que aquello ciertamente tenía mucho del «tengui, tengui, falti de los niños con sus cromos». Pero el caso es que aquella trastienda terminó por convertirse en una visita obligada para los prohombres y visitantes ilustres de la ciudad.

Experimentación

Los Salvador fueron, a su manera, la Wikipedia de la época, una enciclopedia sin orden ni concierto, pero también una muestra de apetito sin límites por saber. Ahí estaba su impresionante biblioteca, con preciosas ediciones renacentistas de obras de Teofrasto, Plinio el Viejo, Dioscorides, Ramon Llull y, por supuesto, Aristóteles, que sostenía que el cerebro era un órgano secundario, como mucho destinado a enfriar la sangre, lo cual viene al caso porque los Salvador bien pronto se apuntaban a la experimentación. «De la salamandra se dice que si se lanza al fuego, lo apaga. Pero nuestro farmacéutico Salvador me ha referido que ha hecho la prueba y que no se le ha apagado», relata un manuscrito del siglo XVIII.

En realidad, los gabinetes de curiosidades no eran extraños en Europa. Los hubo en Londres, en París y en Amsterdam, por ejemplo, pero en todos esos casos esas colecciones privadas terminaron absorbidas por los respectivos museos de ciencias naturales de posterior creación. No sucedió así con la colección de los Salvador. Por una serie de circunstancias familiares y políticas cayó en una suerte de olvido que propició su fosilización. Lo que ahora muestra la Salvadoriana es, según se mire, la exhibición restaurada de aquel extinto dinosaurio del conocimiento.

Lo de extinto, en cualquier caso, merece una precisión. La colección botánica, por ejemplo, sigue siendo objeto de consultas. Hace unos 30 años se documentó una nueva especie de orquídea que los Salvador tenían en sus cajones desde hace más de 300 años. Y aun merece una segunda precisión lo de extinto. La correspondencia y el libro de visitas que tenía el gabinete han terminado por ser un material de primerísima calidad para los historiadores. De hecho, Salvadoriana forma parte de las decenas de actos programados con motivo del Tricentenari del 1714 porque a través de los Salvador se obtiene un retrato muy rico en detalles sobre cómo era parte de la vida cotidiana en la Barcelona previa y posterior a aquella batalla que reorientó la veleta de la historia de Catalunya.

La exposición Salvadoriana permanecerá abierta desde hoy hasta abril del 2015. Si alguien encuentra el asta del unicornio, por favor, que lo haga saber.