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Más mosquitos, ratas y meados

Basura acumulada y agua encharcada, en un solar de la calle de Princesa, ayer.

Basura acumulada y agua encharcada, en un solar de la calle de Princesa, ayer.

CATALINA
GAYÀ

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En noviembre del 2013, en esta sección publicamos una denuncia ciudadana que nos había llegado por medio de una carta al director. «Malos olores, ratas y mosquitos», titulamos entonces. Nos referíamos al solar que unas obras cronificadas han dejado en la calle de Princesa, 21. La semana pasada, otra vecina nos envió un correo a la dirección que aparece justo cuando acaba este texto

- y que les animo a utilizar- para explicar que los mosquitos, los malos olores, el agua encharcada y las ratas siguen en lo que fue el terreno de la parroquia de Sant Cugat del Rec.

Nos citamos a las 19.30 horas, el lunes, frente al 21 de la calle de Princesa. Los transeúntes que se dirigían hacia la plaza del Àngel bajaban de la acera justo antes del 21. Los andamios, la pasarela y la lona polvorienta no les permitían avanzar. Una mujer se detenía  un momento y tomaba una foto. Paisaje de la crisis, Barcelona 2014. La imagen no captaba el basurero que es el solar y que se ve por detrás, por la calle de Boquer.

De cómo lo que era una parroquia se ha convertido en un solar donde se acumulan agua y basura se explica con una cronología que abarca la última década. En enero del 2002, el obispado de Barcelona vendió la iglesia, cerrada al culto, a Caixa Penedès para crear un centro destinado a divulgar la obra de Josep Maria Subirachs. Se proyectó el Espai Subirachs, que albergaría 400 obras del escultor y se difundió a bombo y platillo. Años después, empezaron las obras y hace ya años que todo se quedó en punto muerto. En julio del 2013, la Fundació Especial Pinnae, heredera de la Obra Social de Caixa Penedès, anunció que pondría a la venta el solar.

El lunes, lo primero que me dijo la vecina era que entiende «perfectamente» que hoy en día la propiedad del solar no pueda asumir una obra que tenía que legar 4.000 metros cuadrados de cultura al barrio. Se había puesto en contacto conmigo para pedir que, como mínimo, «mantengan el solar limpio». «El agua encharcada es un problema y deberían construir una pared o algo para que la gente no se meta en el solar». ¿Entran? ¿Hay agua encharcada? «Ya lo verá».

La calle de Boquer es mínima y la valla -grafiteada y rota- ocupa casi todo un lado. Del otro, hay vecinos que tienen flores en los balcones y persianas bajadas, «desde siempre». Justo cuando pasábamos, un hombre limpiaba con lejía uno de los rincones insalubres que ya es la valla. El olor a recuelo amortiguaba el tufo a meados. La mujer enumeraba cada uno de los inconvenientes que supone tener esa estructura de metal que tenía que ser «provisional» mientras duraran las obras: «La gente tira basura, latas y también bolsas», «hay quienes entran y, a veces, hay quien pasa, esconde algo y luego regresa a por el bulto».

Desde el balcón, el solar es dantesco. Agua verde encharcada, una bolsa de basura recién lanzada desde uno de los balcones, material de obra abandonado, latas y más latas, un pájaro bebía de esa agua.

Quedan las marcas de lo que fue un grafito -herencia de los años en que el edificio fue ocupado- y de lo que fue una cancha de básquet. ¿Bombean el agua? «Sí, pero no me acuerdo de la última vez que vinieron». Seguía: «Hoy no hay mosquitos, pero otros días el cristal está lleno. No sé si son tigre, la verdad. Son de esos que están medio muertos. Los  tocas, caen y los barres». Luego, se disculpaba: «No se fije en los cristales, por favor, están sucios».